Uno de los nombres que más se ha difundido en las últimas semanas para encabezar la transformación a fondo de Pemex, si Enrique Peña Nieto decide llevarla a cabo, es el de Pedro Aspe Armella, ex secretario de Hacienda y Crédito Público durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari.

 

No es casualidad. Pedro Aspe es el diseñador de la estrategia que tiene Peña Nieto en su escritorio para capitalizar a Pemex a través de los mercados accionarios manteniendo el control de la empresa en manos del Estado mexicano, según refieren sus cercanos. “Es una mexicanización de la exitosa estrategia seguida por la brasileña Petrobras para hacerse de miles de millones de dólares de capitales frescos”, dice una de estas voces.

 

De alguna manera Peña Nieto lo anticipó en su libro (México, la gran esperanza) cuando dice: “Es necesario tomar medidas mucho más audaces para revigorizar nuestro sector energético; para lograrlo tendremos que despojarnos de las ataduras ideológicas que impiden detonar el potencial de Pemex… México deberá examinar los mecanismos utilizados exitosamente en otros países para que, sin renunciar a la propiedad pública de los hidrocarburos… esta empresa se pueda beneficiar de asociaciones con el sector privado…”.

 

Evidentemente que una pretensión de esta magnitud no puede avanzar si no se ejecuta, en paralelo, una reforma fiscal de gran calado que restituya gradualmente parte de los recursos tributarios petroleros que la Federación deje de captar al conceder a Pemex una mayor autonomía de gestión y de inversión. Calidad requerida para que los inversionistas privados apuesten por la petrolera mexicana.

 

Ambas reformas -la de Pemex y la fiscal- han sido precisamente las tareas que han ocupado a Pedro Aspe y a Luis Videgaray, el hombre de más confianza de Enrique Peña Nieto y discípulo y ex empleado de Pedro Aspe en su firma Protego Asesores; y ello ha llevado a la prensa a especular sobre la presencia del ex secretario de Hacienda en el gabinete que Peña Nieto dará a conocer en su toma de posesión. Se le ha mencionado como el nuevo director general de Pemex e, incluso, como secretario de Energía, desde donde articularía el plan de transformación energética del país. Estas versiones se sustentan no sólo en la capacidad profesional y política de Aspe -que no están en duda- así como en la mancuerna que haría con Videgaray de ocupar éste la titularidad de Hacienda, sino también en su necesidad de “protección” derivada de las investigaciones promovidas por el PAN sobre millonarias colocaciones de deudas estatales y municipales en las que su empresa fue líder.

 

Sin duda que una exitosa transformación de Pemex se convertiría en uno de los íconos del nuevo gobierno, en un hecho histórico para el país, y, claro, en un reconocimiento lucidor para su estratega.

 

Pero la presencia ejecutiva de Aspe aún está en duda. Algunos lo ven como el asesor estratégico de Peña Nieto en la materia, tras bambalinas, pero sin asumir un cargo operativo. Y la razón de una decisión así sería eminentemente política para Peña Nieto: No dar lugar a sus contrarios para que desaten una feroz crítica sobre su plan de transformación de Pemex por la presencia de un destacado miembro del gobierno de Carlos Salinas.

 

La decisión y la evaluación de los riesgos de la medida sólo la hará Enrique Peña Nieto.

 

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