El 11 de julio de 1979, sobre las 2:30 de la tarde, el estruendo de las ametralladoras estremeció el centro comercial Dadeland, en Miami, Florida. Dentro de una tienda de licores, el colombiano Germán Jiménez Panesso agarró una botella de whisky de un estante al fondo del almacén cuando más de una docena de balas cubrieron su cuerpo. Cinco de ellas impactaron en su cabeza.

 

Los matones huyeron dejando tras de sí una traza de balas que acabaron con el guardaespaldas de Jiménez, hirieron en un brazo al encargado de la tienda de licores y dejaron decenas de carros llenos de huecos en el estacionamiento.

 

Las autoridades estadunidenses no tenían dudas: se trataba de la marca criminal de los narcotraficantes colombianos y de Griselda Blanco, la colombiana que metía kilos de cocaína a ese país cuando Pablo Escobar todavía robaba carros.

 

El episodio, uno más en la larga lista de crímenes que se le atribuyen a Blanco, fue el punto de partida de la guerra de los llamados cocaine cowboys, Jinetes de la cocaína.

 

En su libro, el hombre que hizo llover cocaína, el narcotraficante Max Mermeltein, no duda en señalar el papel de la autodenominada madrina en las pugnas entre los narcos colombianos y centroamericanos en Miami. “Si Griselda Blanco de Trujillo no hubiese existido, no habrían existido las guerras de la cocaína”.

 

Sus inicios

 

En una narración del sitio electrónico Semana.com, se dice que la robusta mujer, que antier fuera asesinada en Medellín, comenzó su vida criminal muy joven en las calles de la capital antioqueña. Su madre se mudó de la costa caribe a la montaña en medio de la pobreza y la violencia.

 

La leyenda de Blanco, forjada a punta de delaciones y testimonios de sus antiguos socios, empleados y cómplices, cuenta que cometió su primer crimen en Medellín, donde asaltaba transeúntes en las calles acompañada de una pequeña banda de niños sin nada más que perder que el rugido de sus estómagos vacíos.

 

Fue en esa ciudad donde conoció a José Darío Trujillo, su primer esposo y padre de tres de sus hijos, un pequeño delincuente que traficaba drogas, falsificaba documentos y metía inmigrantes ilegales a Estados Unidos. Muerto por una cirrosis, Trujillo dejó a Blanco conectada en el mundo criminal de Nueva York.

 

Con su siguiente compañero, Darío Sepúlveda, concibió a Michael Corleone Sepúlveda, nombrado así como una muestra más de su adoración por la figura del Padrino de Mario Puzo.

 

Luego de Sepúlveda, la madrina se unió a Alberto Bravo, con quien vio crecer el negocio, que quiso acaparar por todo Estados Unidos. Pronto creó una red de distribución que robusteció eliminando rivales con gatilleros importados de ciudades colombianas, como Medellín y Pereira.

 

Pero pronto empezó a sentir que el dinero no fluía en el volumen que esperaba y sospechando que su marido era el responsable, lo asesinó en Bogotá. Su apodo había mutado y ahora le conocían como La Viuda Negra.

 

La estela de sangre dejada por la guerra entre los cárteles de cocaína inundaba las calles de Miami y puso los ojos de las autoridades en los narcos colombianos de quienes La Viuda era una cabeza importante. Hasta 1985, cuando las autoridades la capturaron en Irvine, California.

 

La prisión

 

Condenada por una corte de Nueva York a 15 años de prisión, producto de la llamada Operación Bashee, que en 1975 dislocó buena parte del primer embrión de los cárteles colombianos en Estados Unidos, Blanco ajustó 25 años de condena al ser capturada y juzgada por el estado de California, que le sumó diez años a su condena previa y en donde la prensa se llenaba de historias macabras de asesinatos y descuartizamientos de latinos involucrados en el negocio de las drogas.

 

A pesar de ser acusada en 1994 del crimen de los narcotraficantes cubanos Alfredo y Grizel Lorenzo y el menor Johnny Castro, un tecnicismo le permitió salvarse de una nueva condena. A mediados del 2004 fue liberada y deportada a Colombia, donde vivió en relativa discreción hasta la tarde de este lunes.

 

Así como las balas persiguieron al también retirado capo Leonídas Vargas hasta su lecho de enfermo en un hospital en Madrid, España, las calles del barrio Belén, en Medellín, presenciaron la caída de La Madrina colombiana a manos de un sicario que, sin mediar palabra, le propinó dos sonoros balazos en la cabeza frente a una carnicería, cerrando la carrera de la reina de una actividad criminal que no admite jubilaciones.