Desde la época de la colonia y hasta la modernidad, hacer zapatos es el oficio por excelencia en León, Guanajuato. Hoy en día, son tres mil 394 empresas las que se dedican a la producción y venta de calzado en esta ciudad.
Según datos del Archivo Histórico de la ciudad, León es productor de calzado desde 1645 y el gremio se constituyó en 1809.
Los zapateros eran criollos, mulatos y mestizos, pero el oficio era tan bueno y noble que hasta los regidores tenían sus pequeños talleres de producción. Además, el ganado bovino abundaba por esas regiones, por lo que se hizo famoso el calzado de piel.
Para 1869, había 50 zapaterías o casas taller en las que todos los integrantes de la familia participaban para hacer un par de zapatos.
Esta tradición continúa hasta la fecha: 80% de los fabricantes en León comenzaron en un taller o pica dentro de la casa. Allí, el padre corta la piel, un hijo arma el zapato, otro lo cose y la madre y la hermana pintan el zapato o lo empaquetan y se entrega el producto final.
Rentabilidad
León produce 244 millones de pares al año, es decir, vende 2.5 pares de calzado a cada uno de los habitantes de este país. Pero ya no lo hacen de manera artesanal, la tecnología ha llegado a estas empresas familiares.
Guillermo Echeveste, dueño de la empresa Shagui, tiene 30 años fabricando zapatos con la técnica moderna, es decir, con máquinas que cortan, cosen y arman. Pero, desde niño, sabe cómo hacerlo manualmente, de tanto ver a su padre.
Su abuelo y sus tíos también se dedicaron al oficio, como cortadores, curtidores y pespunteros (que cosen la piel). “Sé cómo se hace un zapato de esta manera, pero ya no es rentable. Hay que entrarle a las máquinas y producir más zapatos para cumplir con los compromisos”, dice el zapatero.
Guillermo estaba terminando la carrera comercial cuando se dio cuenta de que el negocio de su padre podría crecer, pues no había pasado de la creación de zapatos a mano y con pequeñas máquinas que tenían en casa.
El hijo decidió que era hora de expandirse y comenzaron a comprar máquinas, terrenos y poco a poco la fábrica creció. Ahora tienen dos líneas: Guillermo y sus hijos fabrican zapato de hombre, mientras que sus hermanos se dedican al de dama, cada una con 40 empleados.
Lo curioso, a decir de Guillermo, es que sus hermanos y sus hijos hicieron una carrera universitaria, pero decidieron quedarse en el negocio familiar y convertirlo en una marca de renombre.
Lo mismo sucedió con Rocío, Jorge y Daniela Rodríguez López, quienes manejan la empresa de botas vaqueras Austin.
La primera estudio mercadotecnia, el segundo relaciones internacionales y la tercera administración, pero no ejercieron sus carreras y se dedicaron al negocio de las botas que su padre creó hace 30 años.
Su madre les contó que el taller surgió porque ella vendía zapato fabricado en León.
“A mi papá le dio curiosidad porque mi mamá vendía zapato y le dejaba más que a él trabajando como ingeniero civil. Comenzaron comprando pares y vendiéndolos, hasta que decidió poner su taller”, recuerda Daniela.
Rocío narra que la fabricación comenzó en el patio de la entrada, donde su papá y otros tres hombres hacían los zapatos. Más tarde, se mudó a un cuarto con baño de la planta alta, el mismo que ahora ocupa ella.
El negocio creció, compraron terrenos para poner la fábrica de botas.
“Pero la poca experiencia, los clientes que no pagaban y otras cosas nos llevaron a vender algunos terrenos y a que nuestra marca disminuyera. Hubo un tiempo en el que no llevaban ni la marca o el logo, fue una mala época”, asegura la joven.
Sin embargo, ella y sus hermanos incursionaron en la fábrica y levantaron el negocio de su padre. “La bota vaquera se puso de moda otra vez y vendemos bien, nuestros modelos son más conservadores pero estamos recuperando clientes y el negocio avanza”, dice Rocío con una sonrisa en los labios.
Los zapateros saben lo difícil que es posicionar su marca y vender su producto, sobre todo cuando son pequeñas y medianas empresas, que son nueve de cada 10 de las que hay en León.
Piel o sintéticos
Los catálogos de calzado les han “comido el mandado”, afirmó Guillermo, pues venden el par de zapatos al precio que quieren. “Pero es la única forma de asegurar la producción todo el año”, lamenta el zapatero.
Otro cambio que viven en la región es dejar de usar piel y hacer zapatos sintéticos. En Guanajuato hay cuatro mil 478 empresas que proveen de piel a los zapateros, que superan por un millar a los fabricantes.
Sin embargo, la mayor parte de la piel utilizada en el calzado se importa, porque los ganaderos mexicanos no se preocupan por cuidar la piel de sus reses. Sin embargo, la piel “es cara, escasa y de mala calidad”, a decir de Guillermo.
Por ello, botas Austin y zapatos Shagui le entraron a la fabricación de calzado sintético, eso sí, de tan buena calidad como si fuera piel.
Las circunstancias han obligado a los productores a cambiar la forma de hacer zapatos, pero no abandonan el oficio de zapatero, que en 1940 tuvo un repunte importante.
Ahora, el sueño de todas, y de estas dos familias en particular, que todavía son pequeñas empresas, es alcanzar el rango de fábrica nacional, tal como lo hicieron Emyco o Flexi, que también comenzaron en talleres familiares hace más de 60 años y hoy son un referente del calzado mexicano.