¿Necesitas un injerto óseo? Imprímelo. ¿Te pidieron de la planta un nuevo prototipo para una pieza? Imprímelo. ¿Estás restaurando tu auto clásico y una manija ya no la consigues en ningún deshuesadero? Imprímela. ¿Quieres poner tu propio negocio de muñequitos? Los puedes imprimir. Bienvenidos a lo que The Economist llama la nueva revolución industrial: la convergencia entre las nuevas tecnologías y la manufactura. O, para ponerlo en dos palabras: la manufactura personal.

 

El término, obviamente, tiene su referencia en el cómputo personal. En los últimos 40 o 50 años hemos pasado de la revolución del cómputo, en que las empresas tenían que destinar enormes pisos para mantener sus servidores y arquitectura informática (los viejos mainframes, algunos de los cuales siguen operando) a tener todo ese poder en un espacio similar al de un frigobar. En cuestiones domésticas, las cosas han sido todavía más dramáticas. Hace 35 años la NASA envió su sonda Voyager 2, que ahora justamente rebasa ya los linderos del sistema planetario para ser el objeto humano más remoto en nuestro universo, con una enorme computadora de 250 kilos de peso y una memoria de 750 bytes. ¡La primera de las iPods que Apple lanzó al mercado, de 5 gibabytes, tenía 200 mil veces más! Por no hablar del poder de las nuevas computadoras, dispositivos y demás aparatos que ahora nos parecen imprescindibles. Todo eso está basado en la Ley de Moore (del cofundador de Intel, Gordon E. Moore) quien predijo que el número de transistores en un chip se duplicarían cada año al tiempo en que su tamaño disminuiría.

 

Esa misma “miniaturización”, se da ya en la manufactura.

 

Con esta revolución, encabezada por los sistemas de impresión 3D (3D Printing), estamos ante la posibilidad de que cada casa sea una pequeña operación de manufactura; cada escritorio, un despacho de diseño completo, y cada emprendedor, una cadena de suministro personal.

 

Es más, ya hay quien predice que en pocos años las tecnologías de manufactura personal serán de lo más común en las escuelas y las pequeñas oficinas. Esto es también una oportunidad para emprendedores, y sobre todo para una economía como la mexicana, tan dada a la creatividad en pequeña escala.

 

Sólo basta una computadora, software de diseño 3D, una impresora 3D y materiales de suministro (como polvo, plástico líquido, polímeros… hasta polvo metálico o metal líquido). Todo ese proceso deriva en algo que los expertos llaman fabber, o fabricante digital. En México, proveedores como Estereolitografía de México, Ideas Sólidas, Vitro Global Design y TecSol 3D, ya traen tecnologías iniciales de 3D, ofreciendo ya sea impresoras básicas o servicios como la fabricación exprés de prototipos.

 

Con todos los avances, que tocaremos en entregas siguientes, ya no suena tan remoto pensar que, a la manera de Transmetropolitan, el cómic distópico de Warren Ellis, los fabbers serán tan básicos en el menaje de casa que sustituirán el refrigerador o el horno de microondas. Como el personaje Spider Jerusalem, el fabber hará caso a nuestras voces y fabricará nuestros deseos y órdenes.

 

Más realístico, en el estudio Factory at Home, Hod Lipson (Universidad de Cornell) y Melba Kurman (de la consultora Triple Helix Innovation), aseguran que el proceso de tener un fabricante digital en casa no tomará más de una generación. “Entonces uno tendrá la difícil tarea de explicar a los nietos cómo es posible haber podido vivir sin un fabber”.

 

De la misma suerte que hoy tendríamos que explicarle a los niños que antes no teníamos iPods ni iPhones y que para usar una computadora con acceso a internet teníamos que ser o millonarios o esperar horas en la biblioteca de la universidad hasta que el geek de ciencias nos lo permitiera.

 

@alex_angeles