Serena Williams posó ayer con el trofeo de campeona del Abierto de Estados Unidos en el Parque Central de Nueva York, el epílogo perfecto de un fabuloso verano en el que aumentó su colección de títulos de Grand Slam y conquistó su primera medalla olímpica de oro en individuales.
Luego de quedar a dos puntos de perder la final del US Open, Williams respondió con un derroche de aplomo y contundencia para vencer 6-2, 2-6, 7-5 a Victoria Azarenka.
Su cuarta corona en Nueva York y número 15 de Grand Slam le puso signos de exclamación al fulgurante resurgimiento de Williams tras padecer quebrantos de salud —incluyendo una embolia pulmonar— que le dejaron fuera de las competencias durante 10 meses entre 2010-11 y luego una insólita derrota en la primera ronda en el Abierto de Francia en pasado mayo.
Esa derrota ante Virginie Razzano, una rival que se encontraba en el puesto 111 del ranking mundial en ese momento y que nunca había pasado más allá de la cuarta ronda en las grandes citas del tenis, sirvió para germinar su sucesión de éxitos.
“Me sentí miserable tras esa derrota en París. Nunca me había sentido tan miserable tras una derrota”, dijo Williams sobre la única ocasión en 47 presentaciones en los Slams en los que fue eliminada a las primeras de cambio. “(Pero) me recuperé … Dicen que a veces lo mejor es perder”.
Lo que hizo Williams fue quedarse en París, donde tiene un apartamento. Se puso a entrenar bajo la supervisión de Patrick Mouratoglou, un técnico que conduce una academia en Francia. Fue la primera vez que la menor de las hermanas Williams buscaba guía de alguien que no fuese su padre, Richard.
Con Mouratoglou acompañándole, Williams ha hilvanado desde entonces una marca de 26-1. Su coronación en Wimbledon puso fin a una sequía de dos años sin ganar un grande.
“Se me presentó y me dijo: ‘Quiero ganar Wimbledon, quiero empezar ya, así de sencillo comenzó todo”, recordó Mouratoglou.
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