El título de esta columna no pretende ser profético, pero si se observan los reportes que cada día da a conocer el Servicio Sismológico Nacional (SSN) de la UNAM, en su página de Internet (ver: http://www2.ssn.unam.mx), seguramente entenderemos que, al estar situada en una zona de alta sismicidad, la Ciudad de México registra sismos prácticamente todos los días; incluso varios eventos en un mismo día.

 

Es la magnitud de esos movimientos telúricos lo que hace la diferencia. La mayoría son imperceptibles para los habitantes de la gran urbe, pues se sitúan entre los 3.0 y 4.0 grados Ricther. Como se sabe, los superiores a 5.0 grados se consideran de mayor riesgo. Recordemos que la escala Richter es un sistema de medición abierto y exponencial; lo cual quiere decir que de un grado a otro, e incluso diferencias entre centésimas, significan incrementos importantes en la liberación de energía o magnitud, que es justamente lo que se mide con ella.

 

 

Sin embargo, si bien en el ámbito de la naturaleza de los sismos es poco lo que se puede hacer, en el ámbito político y social se concentra la mayor parte de las acciones que como ciudadanos podemos asumir, para evitar que algo tan imprevisible e inevitable se transforme en una catástrofe, como la que sufrió esta ciudad capital hace justamente 27 años.

 

 

En la referida página web del SSN se destaca un interesante análisis del doctor Cinna Lomnitz, del Instituto de Geofísica de la UNAM, que refiere cuatro importantes causas de aquella tragedia: “la presencia de arcillas lacustres, el desconocimiento de los efectos de la no linealidad en suelos durante los grandes sismos, la posición geográfica vulnerable de la ciudad de México, y las carencias en materia de prevención de catástrofes.” (*)

 

A diferencia de lo que ocurre con los demás animales, la condición humana le provee a los sujetos la posibilidad de prever, con base en el conocimiento y la comunicación, escenarios posibles de supervivencia. En ese sentido, es pertinente hacer conciencia de lo que humanamente podemos hacer para que, como dice el doctor Lomnitz: “ni la muerte se convierta en una calamidad”.

 

Ciertamente, sin arcillas lacustres en el subsuelo capitalino la catástrofe no hubiera sido posible, y el doctor Lomnitz ha venido insistiendo en que consideremos este factor como el más importante, puesto que proviene del orden de las condiciones reales sobre las que se asienta el mayor asentamiento humano en México.

 

¿Qué papel pueden jugar los otros tres factores, a 27 años de distancia de los sismos de 1985? Dejemos que sea el propio Cinna Lomnitz quien nos lo explique: “La segunda prioridad corresponde necesariamente al factor conocimiento. Se desconocía y de hecho sigue desconociéndose- el efecto de la no linealidad en los suelos durante los grandes sismos. Es posible que este efecto sea menor de lo que aquí suponemos pero todo indica que el efecto existe y que es importante. Es preciso averiguarlo. Los últimos dos factores –agrega Lomnitz– son de tipo político. La ciudad de México está situada en un foco de convergencia del riesgo sísmico desde las zonas activas del Océano Pacífico: ¿qué estamos haciendo al respecto? ¿Qué medidas de protección civil se están llevando a cabo en el ámbito de la comunidad? ¿Cuáles han sido los efectos de la política de descentralización?”

 

(*) Ver: Las causas probables de la catástrofe sísmica del 19 de septiembre de 1985/ http://www2.ssn.unam.mx/website/jsp/Sismo85/index.htm

 

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