“No podemos resolver los problemas [de desarrollo económico] actuales
con la misma forma de pensar que nos trajo hasta aquí”

Con una disculpa para Albert Einstein

 

 

Hoy día, estamos en tiempo de rumores sobre quiénes serán los miembros del gabinete del presidente electo. Uno de los más importantes, en materia económica, es naturalmente el secretario de Hacienda. Más allá de la rumorología, considero pertinente delinear el perfil que debiera tener dicha persona, dadas las condiciones y necesidades económicas del país.

 

En mi opinión, el rostro de dicho candidato debe considerar las nuevas circunstancias políticas, sociales y económicas del país, e idealmente debiera definirse con tres características principales: primero, habilidad política suficiente como para redefinir con creatividad y sacar adelante los muy urgentes cambios que requiere el país en la materia; segundo, los conocimientos técnicos apropiados en materia de presupuesto, tributación y macroeconomía; y, tercero, el prestigio mínimo a nivel internacional como para convencer a los mercados financieros del exterior de que es necesario un cambio.

 

En el pasado, el prestigio internacional no era tan importante al no existir una movilidad importante en el flujo de capitales internacionales, por lo que los conocimientos técnicos tampoco eran una condición tan importante. El país podía darse el lujo de tener un secretario que ni siquiera fuera un político: no era necesario, ya que el presidente mandaba en el Congreso. Con un par de buenos asesores bastaba. Es cierto que hubo buenos secretarios de Hacienda en el pasado, pero también es cierto que hubo ministros que no cubrían con el perfil idóneo y no pasaba nada.

 

No es sino hasta el sexenio de Salinas, cuando México se inserta en una economía global, que dos de estas características cobran importancia. Nos referimos al prestigio en el ámbito internacional y a la capacidad técnica, en un mundo cada vez más sofisticado en términos de economía. Pedro Aspe, puede decirse, es el primer secretario de esta nueva era. Como se sabe, Aspe cumplía con dos de las tres características mencionadas arriba. Sin embargo, no fue un político en ese momento: baste recordar los constantes roces que tuvo con el Congreso, incluso llamó tontos a los diputados. Pero eso no importó, ya que la mayoría en el Congreso era de origen priista y obediente de la figura presidencial.

 

 

 

Esta situación fue similar al inicio de la administración zedillista, al margen del cambio que tuvo que realizar después de 28 días, como producto de la crisis del tequila. A raíz de ésta, el IVA se incrementó, factor que fue clave en las elecciones de 1997, cuando la presencia priista en el Congreso comienza a debilitarse, incluso con conflictos al interior del partido de Estado, donde muchos de sus miembros no estuvieron de acuerdo con el aumento del IVA. Con un priismo debilitado en el Congreso, es decir, un “gobierno dividido”, se añade una nueva característica al perfil de secretario de Hacienda: ser también político. Este, aparentemente, fue el motivo para que José Ángel Gurría se convirtiera en el secretario de Hacienda, ya que era considerado por sus colegas tecnócratas (incluyendo a Zedillo) como un político (opinión que no compartían los políticos) más que un técnico. En realidad, Gurría era y es un excelente negociador —bancario— y líder internacional, no un político, ni un técnico. De ahí que los mercados internacionales lo aprobaran, no así el Congreso con quien tuvo severos enfrentamientos. Nuevamente recuérdese que no hubo mayores cambios a nuestro sistema fiscal, a pesar de que se sometieron al Congreso reformas como la de sobretasa al IVA a ser cobrados por los estados, así como una posible homologación del IVA.

 

Bajo la nueva geografía política, con un presidente no priista enfrentando un Congreso dividido, la elección de secretario de Hacienda se tornó más difícil, ya que quienquiera que fuera debía cumplir con los tres requisitos anotados al inicio de este artículo. En otras palabras, debía ser un político con conocimientos técnicos y con aceptación de los mercados internacionales –y nacionales. Pocas personas (tal vez, nadie) llenaban el perfil.

 

Indudablemente, existían las personas en el país con los conocimientos técnicos suficientes. Algunas con el prestigio a nivel internacional; otras, a pesar de su capacidad técnica, no lo poseían. Pero, prácticamente ninguna de ellas, al menos de entre los que se manejó el nombre, poseía la sensibilidad política necesaria para enfrentar el nuevo entorno político del país. De aquí la disyuntiva: ¿un político con buenos asesores? o ¿un técnico con prestigio internacional? Paradójicamente, los mercados internacionales le reclamaban (como hoy) a México una necesaria reforma fiscal ¡y no les parecía que se nombrara un político! Los hechos sugieren que Fox se inclinó por el técnico con prestigio internacional, aceptado por los inversionistas. El oficio político necesario para lograr la aprobación de la reforma fiscal sometida al Congreso faltó. Un caso muy similar ocurrió con Calderón, al menos los primeros tres años de gobierno; después no sabemos qué quiso hacer. Pero para hacer política no basta con “soltarle dinero a bocanadas” a la oposición (de hecho, se los chamaquearon), hay algo más: ser político.

 

 

 

A la vista de todas las modificaciones que se quieren –y requieren- someter para que México crezca económicamente, la disyuntiva persiste ¿un político con buenos asesores? o ¿un técnico con prestigio internacional? Habrá que evaluar la posibilidad de nombrar a un político, capaz de negociar los urgentes cambios en política económica, que escuche y entienda a buenos asesores económicos (subsecretarios), quienes, a su vez, deberán ser capaces de convencer a la comunidad financiera internacional del rumbo de la economía. Por lo pronto, es importante decirlo: a simple vista no se vislumbra a nadie en el país que sea un técnico con reconocimiento internacional a la vez de político. Habrá que decidirse por uno o por otro. Una cosa es cierta, los secretarios de Hacienda de los últimos sexenios han fracasado como políticos-estadistas. Habrá que voltear a otro lado para encontrar a alguien, no a los lugares de siempre, pues como dice el epígrafe de arriba: no podemos resolver los problemas de desarrollo económico actuales con la misma forma de pensar que nos trajo hasta aquí.

 

*Director de la División de Economía del Centro de Investigación en Docencia Económica (CIDE). Autor, junto con Santiago Levy y Arturo Antón, del estudio ¿El fin de la informalidad en México? Reforma fiscal y seguridad social universal.

 

 

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