Sueño de una tarde de domingo en la Plaza de la Constitución: banderas tricolores, de todo tamaño, al aire, alegres. Calles peatonales abarrotadas de paseantes. Familias enteras. Ojitos transeúntes. Sonrisas de buen clima.
Y una larga, muy larga fila de gente que espera ingresar a los pabellones que albergan la 19ª Semana de la Ciencia y el Conocimiento. Una fila que serpentea hasta casi rodear por completo la plancha del zócalo capitalino… y que por momentos –como buena serpiente que se muerde la cola– abarca todo el espacio lineal, hasta casi borrar el “casi por completo”.
Adentro, ojos y bocas se abren y se llenan de asombro. Los rostros se miran con expresión de sorpresa contagiosa al descubrir las maravillas de la ciencia, siempre tan cerca de nuestras vidas y siempre tan lejos de nuestro reconocimiento.
Algunas personas se dejan atrapar en globos de agua, como capullos de seda. Otros se transforman por momentos en faquires y toman una inquietante y breve siesta sobre una cama de clavos. Unas más exclaman el inevitable “¡Aaaaah!”, mezcla de asombro y alivio, cuando se enteran de que en ningún lado hay indicios de eso que llaman “profecías mayas-apocalípticas”.
Y no faltan las reminiscencias jurásicas: enormes esqueletos que, como túneles imaginarios, nos hacen llegar el sonido de otras eras, de otros tiempos, verdaderamente perdidos. Tan lejanos, que no los podemos alcanzar; tan grandes, que no caben en nuestra imaginación.
Otros esqueletos –acaso más familiares, ¿o más similares?– nos hacen reír, al compartir el movimiento en una bicicleta de doble plaza, como si fuéramos de paseo, sin siquiera movernos un milímetro, a una región remota y antigua como la vida misma, donde el único motor y combustible necesario está hecho de imaginación.
Una caja negra reproduce la figura tridimensional del doctor Enrique Villa Rivera, titular del CONACYT, quien, como si emergiera de una linterna mágica, nos explica la importancia que el conocimiento científico y tecnológico tiene en nuestra vida cotidiana. Y lo hace valiéndose de formas e imágenes “casi tan reales”, que parecen salidas del sombrero de un mago; de las manos de un prestidigitador; de los trucos de un ilusionista; sólo que en vez de magia, lo que hay es tecnología.
En esta decimonovena edición, la gente celebra que “ahora sí” la semana de la ciencia y el conocimiento abarque los siete días de la auténtica prolongación hebdomadaria. También está contenta porque en el Zócalo, el universo nacional del saber científico y tecnológico pudo crecer a sus anchas y expandirse, como crece y se expande el otro Universo, el que se escribe con mayúscula; el que crea el espacio conforme lo ocupa.
Después de este paseo por la ciencia, la tecnología y la innovación, cientos de jóvenes, de niños y niñas quizá puedan acariciar la idea de convertirse en científicos, en tecnólogas, en innovadores del pensamiento… ah, porque no sólo las ciencias naturales tienen cabida en esta feria del conocimiento; también comparten sus saberes las ciencias sociales, las ingenierías y las humanidades.
Desde la mañana de este domingo 23 y hasta el próximo día 29, el Zócalo lucirá un plantón de tecnología, múltiples marchas de vocación científica, miles de gritos de entusiasmo por la innovar. Todos podemos reconciliarnos con el conocimiento y verlo ocupar la plaza, lo mismo que nuestra conciencia; y crecer y agigantarse. La entrada es libre; la invitación, abierta, y la diversión, perdurable.