La apología del nacionalismo es el examen que la mayoría de los políticos reprueban.

Diez de cada diez políticos de cualquier nacionalidad se revisten con sus respectivas banderas para mejorar su rating (antes se le reconocía como popularidad). Y es que la seducción que exhalan los nacionalismos no tiene comparación. Artur Mas disolvió el Parlamento catalán apelando a la híper manifestación en Barcelona el pasado 11 de septiembre (la Diada, fiesta del nacionalismo catalán), en donde quedó claro (para los catalanes) que el chupacabras de la crisis es Mariano Rajoy.

 

El strorytelling (narrativa bien contada) que Artur Mas no se ha cansado de publicitar durante los últimos veinticuatro meses se basa en la victimización. La culpa de la crisis catalana proviene del injusto y anquilosado pacto fiscal entre el gobierno central (Madrid) y Cataluña, en el que se refleja con claridad que ésta comunidad subvenciona, es decir, mantiene, a otras autonomías (pobres) en particular a Andalucía. Con las anteriores 40 palabras se puede resumir la narrativa que Artur Mas ha repetido muchas veces.

 

En una viñeta de ayer, del periódico El Mundo, aparece Artur Mas en tamaño minúsculo ondeando una gigantesca bandera catalana; contento, dice: “Cuanto más grande sea la bandera, menos se fijan en nuestra incompetencia”. En efecto, Mas prometió hace dos años, cuando fue investido como presidente, que el tema prioritario durante la legislatura sería el económico. Dos años después, Mas le ha solicitado al gobierno central 5 mil millones de euros para salir de compromisos de gasto corriente a corto plazo, entiéndase, pagos a servidores sociales, como por ejemplo, gente que cuida a enfermos. Durante el gobierno de Mas, la deuda pública catalana ha escalado un 20%; pasó de los 34 mil 229 millones de euros a 41,778; es la más elevada deuda de todas las comunidades autónomas.  En 2008 hubo en Cataluña 280 mil desempleados menos de los que existen el día de hoy. Entre las reformas a las que ha tenido que recurrir se encuentra el recorte en el gasto público, reflejado en la disminución de sueldos de servidores públicos y en el alargamiento de las jubilaciones.

 

Sin embargo, para que el discurso de Artur Mas haya tenido éxito se requiere de la colaboración de un socio debilitado. Mariano Rajoy no ha logrado controlar la crisis económica de España, por el contrario, de su cosecha sabemos que su administración y liderazgo han sido un desastre.

 

En pocas palabras, la disolución del Congreso catalán traerá como resultado inmediato un alboroto cultural donde España se romperá emocionalmente para dar paso inmediato a la cancelación del proceso transcultural que la globalización promueve todos los días. El siguiente paso ocurrirá el 25 de noviembre donde el partido de Artur Mas, Convergencia i Unió (con elevada probabilidad) aplastará a los partidos competidores, entiéndase el popular, el socialista y algunos otros minoritarios. Junto a CiU, el independentista Esquerra Republicana se encargará de levantarle los brazos a Artur Mas. Después, llegará el referéndum independentista. El resultado, hoy, no es sencillo de estimar. Los únicos datos duros con los que contamos son los referentes a las pasadas elecciones catalanas donde la suma de votos obtenidos por partidos no independentistas (PP,PSC y UPyD) fue de 1.68 millones contra los 1.53 millones que obtuvieron los proclives a proponer la independencia (CiU, ERC e ICV-EUiA).

 

Si en el referéndum ganara el Sí a la independencia, el asunto llegaría a las Cortes (Congreso) españolas donde el PP es mayoría. El plan (independentista vasco) Ibarretxe se estrelló ahí, en las Cortes hace ya algunos años. El nacionalismo español tan fatuo como castizo. Lo que viene, si lo quiere Mas, es salir de la Constitución. El problema es que Cataluña se quedaría fuera de Europa y sin su mejor socio comercial: España.

 

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