Unas horas después del estallido en la refinería petrolera (a finales de agosto) en Amuay, Venezuela, en el que murieron 42 trabajadores, el presidente Hugo Chávez comentó las siguientes palabras: “La función debe continuar”. Su indolencia voluntaria obedeció a que ni un evento desafortunado como lo fue el estallido de la refinería, podía obstaculizar su campaña presidencial. No hay mejor aproximación a una persona que el autorretrato.

 

Chávez ha cubierto sus tics antidemocráticos a través de su capacidad histriónica y con el dinero proveniente por la venta de petróleo (100 mil millones de dólares anuales). Con ambos activos también cubre a las magras cifras macroeconómicas –como la inflación- y a la debilidad de las instituciones -el poder ejecutivo se ha devorado a los poderes Judicial y Legislativo-. No hay otro poder en Venezuela que no se llame Hugo Chávez. Con su visión mesiánica se encargó de desmontar a la entonces débil confiabilidad institucional. Era el fin del siglo XX y Chávez no ha querido que Venezuela ingrese al nuevo siglo. Catorce años en el poder, hoy en día, es una misión democráticamente imposible. Preguntemos a los líderes europeos lo que el poder desgasta. Mariano Rajoy, nueve meses como presidente y una parte de la población ya le pide su renuncia; François Hollande, cuatro meses como presidente, y la presión en contra de sus recortes presupuestales sacó a las calles de París -el domingo pasado- a 70 mil personas; Grecia, tres primeros ministros en menos de un año; Monti, en Italia, anuncia su fatiga. Pero en Venezuela, al parecer, “la función debe continuar”.

 

Dos son los mercados los que mantienen de pie al presidente, el petrolero y el asistencialista. Una de las máximas de la macroeconomía es que pocos entienden los tecnicismos que la modelan pero todos sienten sus efectos. Los niveles elevados de deuda, y bajísimos en ahorro, mantienen en estado de alarma al país venezolano. Qué decir con el manejo discrecional que Chávez hace sobre el Banco Central en el que sus reservas se han minimizado a niveles pocas veces vistos. Al 27 de septiembre del presente año, en la bóveda del Banco Central, quedaban 700 millones de dólares en reservas líquidas, y algunos lingotes de oro.

 

Su gran triunfo se encuentra en el mercado asistencialista; las famosas Misiones Bolivarianas o Misión Cristo, le representarán una bocanada de votos frescos el próximo domingo. Se trata de programas sociales dirigidos a las capas empobrecidas de la demografía venezolana. Henrique Capriles las ha dejado de criticar como lo hizo en su momento. Ahora, simplemente dice que las mejorará. El tema de la inseguridad lo convirtió Capriles en el eje central de su campaña.

 

La política exterior de Hugo Chávez se la compró a Fidel Castro, su gran amigo. Ser antiestadunidense fue una de las fórmulas más eficientes durante el siglo pasado. En el 2012 suena a algo más que ridículo. Chávez soñó con un modelo panamericano donde las naciones refrendarían su identidad a través del comercio intrarregional. Todo, claro, para ganar autonomía sobre los bloques neoliberales. Suena bien a nos ser, de que hace siglos, David Ricardo demostrara a través del modelo de ventajas comparativas el beneficio que surge del intercambio de bienes entre naciones dejando a un lado a las ideologías. Ortega, Morales, Kirchner, Correa, Castro y el propio Chávez se han encargado de negarlo a través de expropiaciones que obedecen a la generación de activos patrioteros por encima de los intereses comerciales.

 

Sobre las conexiones de Chávez con las FARC, las conocen muy bien Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe. En territorio bolivariano se ha establecido campamentos terroristas como si de boys scouts se trataran.

 

El domingo Venezuela decidirá si quiere ingresar o no al siglo XXI.