No toda la Unión Europea se asocia con la crisis del euro. La educación y su efecto transcultural corren por las vías de la civilización.
La Unión Europea pasa por Erasmus: programa de becas universitarias que incentivan a estudiantes de los 27 países de la Unión Europea a dejar a un lado el nacionalismo para entregarse al europeísmo; son becas que oscilan entre los 133 euros (2,394 pesos mensuales que reciben los estudiantes españoles) a los 653 euros (11,754 pesos mensuales para los estudiantes chipriotas). Quien deseé conocer los efectos positivos del fenómeno transcultural sabrá que un estudiante de Hungría puede viajar a Lisboa para asimilar su cultura gracias a Erasmus; que un francés puede estudiar en Praga para adoptar a la cultura checa; que un alemán estudie en Irlanda para conocer las atmósferas dublinesas. El pasaporte como figura burocrática y la visa como transgresora de la civilización. No existe modelo político de integración más exitoso en el mundo que no se llame Unión Europea.
Hace algunos años, en el Colegio de Europa en Brujas, Bélgica, un académico me comentó que los efectos del programa Erasmus son de efecto retardado; “tendrán que pasar 100 años desde que se fundó el programa para que los europeos releguen su nacionalidad a segundo término”. Que un francés se sienta más europeo que francés; que un italiano enarbole la bandera de la Unión Europea en lugar de la tricolor. Suena a utopía pero es innegable el objetivo cosmopolita del programa. Faltan 75 años para comprobar lo que me dijo aquél académico en la magnífica ciudad de Brujas una tarde de 2001.
En 25 años de vida de Erasmus, 2.2 millones de alumnos europeos se han beneficiado del programa; muchos de ellos terminaron por afincarse en el país al que fueron a estudiar y terminaron por relacionarse o casarse con algún(a) pareja. Tienen hijos, pronto nietos y en algún momento, a los integrantes de una generación poco les importará el color del ADN patriotero.
Los euroescépticos se apoyan en la crisis griega para echar a bajo el objetivo transcultural de Erasmus; se burlan de la escena antidemocrática en el que la Comisión Europea y el Banco Central Europeo impusieron al anterior primer ministro en Grecia; recurren a las cifras anémicas de participación electoral en donde se eligen a los eurodiputados (Parlamento Europeo que se encuentra en Estrasburgo); preguntan por la fecha en que Grecia abandonará el euro; señalan a los grupos ultra como la mejor prueba de que la Unión Europea va en sentido contrario.
Detrás de la coyuntura se encuentran los ciclos. Así lo ha atestiguado la propia Unión Europea en sus 55 años de vida. El objetivo fundacional se ha mantenido. No han existido guerras entre los países miembros. Se dice fácil pero la valoración debe de ser enorme. En efecto, la crisis el euro paraliza la evolución de la UE.
El gran reto para los europeos es fortalecer al programa Erasmus, quizá, el programa con más exitoso de la propia Unión Europea; muy superior a los fondos de cohesión y fondos estructurales que solidifican el desarrollo de las naciones más pobres. Mi profesor Manuel Marín, europeo antes de ser español, recuerda en un artículo en El País que (con Erasmus) “Queríamos jóvenes abiertos, que hablaran idiomas, que aceptaran normalmente desplazarse a otros países, deseosos de conocer a otras gentes; queríamos universitarios cosmopolitas, con una visión generosa del mundo” (3 de octubre).
Desafortunadamente los fondos europeos destinados a Erasmus no son lo suficientes para mantener el programa. Durante las próximas semanas los europarlamentarios tendrán que tomar decisiones importantes para salvar a Erasmus. Y es que salvar a Erasmus tendría que ser más importante que el salvamento bancario.