Ojalá y cada vez los restauranteros entiendan lo importante que es darle un buen servicio al comensal no sólo en cuestión de alimentos, sino también de vinos. El beber un buen vino, acompañado de una buena comida, es un gran placer y puede resultar en una experiencia memorable. Un buen vino enaltece los platillos. Uno malo, los nulifica. Sin embargo, para muchos, la figura del sommelier es una personalidad temida, a veces con razón, por su arrogancia y su superioridad. Un buen sommelier se debe ganar el respeto de la mesa, ofrecerle al comensal el mejor vino con la mejor relación precio calidad y no imponerse.

 

Para mí, la experiencia culinaria no está completa sin un buen vino. Ya sea que tenga invitados en casa o que coma en un restaurante, el vino es una parte fundamental. Un buen vino enaltece los platillos. Uno malo, los nulifica. He descubierto que si quieres aprender sobre vinos, lo fundamental es la experimentación: entrenar el paladar para explorar nuevas cepas, nuevas regiones. No siempre pedir el mismo vino funciona. Tal vez para un buen trozo de carne marmoleada un Malbec argentino es el acompañamiento perfecto. Pero ese vino para una pasta delicada, abruma el paladar y acaba con la sutileza del platillo, dejando en el paladar su permanencia avasalladora. Es un verdadero arte encontrar ese acompañamiento perfecto.

 

En los restaurantes, los sommeliers, en principio, son los encargados de encontrar ese maridaje con la comida. Son las personas idóneas para invitarnos a experimentar y probar nuevos vinos. Sin embargo, para muchos, esta figura es todo menos eso: es una personalidad temida, a veces con razón, por su arrogancia, por su superioridad. ¿Cuántas historias de terror no hemos oído sobre sommeliers que te ensartan con las botellas más caras? ¿Cuántas veces no hemos escuchado como nos avasallan sommeliers soberbios y nos hacen sentir totalmente neófitos en el arte de escoger un vino? Para mí, el sommelier perfecto es el que escucha, el que antes de sugerirte una botella, pregunta qué estilo de vinos te gustan y que platillos ordenarás, para así hacer que funcione su magia.

 

Con el tiempo, la figura del sommelier ha evolucionado, alcanzando un estatus de personalidad. A casa me llegan folletos de tarjetas bancarias en donde me ofrecen ser de los afortunados que podrán comprar, a un precio especial, una selección de vinos de un sommelier connotado. También he asistido a catas, en el marco de alguna expo, en donde los asistentes nos peleamos por una silla en una de las largas mesas con manteles blancos y copas alineadas para una cata especial. Ahí, entre los demás suertudos, esperamos probar el vino, aprender y salpicarnos de la sabiduría del sommelier invitado. Muchas veces olvidamos que son las empresas que están promocionando sus vinos y que le han pagado para hablar bien de su vino, se lo merezca o no. En lo personal, es una doble desilusión cuando el vino tan alabado por los expertos es diferente al que llega a mi copa. Una, porque el vino no está tan bueno y la segunda, porque pone en duda el profesionalismo del sommelier.

 

Pero ¿qué hacer? No está todo perdido. He tenido experiencias fabulosas en donde el sommelier ha dejado atrás este estigma y me ha compartido su pasión. Es una delicia toparte con aquellos que te convidan con su entusiasmo por el vino. Se les agradece su honestidad y sinceridad cuando seleccionan un vino sobre otro. Cuando comparten sus conocimientos, te escuchan y te guían para que pruebes el mejor vino dentro de tu presupuesto. Que entienden que su trabajo es promover la cultura y el disfrute del vino.

 

Además, más allá de los restaurantes, hoy en día, en muchas de las tiendas que venden vinos y que toman con seriedad su labor, han contratado a sommeliers para apoyar en la venta de los mismos. En estos lugares, he encontrado grandes aliados para seleccionar mis vinos entre todas las etiquetas que manejan, platicando, preguntando cuáles son los vinos más parecidos a los que me gustan o cuáles son los mejores dependiendo del tipo de vino que requiero para un maridaje. A su vez, también los importadores de vinos nos pueden ayudar a aprender y experimentar. Tal vez no todos han estudiado para sommeliers, pero sí saben mucho, a veces más que los designados “expertos”. En realidad son los que deciden que etiquetas promocionarán y venderán. En el tiempo, he desarrollado una relación cercana con algunos de ellos. Confío ciegamente cuando me sugieren nuevas etiquetas, cuando me invitan a explorar. Sin duda, la lealtad se gana a lo largo del tiempo y hoy privilegio los vinos de unos importadores sobre otros, sólo por la relación que hemos desarrollado a través de los años.

 

En la cuestión de restaurantes, como comensales, de entrada hay que ser más asertivos. Primero, antes de pedir el vino, hay que escoger los platillos que ordenaremos. Después, sugiero ponerse de acuerdo sobre las preferencias de vinos (¿tinto? ¿blanco? ¿cepas favoritas?) y el rango de precio. Ya con esta información, hay que estudiar la carta e identificar un vino. Ya seleccionado el vino le podemos preguntar al sommelier sobre el que escogimos y maridaje. Sí trata de venderme un vino más caro sin mayor explicación, pido el vino que seleccioné y le pongo tache. Sí me escucha y me da confianza, sigo sus sugerencias y quedo invitada a pedirle su consejo en visitas subsecuentes. Un buen sommelier se debe ganar el respeto de la mesa, ofrecerle al comensal el mejor vino con la mejor relación precio calidad y no imponerse o pasarse de lanza.

 

Además, como defensa para prevenir abusos de los gandallas del vino, es importante como comensal nunca pedir un vino sin preguntar su precio y siempre, antes de que lo descorchen, verificar que éste sea el vino que se pidió. A todos nos pasa una vez. La vez que me pasó, que no verifiqué la etiqueta, fue una lección carísima, pero que aprendí y espero nunca se repetirá.

 

El beber un buen vino, acompañado de una buena comida, es un gran placer y puede resultar en una experiencia memorable. Ojalá y cada vez los restauranteros entiendan lo importante que es darle un buen servicio al comensal no sólo en cuestión de alimentos, sino también de vinos. Y bueno, para los que no ideamos una comida sin vino, que mayor deleite, que el de explorar, saborear y seguir aprendiendo sobre el interesante arte del maridaje ya sea dentro o fuera de casa. Sin duda para saber de vinos hay que probar y probar. Espero que tengas un maravilloso fin de semana y recuerda, ¡hay que buscar el sabor de la vida!