La escritura es una disciplina con un alto poder de supervivencia; no requiere de grandes escenarios, puede subsistir con una punta y una superficie donde imprimir una letra, no requiere grandes materiales, mientras exista un trazo una planicie para imprimirlo será suficiente. La modernidad puede resultarle innecesaria al acto llano de escribir. Sin embargo, es la escritura una de las disciplinas que ha tomado mayor ventaja en los medios digitales, ha encontrado en ellos no sólo un modo de subsistir, sino un modo de reproducción. Desde que la escritura ha adoptado a los medios digitales como punta y superficie, ha conseguido hacerse patente en incontables millones de sitios en la red. Muchos han tenido acceso gratuito a obras literarias, otros han abierto espacios de difusión para su trabajo escritural. Buenas plumas se dieron a conocer gracias a sus blogs.
Recuerdo que la primera computadora que llegó a mi casa era un portento, un juguete cuyos misterios sólo podía desentrañar y manipular mi hermano, quien era un genio encantador dotado con una inteligencia innata para los teclados, las guitarras, y los sistemas de computadoras. Recuerdo que con aquella computadora rudimentaria mi hermano consiguió pacientemente crear en la pantalla una animación con un corazón que goteaba en una copa. Ingenioso. Él tenía apenas unos ocho años. La posibilidad de decirle algo al otro puede atraer el interés profesional de ingenieros en informática y escritores por igual. A mi me costó un enorme trabajo entender que una acción producida con mis dedos en un teclado pudiera provocar una serie en cadena de reacciones en un sólo aparato. Todo lo que hasta hoy he podido hacer con una computadora es escribir y editar.
Hasta hace algún tiempo, cuando la ola masiva de digitalización no había inundado mi nubil mente, me negaba rotundamente a la tecnología, escribía novelas completas a mano. Procurando que la velocidad de mis ocurrencias no fuera demasiado más rápido que mi puño derecho. En la era digital la memoria se acelera, se vuelve hiperreceptiva e hiperselectiva, se vuelve una alta consumidora de palabras.
Para muchos parecía que la importancia de la academia iría decayendo gracias a la masificación del conocimiento (conocimiento falaz y no) del que naturalmente proveería la red, pero ocurrió que la red misma se convirtió inteligente y gratamente en una de las herramientas de expansión de la academia. Una pesca milagrosa de facilidades para el estudio. Exactamente esto ha ocurrido para el periodismo y la literatura, si contemplamos la era digital desde su aspecto más positivo. Cuando yo era estudiante no contaba con una computadora para hacer tareas e investigaciones, solía acudir a las bibliotecas o al trabajo de campo. Y poco a poco, conforme pude adquirir una computadora, abrir una cuenta de correo, empezar a navegar por la red, sorprenderme por su incalculable poder de comunicación, abrir mi primer blog, luego el segundo y un tercero, volverme seguidora de decenas de blogs, abrir mi primera cuenta en una red social, mi vida fue cambiando.
Darme cuenta de que en unos pocos años la web 2.0 (web con base en la cual se han diseñado originalmente todas la herramientas interactivas de la red) se había convertido en una herramienta indispensable no sólo para mi divertimento, sino para la realización de mi trabajo y por consiguiente para el buen funcionamiento de mi vida, hizo una gran diferencia. Transcribí mi primera novela, luego la segunda, la tercera, los cuentos, luego todos los poemas que había escrito a mano. Más tarde imprimí esos textos, les saqué respaldos, los mandé a los mails de mis amigos, los guardé en mi ipad, en mi ipod, los subí a mi blog, a mi facebook, a mi icloud… y el asunto de la digitalización, no sólo de mi escritura, si no de mi vida, se ha vuelto obsesivo. Tengo conocidos, escritores maduros, que nunca han tecleado una sola palabra en una computadora, por testarudez, por un temor primitivo, o quizá por simple sensatez, mientras que yo, insensata, viví en carne propia la inserción del fenómeno transmedia en el organismo. En resumen: el sistema capitalista convirtió las computadoras y el internet en un asunto de trascendencia y pago impostergable en mi vida.
Mi ideal impreso de difusión, de registro, de memoria cultural en la era digital es un medio permanente, una publicación que no desparezca en un santiamén. Una revista o un libro que se valga de todos los beneficios de la digitalización para convertirse en un objeto de arte que permanecerá felizmente en los libreros de sus compradores y será quizá hojeado por los hijos de los hijos de sus compradores; que no se convertirá en basura, pues. En términos de web 2.0: un registro que sea visitado miles de millones de veces, cuya consulta se vuelva de culto y que haga gala de todo el lujo de creatividad y belleza que se permite la tecnología digital en el aspecto gráfico, con todo el pulimiento de buenas plumas que redacten con responsabilidad y verdadero interés por el trabajo literario. Para alcanzar su ideal, el periodista y el escritor disponen de una cantidad y una calidad de medios que apenas hace unos cuantos años era insospechada. La alineación actual de plumas tiene delante el formidable desafío que representa la riqueza de sus herramientas junto a la complejidad de un mundo que cambia a vertiginosas velocidades.
El que escribe ha de valerse entonces del conocimiento tecnológico, al mismo tiempo, hoy como antes, de una activa curiosidad por la realidad que registra y un manejo completo del jamás reemplazable lenguaje. Son cada vez más diversos los medios con los que cuenta la cultura ofertable, sin embargo todos sabemos que sigue siendo una cuestión de élites alcanzar cobertura en los medios más conocidos. Por otro lado, la oferta de literatura, al encontrar diminutos y numerosos medios para canalizarse se vuelve desproporcionadamente competitiva y pierde sus ejes de demanda. Por ello vemos que, aunque surgen editores y sellos, muchos cuentan con una vida activa corta, incapaces de sostenerse a flote ante la competencia y la falta de interés por la literatura. Otro problema con el que se encuentran los medios impresos y que parece nulo en los medios exclusivamente digitales, es el asunto dolorosamente complicado de la distribución. Las distribuidoras de mayor alcance popular se niegan a recibir publicaciones de corte literario. Es pues, un círculo vicioso que a final de cuentas impide al lector recibir ofertas. En este sentido los medios digitales son mucho más generosos, puesto que permiten la ofertación real y sin intermediarios. Sin embargo es la televisión, tan escasamente literaria en México, quien sigue monopolizando el consumo de las masas.
*Rowena Bali es novelista, ensayista y editora de la revista Cultura Urbana
Pueden consultar parte de su trabajo literario en los siguientes blogs:
http://www.inarowencrop.
http://www.elagentemorboso.
http://www.