Hugo Chávez y Henrique Capriles nunca tuvieron la misma probabilidad de ganar las elecciones presidenciales del pasado domingo, condición indispensable para comprobar la existencia de la democracia. Después de tantos siglos de que ésta se encuentre instalada en la vejez, conviene contemporizar sus rasgos para dejarle de llamarle como tal, si así fuera necesario. Pero tampoco conviene pasar por ingenuo al pensar que la democracia es el juego de las simetrías. En sus reglas se encuentra un elemento extraño que la convierte en el juego de las asimetrías.

 

Más allá de la esperanza, los sueños, las ideologías, el fetichismo, la brujería y los milagros, conviene preguntarse por la probabilidad que tuvo Capriles en ganar las elecciones el domingo pasado. De cien eventos concurrentes, electoralmente hablando, cuántos de ellos los perdería. Si no gustan los números, entonces demos un paso a tras para tangibilizar a la probabilidad.

 

En efecto, la ciencia política tendría que refrendar sus postulados a través de las matemáticas para despejar cualquier tipo de variable fanática.

 

La probabilidad nace de la realidad. Tres elementos se convirtieron en ventajas torales de Chávez sobre Capriles: la fuerza del Estado, la inversión en política exterior y, finalmente, la creación, a través de incentivos monetarios y materiales, del mercado de la pobreza.

 

Me concentraré en el segundo de ellos, porque de los otros dos, se ha hablado demasiado. Basta decir que el gramaje de poder de Hugo Chávez y el Estado, o del Estado y de Hugo Chávez, fue abismal en comparación al de su competidor. Henrique Capriles convirtió el concepto de las elecciones en un plebiscito, lo que le ayudó a concentrar en su favor al voto antichavista.

 

Es decir, conviene disipar a la inocencia de quien busca reacciones políticas entre ideales. El gobierno de los medios de comunicación chavistas, se puede sintetizar en Telesur, una especie de CNN tropical donde el único programa se llama Hugo Chávez. Es el Big Brother donde Chávez concursa para no ser olvidado por la población; miles de intervenciones –la mayoría de ellas inútiles- fueron acompañadas de ocurrencias y amenazas durante la transmisión. Y al final del programa, el maestro de ceremonias lo declaró como vencedor. Ahora, a regresar al set por seis años más.

 

Sobre los incentivos que utilizó para crear el mercado de la pobreza, sólo conviene pensar en la manipulación de programas tipo Oportunidades. Donde el dinero, las escuelas y la salud se otorgan en la frontera del populismo electoral

 

. Si por un momento nos olvidamos de que se trata de un mercado donde existen incentivos que buscan resultados, entonces tendríamos que aplaudir a Chávez por sus exitosos programas llamados Misiones.

 

Chávez se convirtió en una especie de embajador de la zona. Con una hipotética derrota chavista, como lo afirmó Carlos Pagni en el periódico La Nación, Cuba hubiera sufrido una segunda caída del muro de Berlín; Chávez importó a 30 mil cubanos para ideologizar varias zonas venezolanas y sobre el petróleo, todo el que Cuba necesito a un precio con tendencia a un cuarto de centavo el barril.

 

A Argentina, Chávez se convirtió en un donador electoral en favor de la pareja Kirchner. El propio Capriles recordó hace tiempo que los Kirchner recibieron 3 mil millones de dólares en 2007; sobre Colombia, Chávez logró sacarle jugo al pragmatismo de Santos. Su empatía logró detonar el famoso plan de paz con las FARC; si Chávez hubiera perdido la situación para Santos, muy probablemente, se hubiera complicado. El voto de Bolivia y Nicaragua también fue a favor de Chávez. Sus acercamientos comerciales así los obligaba a actuar.

 

La victoria de Chávez es la mejor ocasión para contemporizar a la democracia porque de lo contrario tiene razón Kavin Baker al preguntar, en un reciente artículo en la revista Harpers’s, Why vote? When your vote counts for nothing.