Vaya paradoja: vivir en la escasez de agua y que la ciudad se inunde en época de lluvias. Este problema no es nuevo, ya desde tiempos de los aztecas se hacían obras hidráulicas para desalojar el líquido de las chinampas sobre las que se edificó Tenochtitlán, pero que fueron destruidas durante la invasión española. La lucha contra el flujo natural de los ríos ha sido la constante desde hace muchos siglos; ahora se le bombea para sacarla del valle y así evitar que se inunden las colonias aledañas a los pozos, vasos, ríos y presas.
En esta lucha contra la naturaleza hay varios factores que ponen en riesgo el futuro de la capital. Por un lado se encuentran las autoridades que desoyen y minimizan las voces de académicos y organizaciones ambientalistas que promueven la captación de lluvia y por otro, el desinterés de un sector de la población que poco o nada le interesa frenar el despilfarro de un elemento no renovable. Mientras China, Estados Unidos y algunos países árabes ya se encuentran en una carrera frenética por controlar ríos, lagos y grandes pozos con el objetivo de enfrentar un futuro casi apocalíptico, en México parece que tenemos una percepción de que siempre la tendremos. Lo mismo pasa en otras áreas estratégicas.
La mente contemporánea, lo sabemos, se encuentra enchufada a una pantalla de televisión, monitor de computadora o de smarthpone que arroja cada segundo todo tipo de noticias. En ese oleaje “noticioso” se pierde la conciencia de lo que puede ser importante porque ¿qué importante sacamos de los mass media? La esfera mediática dicta a la sociedad los temas de discusión, lo qué es importante en el momento. Hace dos años la falta de lluvias, los eternos problemas del Sistema Cutzamala y el hundimiento de la ciudad de México, que descompone toda la estructura hidráulica de la metrópoli, pusieron por primera vez en el centro de atención la conciencia del ahorro del líquido, pero después regresaron las lluvias, las presas se llenaron otra vez y todo quedó en el olvido: a despilfarrar la abundancia. Desde entonces vivimos en ese sonambulismo; de repente nos despierta una voz de alerta, pero inmediatamente regresamos al sueño.
El Sistema Cutzmala provee al DF sólo el 30 por ciento del líquido. El resto proviene de pozos, otros acueductos, ríos y de los mantos acuíferos que sufren una sobreexplotación de 40 metros cúbicos por segundo. Sin embargo de toda el agua potable, el 30 por ciento se desperdicia en fugas. Ante esta dinámica las aguas residuales representan una tercer vía ante la creciente escasez de agua limpia. Los tratamientos de costos accesibles para su potabilización hace cada vez más posible su rehuso..
Otro punto del tema se encuentra del lado de las autoridades, federales o del Distrito Federal, que monopolizan la distribución-venta del líquido, por lo que se encuentran bastante renuentes a implementar sistemas de captación pluvial. Organizaciones ciudadanas y especialistas consideran que la negativa responde más bien a intereses comerciales para beneficiar a amigos, compadres o familiares en las obras hidráulicas o de concesión en el servicio de distribución de pipas. Como sea. Prefieren gastar el presupuesto en la búsqueda de pozos que le den a la metrópoli abastecimiento para los próximos 10 años, ¿cuál es su preocupación? Hipótesis. Según algunos especialistas temen que si los capitalinos recopilan el agua de lluvia entonces ya no quieran pagar por el servicio, para qué pagar si su consumo lo obtienen del cielo.
Aunque no faltan quienes piensan como el diputado federal Luciano Quadri, hijo del ex candidato presidencial del Partido Nueva Alianza, quien hace unas semanas escribió en su cuenta de Twitter (@lucianoquadri) que “Si pagan el agua, tienen derecho a desperdiciarla. El gobierno tiene la responsabilidad de garantizar su abasto y potabilidad”. Ejemplos hay de sobra.
@urbanitas