Quien diga que los debates electorales en Estados Unidos forman parte del espectáculo, tiene razón. Más allá de la academia, la burocracia y los cenáculos del poder, la política se consume a través de pixeles; esa pantalla que con el zapping logra destruir fronteras del pensamiento para establecer una sola naturaleza, la del espectáculo.

 

El espectro de interés político real entre los televidentes es la gestoría; tramitar una licencia, pagar las contribuciones, comprobar que en la calle haya seguridad y buen drenaje, son algunos de los elementos de interés que gravitan sobre la ciudadanía. Si la política no formara parte del espectáculo, los ciudadanos serían mucho más exigentes con la crema y neta de la burocracia, es decir, con diputados, senadores y presidente. Los índices de credibilidad lo comprueban. El político genérico no logra permanecer en el top ten de los más creíbles. Es curioso pero la correlación entre transparencia e información respecto a la credibilidad de los políticos mantiene una clara tendencia negativa. Mientras más información circula la credibilidad del político genérico desciende. No están solos. Los políticos se dejan acompañar por la iglesia y la policía, entre algunos otros.

 

Así que lo mejor es dejar a un lado el estrés por la política para introducir los códigos adecuados que faciliten la interpretación histriónica de los políticos.

 

58 millones de espectadores estadunidenses observaron el debate de la semana pasada entre Obama y Romney. Obama dejó pasar la oportunidad de oro: aprovechar el desconcierto que Romney había provocado en el segmento con mayor IQ de los republicanos debido a un conjunto de acciones erróneas: su gira por Europa fue un desastre, sus comentarios discrecionales sobre el 47% de la población floja que se dedica a extender la mano para solicitar dádivas, paralizó algunos corazones del electorado y algo peor, su discurso monotemático lo mostró como un político no apto para gobernar. Es decir, un conjunto de rasgos negativos del propio candidato, aunado a externalidades negativas, se habían convertido en minas para el propio Mitt Romney. Pero Obama se encargó de desactivar las minas. Con su ayuda, Romney logró recuperar terreno. Las cifras encendieron alarmas en el Cuarto de Guerra de Obama en el momento en que el prestigioso Pew Center emitió los puntos de inflexión de la campaña, es decir, las tendencias favorables de Obama ya forman parte del pasado.

 

Entre los votantes probables, es decir, aquellos que se han registrado en el padrón estatal y que además están dispuestos a votar, el 49% está con Romney y el 45% con Obama; los números se revirtieron en cuestión de horas. Como sucede con el futbol americano, fuera de los cuatro cuartos es imposible sumar votos; más allá de los debates, el movimiento de los números es cansino con tendencia a 0.

 

Los pixeles económicos de Obama han dejado de funcionar. Los 25 millones de desempleados estadunidenses ya se habían convertido en el coro de Romney pero solo falta una falla del presidente para que las pantallas de televisión hicieran lo suyo: crear una percepción sobre la debilidad del presidente que se desgastado súbitamente durante cuatro años.

 

Vendrán dos debates más entre Obama y Romney. Los pixeles de ambos serán evaluados por acuciosos televidentes cuyo interés real seguirá siendo el poder pagar la luz, la educación y las tarjetas de crédito.

 

Lo de Plaza Sésamo sirve para encender pixeles. Y claro, para desaparecer el canal PBS.