El estadio Montjuic de Barcelona se encontraba pletórico de alegría el día en que se inauguraron los Juegos Olímpicos en el verano de 1992. Unos 200 metros antes de llegar al estadio, un grupo de jóvenes repartía volantes a la gente que acudía a la ceremonia de inauguración. En los volantes, se podía observar un mapa de España del que sobresalía Cataluña. Here’s Barcelona. El ejercicio propagandístico tenía un claro objetivo: diferenciarse territorialmente de España.

 

Después de los Juegos, el destino de Barcelona cambió de rumbo, tanto en lo deportivo como en el desarrollo urbano de la ciudad. Vigorosa, progresista y tan estética como Gaudí y Dalí quisieron, hoy Barcelona es una de las principales ciudades europeas y su equipo de futbol se ha convertido en uno de sus amables embajadores.

 

La inquietud histórica por la independencia –y no por la soberanía como se refiere el presidente catalán Artur Mas- nace de los enfados cultural y económico que tiene el gobierno catalán respecto al gobierno central de Madrid. En el eufemismo utilizado por Mas subyace la verdadera intención: practicar box de sombra para mover las emociones de los ciudadanos sin la necesidad de dar el paso crítico, romper con España.

 

En concreto, el elemento que detonó el reciente malestar de Convergencia i Unió (partido del presidente Mas) por la aparente indiferencia del presidente español, Mariano Rajoy, sobre la situación de Cataluña, fue el tema económico.

 

Las cifras

 

El mes pasado, el conceller (una especie de secretario de Estado) de Economía, Andreu Mas-Colell, envió un oficio con carácter de urgente al gobierno de Rajoy: Cataluña requería de un crédito por 527 millones de euros para salir de compromisos de pagos en el corto plazo, entiéndase para el último bimestre del año. En esta cifra no se encuentra un solo euro del rescate de Cataluña, también urgente, cifrado en poco más de 5 mil millones de euros para aliviar las consecuencias de los déficits comercial y público.

 

Artur Mas supo que la crisis económica, tarde o temprano, le cobraría factura. El déficit de la economía catalana con el exterior rebasa los 6 mil millones de dólares. Con dos años en el gobierno y con una alianza parlamentaria de su partido –CiU- con el Partido Popular (PP), su imagen se deterioraría súbitamente a tan solo dos años de haber ganado las elecciones. En pocas palabras, Artur Mas estaba condenado al fracaso gubernamental y, algo peor, a depender de la alianza con el PP, un partido en el Gobierno que está siendo devorado por la crisis del euro. Lo mejor para Artur Mas era bracear a contracorriente de la historia de su partido, que si bien es nacionalista, nunca ha sido independentista. La jugada es riesgosa pero muy disfrutable de aquí al día de las elecciones, el próximo 25 de noviembre. Es disfrutable porque el resultado de las elecciones le dará la mayoría absoluta a CiU; si no la obtuviera, recurriría a Esquerra Republicana para sincronizar sus deseos por más ancha que sea la brecha ideológica entre los dos partidos. De esta manera Mas se quitaría de encima, primero al PP de Rajoy y después al Partido Socialista Catalán.

 

Del otro lado de la moneda se encuentra el riesgo de obtener la independencia. Mas se encontraría, primero, con polarización de España sobre Cataluña, y después los números: la reducción de su PIB alcanzaría los 50 mil millones de euros, perdería 130 mil empleos, unas mil 300 pequeñas y medianas empresas desaparecerían, los ingresos fiscales bajarían en más de 17 mil millones de euros, el déficit público subiría al 12%, y la deuda pública ascendería a 250 mil millones de euros, es decir, 150% de su PIB. (ABC, 16 de septiembre). Las cifras son contundentes y fías. Con un poco de seriedad, el presidente catalán tendría que medir los efectos que provocaría sus intenciones. Sin embargo, como político, Mas sabe que le conviene convertirse en instrumento reivindicativo. También debe saber que tarde o temprano tendrá que bajarse del tren antes de llegar al final del recorrido (independencia). Cuando lo haga, ya habrá recogido ganancias. Las más seguras son: el incremento de popularidad y un nuevo gobierno.

 

El 11 de septiembre se convirtió en el día ideal para que Artur Mas se colocara la capa de superhéroe del independentismo. Se le conoce como la Diada y es la conmemoración de la caída de Barcelona frente a las tropas borbónicas al mando del duque de Berwik durante la Guerra de Sucesión Española en el año de 1714.

 

La cifra de los manifestantes del pasado 11 de septiembre supero al millón y medio. Inédito para los barceloneses. Las principales arterias como la Diagonal, Paseo de Gracia y Plaza Catalunya no sirvieron para distribuir con soltura a todos los manifestantes. Entre varios mensajes que se pudieron leer aquella mañana llamó poderosamente la atención el siguiente: Catalunya, nou Estat d’Europa; una frase que es mucho más soft, que Ruptura con España.

 

Para Artur Mas, el día después fue grandioso. Simplemente hay que leer la interpretación que él mismo le dio a la manifestación: “Catalunya no dispone de la mayoría de estructuras propias de un Estado normal e iremos construyéndolas”. No dijo poco a poco, pero dejó claro que “esto no se hace de la noche a la mañana” y que “no será fácil” (La Vanguardia, 13 de septiembre).

 

El guion ya escrito

 

En febrero del presente año, Artur Mas se encontró con Rajoy en Madrid, y un intercambio de palabras generó empatía entre ambos. “Vivo en el lío”, le confesaba Mariano Rajoy a su invitado. “Yo también” le contestó Mas. Se referían obviamente a la crisis económica. Todo cambió ocho días después de las manifestaciones de la Diada. El pasado 19 de septiembre el presidente catalán asistió a la Moncloa –con el importante activo del millón y medio de catalanes que se manifestaron- para renegociar el pacto fiscal. Artur Mas se ha cansado de decirle a Rajoy que Cataluña no puede mantener a las comunidades que tienen un ingreso por debajo del promedio del país, por ejemplo, Andalucía. Al finalizar la reunión, sus rostros, sin la necesidad de palabras, manifestaron el fracaso de su encuentro.

 

La noticia motivó a Mas a anunciar unas horas después la convocatoria de las elecciones para el próximo 25 de noviembre: “En momentos excepcionales, decisiones excepcionales” (La Vanguardia, 26 de septiembre).

 

Al obtener la mayoría, Artur Mas realizará, sin el consentimiento del gobierno de Rajoy, un plebiscito para esclarecer la cifra de catalanes pro independentistas. En dado caso que la cifra supere al 50% más un voto, tendría que turnar el caso a las Cortes Españolas para que ratifique su propósito. Un camino demasiado empedrado inclusive, desde la propia consulta en Cataluña.

 

Por el lado del gobierno de Rajoy, como también sucedió con José María Aznar cuando fue presidente, la articulación de su política autonómica ha estado fundamentada en un nacionalismo excluyente y por lo tanto permisivo. En el caso de Aznar, como se dice popularmente, le crecieron los enanos. Carord Rovira, de Esquerra Republicana logró obtener un récord histórico en el número de votos. Los nacionalistas radicales de derecha e izquierda, tarde o temprano, se llegan a tocar en el espectro ideológico. Mariano Rajoy pertenece al PP, heredero ideológico de Alianza Popular, el partido que recogió los resabios del franquismo.

 

En las crisis económicas y políticas no todos pierden. A Artur Mas poco le importa que el guion ya se encuentre escrito prácticamente en su totalidad. Con su ánimo independentista ganará popularidad y las elecciones del 25 de noviembre. Del pacto fiscal que desea negociar con Rajoy, no se espera que obtenga buenos resultados. Lo que sigue –la decisión de independizarse- les tocará a los ciudadanos decidir. Si así lo decidieran, el PP de Mariano Rajoy detendría la reforma constitucional. El último camino que tendría Rajoy sería salir de la Constitución para romper a España. Frívolamente, la primera derrota sería para el equipo de futbol Barcelona pues saldría de la Liga BBVA. El nuevo clásico sería Barca frente al Espanyol.