“El Gobierno del Presidente de la República ha abatido a …” reza uno de los anuncios que el Gobierno Federal ha estado promoviendo en los últimos días. La publicidad nos muestra el orgullo que da al gobierno de Felipe Calderón, “abatir” delincuentes.

 

Entre los múltiples significados del verbo abatir está el de humillar, pero también significa hacer que algo caiga o descienda. Abatir no es sinónimo de matar, pero cuando el gobierno nos dice que alguien fue “abatido” lo piensa como sinónimo de “lo matamos en caliente”.

 

Hace unos días, probablemente rayando el éxtasis, Felipe Calderón pretendía anunciar con bombo y platillo que habían “abatido” al líder de los Zetas. Les robaron el cadáver, y en unas horas la satisfacción del carnicero que había logrado su mejor corte se transformó en ridículo. Este fue uno más de los “saynetez” de la marina (como cuando apareció Beltrán Leyva “abatido” y tapizado de billetes ensangrentados).

 

Bajo esta mentalidad de carnicero que ha dominado a Felipe Calderón, nos encontramos con juicios sumarios de escritorio, inocentes acusados de ser bandas criminales, “abatidos” en el fuego cruzado, que ejército, presidente y marina intentaron presentar como culpables. Al abogado de la libre de derecho le nació su verdadera vocación.

 

Adiós a todas las garantías individuales. Un delincuente procesado no supone méritos para su captor, necesitamos la cabeza, las vísceras, el anuncio con voz dramática “El Gobierno del Presidente de la República abatió a Lex Luthor”. Vivimos en un país mejor, porque tenemos un presidente carnicero. ¿No deberíamos sentir un asco y vergüenza generalizados por él?

 

Puedo entender que existan “razones de estado” para matar en vez de procesar a un delincuente, el problema es que la razón de estado se convirtió en costumbre y mercadotecnia política. Imagino que llevar un narcotraficante poderosísimo a una cárcel de máxima seguridad repleta de colegas suyos complica cada vez más el gobierno interior, imagino que un capo preso es más peligroso que uno enterrado. Lo que no me cabe en la cabeza es que un presidente saque sus spots y se presuma carnicero cuando dejó un país varias veces más inseguro de lo que era antes, que juzgue inocentes como culpables, que presente a su hijo vestido de militar durante una entrevista tal cual hizo Gustavo Díaz Ordaz con su nieto, para justificar su masacre en Tlaltelolco.

 

Uno va a la carnicería y se encuentra con un calendario en el que quizá haya una modelo semidesnuda, el carnicero chifla o canta, el carnicero no venera al animal que destaza, el carnicero sólo tiene una relación fría con la sangre y con la carne que va cortando. El carnicero vive de “abatir” a las reses y los cerdos. “Cruel, sanguinario, inhumano” es uno de los significados de la palabra carnicero … como quien se publicita exitoso tras “abatir” una vida más, un delincuente más que no fue juzgado y sentenciado conforme a derecho, sino condenado a la pena de muerte rápida desde el escritorio.

 

El carnicero fue postulado por un partido humanista, un partido que dice defender la dignidad de la persona humana, pero aquí no hay dignidad alguna, cada vida humana abatida es un trofeo de caza. Si por Felipe Calderón fuera, tendría un salón decorado con las cabezas de Beltrán Leyva, Nacho Coronel, el Lazca, entre otros.

 

Peor aún, entre los abatidos hay niveles, los que se llevaron las primeras planas, de un lado, y los más de 60,000 sin nombre ni apellido.

 

Ojalá que el próximo 30 de noviembre sea el final de esta era necrófila (hasta en el homenaje a los héroes de la independencia tuvimos que vivir la necrofilia del presidente), de este lenguaje político en el que matar es gobernar. No necesitamos otro carnicero en Los Pinos.

 

@GoberRemes