Si hay algo destacable en Después de Lucía, el segundo largometraje del cineasta mexicano Michel Franco, es una clara y evidente evolución en sus habilidades para la dirección de actores. A diferencia de su ópera prima -la en extremo fallida Daniel y Ana (2009)- donde salvo excepciones (Marimar Vega), todo el trabajo actoral resultaba falso y acartonado; aquí al contrario, el director logra armar un espacio que se siente real: un mundillo de adolescentes preparatorianos, fresas pero prepotentes, que pondrán en jaque a Alejandra, la chica nueva del salón.
Desgraciadamente las buenas noticias acaban ahí; y es que Michel Franco insiste en hacer del shock value su único recurso para impactar al público. Al igual que en Daniel y Ana, Franco sigue jugando a crear conmoción en el espectador mediante escenas y situaciones extremas que suceden casi sin pudor alguno frente a la pantalla, pero que carecen de un sustento argumental y de un objetivo dentro de la película que no sea el de simplemente incomodar al respetable.
Hay una fina línea que divide a un director provocador de un simple alborotador; desgraciadamente Michel Franco no ha sabido encontrar la diferencia, o al menos eso queda claro al ver sus películas.
En Después de Lucía conocemos a Alejandra (Tessa Ia, adorable en pantalla) y a su padre (extraordinario Hernán Mendoza quien se roba por completo la película), ambos se mudan de Puerto Vallarta a la Ciudad de México luego de que la madre de Alejandra muriera en un accidente de tránsito. Al llegar a su nueva prepa, ella trata de adaptarse a su nueva vida, lo mismo que su padre, chef de profesión al que sin embargo se le nota le ha resultado más difícil aceptar la pérdida.
Alejandra es invitada a una fiesta en la casa de playa de uno de sus compañeros. Luego de una noche de alcohol y drogas, aparece al día siguiente en internet un video de la chica teniendo sexo; lo cual desata toda una vorágine de reacciones con sus compañeros de prepa; un brutal alud de burlas y acoso cuyo común denominador es el machismo rampante de toda esa elite de jóvenes de escuela privada.
Franco inicia su cinta con gran precisión; fiel a su estilo, narra su historia mediante cortes rápidos, acciones pausadas y diálogos más bien informativos, pero que consiguen mantener el interés del público. No obstante, al momento de desatar la bomba, el director convierte lo que hasta ese momento parecía un buen relato sobre la pérdida y su aceptación, en una auténtica película de terror en la que Alejandra será víctima de todo tipo de vejaciones a grado tal que el público inevitablemente se preguntará si nadie (incluyendo ella misma) hará nada al respecto.
Con más similitudes que diferencias respecto a su ópera prima (curioso que en ambas sea un video de índole sexual el detonador de la tragedia), afortunadamente la cinta tampoco busca ser una denuncia o un cuento moral sobre el bullying. Más allá de su incesante hambre de polémica, la cinta carece de un objetivo claro, dejando un final abierto que si acaso provoca empatía y emoción con el público no es sino por la necesidad de que alguien parara esa masacre.
Después de Lucía (Dir. Michel Franco)
2 de 5 estrellas.
Guión: Michel Franco.
Con: Tessa Ia, Hernán Mendoza, entre otros.