En la política, como en las matemáticas, la multiplicación de dos valores negativos da como resultado uno positivo. La visión demagógica del presidente catalán, Artur Mas, al querer zarpar del puerto de Barcelona hacia la isla de la fantasía secesionista, y la respuesta polisémica del ministro de Cultura, José Antonio Wert: españolizar a los catalanes, lograrán, entre otros actores protagónicos, llevar a los españoles hacia un proceso de mutación. Ahora, al temor que tienen sobre el estado económico que guardan sus respectivas familias, lo acompañará el temor de la ruptura. Ya lo dijo la semana pasada el conceller de seguridad de la Generalitat de Catalunya, Felip Puig, en caso de ser necesario, los Mossos d’Escuadra (policía catalana) tendrán que defender a los catalanes.
Mientras que las ideologías del siglo XX se encuentran a la venta en anticuarios y en tiendas de descuentos permanentes, la fórmula orwelliana tan bien cocinada en su obra 1984, vender miedo, continúa compitiendo con los lanzamientos de Apple. Vender miedo a cualquier precio produce una gran demanda (su precio es inelástico ya que cualquier variación en él, no mueve a la demanda).
Artur Mas y Mariano Rajoy se han declarado la guerra del miedo a través de la retórica. La primera prueba tuvo un rostro medianamente benévolo: el adelanto de las elecciones. Primero ocurrió en el País Vasco, inmediatamente se adhirió Galicia y finalmente Cataluña.
Los resultados del fenómeno orwelliano los pudimos ver a través de las cifras electorales de los comicios gallegos y vascos ocurridos el domingo pasado. Los gallegos cerraron filas con el candidato de Mariano Rajoy y todo lo que ello implica, por ejemplo, el apoyo a sus políticas de ajuste en el gasto público. El PP ganó sin la mayor preocupación. Los socialistas gallegos pasaron a ser la tercera fuerza después de los nacionalistas. Por su parte, los vascos recibieron de los catalanes una motivación mimética al dar su apoyo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) mientras que EH Bildu, el remanente del brazo político de ETA, logró un ascenso importante. Tan importante que desbancó a los socialistas vascos y al PP, al tercer y cuarto puesto respectivamente.
Sobre las elecciones catalanas que se celebrarán el 25 de noviembre se proyecta una mayoría absoluta para el partido conservador de Artur Mas, Convergència i Unió. De esta manera concluirá el primer capítulo de las aventuras de Rajoy y Mas: azuzar a los nacionalismos en tiempos de precariedad económica.
Algunos elementos atractivos fueron fichados en esta semana por los ejércitos del verbo español y catalán: el club de futbol Barcelona, entre otros equipos catalanes, y Mario Vargas Llosa junto a José María Aznar. Sus voces lograrán intimidar a los ciudadanos.
En el primer caso, la fórmula es tan atractiva como pueril. Futbol y política tendrían que ser antagonistas y no socios. Artur Mas logró que el mejor club del mundo le diera una palmada sobre la espalda para viajar con él a la isla de la fantasía secesionista. También lo hizo, sorpresivamente, el equipo Espanyol de la Primera división.
Aznar, por su parte, contribuyó con una frase estremecedora: “Cataluña no puede permanecer unida si no permanece española”. Nos recordó la época en la que, con palabras similares, hizo crecer al partido separatista catalán, Esquerra Republicana.
La cereza la puso el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa. Se le ocurrió decir que “el gran enemigo de la libertad es el nacionalismo”. Yo estoy totalmente de acuerdo con la frase. Lo malo fue el contexto: la dijo durante un evento de la fundación de Aznar, las FAES, una fundación cuya principal característica es su híper nacionalismo españolista. Ni modo, Vargas Llosa se puso el traje de torero.