Los Zetas, el grupo paramilitar del narcotráfico mexicano, es producto del olvido a los pobres, los marginados, los niños que se mueren de diarrea en la sierra de Guerrero, dice Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967), autor de Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco.
“Los Zetas somos nosotros, el olvido, el abandono del abandono, los desterrados de los desterrados, el vómito de la sociedad mexicana. Mientras haya estos niveles de marginación, hambre y la falta de oportunidades que alimentan el rencor y el resentimiento existirán las expresiones más violentas”.
El fundador y columnista del semanario Río Doce agrega que la tendencia natural de un gobierno preocupado por su gente sería eliminar a los malos, los más sanguinarios, controlarlos, desterrarlos y luego combatir a los demás poco a poco para que el Estado se eleve por encima de las organizaciones criminales como lo hizo Colombia. Sin embargo,añade, somos un país sin Estado, sin gobierno, sin ley.
“Siempre van a haber zetas mientras haya niños que se mueren de diarrea en la sierra de Guerrero, ante la falta de opciones y no haya alimentos ni lo más básico”.
El libro Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco, asegura, no es uno más de la profusa bibliografía que hay en las mesas de novedades, porque en él aborda el conflicto y sus secuelas más allá de los datos fríos proporcionados por funcionarios; “hay que hablar de las personas, sus historias, de las dimensiones ocultas”.
“Esta es una guerra que dejó de pertenecer al ámbito policiaco, un asunto entre buenos y malos. Mueren ancianos, adultos, jóvenes y niños. El narcotráfico domina todos los ámbitos de la vida del país. Todos los días las páginas de los diarios y los noticieros se encargan de ponernos al tanto de las pugnas de las organizaciones criminales y detenciones de supuestos jefes y lugartenientes, pero esas son sólo cifras de una guerra que ha dejado más de 70 mil muertos en seis años, miles de desaparecidos y desplazados.
“Más allá de las estadísticas que proporcionan las dependencias de seguridad se encuentra el dolor de familiares de víctimas delevantones o desapariciones forzosas sin encontrar respuesta a preguntas como ¿dónde buscar?, ¿pedir o no ayuda a las autoridades? ¿Y si están coludidas?”
Para Valdez Cárdenas es un error hablar de violencia en términos de números de muertos, porque en Culiacán el tejido social se encuentra cercenado, roto por una batalla cruenta que no deja necesariamente muertos, “pero que vive bajo el dominio del miedo cuando en el semáforo se te empareja una camioneta de lujo, cuando te enteras que los narcos le quitaron el vehículo a tu hermano o cuando las mujeres jóvenes no pueden ir a divertirse a algunas zonas porque los narcojuniors las violan y las matan. Nadie dice nada. El monopolio de la violencia la tiene el cártel de Sinaloa. Son ellos los que matan a los ladrones, violadores o rateros”.
Pide poner énfasis en como los menores se acostumbran a vivir en medio de un clima violento, pone de ejemplo a un niño de Culiacán que presume entre sus amigos de la escuela un video tomado con su teléfono, donde varios sujetos golpean a un hombre hasta derribarlo y en el piso lo rematan de un balazo. Ellos son mis amigos, dice feliz a sus compañeros.
“Qué clase de personas van a ser cuando crezcan si su ADN está marcado por la destrucción, la guerra; cuando asumen la muerte violenta como algo natural, normal. Van a ser violentas, como personas que crecieron en una sociedad violenta… y van a ser hasta peor”.
Los periodistas en Sinaloa no sufren el mismo flagelo que sus colegas de Veracruz, Tamaulipas o Ciudad Juárez, pero tienen que cuidarse, “no importa que uses chaleco antibalas o lleves escolta. Cuando ellos te persiguen no hay nada que los detenga”, agrega el autor de Miss Narco, finalista en 2010 del premio Rodolfo Walsh, que se entrega a la mejor obra de no ficción publicada en español en la Semana Negra de Gijón. En 2011 el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) le dio el Premio Internacional a la Libertad de Expresión.
“Estoy loco por vivir en Culiacán y encima practicar el periodismo. No me considero una persona valiente ni un héroe, sino alguien que tiene dignidad. No me parece que ser reportero es ser suicida, todos corren peligro en el norte del país donde zetas y chapos se disputan las rutas del trasiego de drogas. Para cualquier persona es una locura vivir en Ciudad Juárez, Tamaulipas o Veracruz donde se puede quedar atrapada entre el fuego de narcos y/o militares”.
Y lo resume afirmando que todo está tan descompuesto que, como reportero, cualquiera puede matarte: un militar, un político o un pistolero.
“Estos son tiempos propicios para la canallada, como dice una de las canciones de Serrat. Es un monstruo apocalíptico que está galopando a todo lo que da, pero yo siento que el peor periodismo es el de contar muertos, y yo no cuento muertos cuento historias de personas. Es mejor publicar una parte de este infierno a no publicar nada”.
Manuel saca fuerzas, no sabe de dónde, para contestar y hacerlo sin tropezarse más, pero el encapuchado insistió y le preguntó a gritos si quería morirse ahí, de un balazo.
– ¿Eso quieres?
– No jefe, por favor
El hombre soltó una risa loca. Con la otra mano se quitó la capucha: era el Luisío, de la secundaria en la que él estuvo, en la colonia Nakayama. Le dijo: “Te cagaste, cabrón, ¿verdad?” Y le dio un billete de doscientos, “pa’que te alivianes”.
El Reencuentro, Fragmento de Levantones (Ed. Aguilar, 2012)