No será el voto duro (ideologizado) el que decida el resultado de la elección en Estados Unidos; el voto blando (desideologizado) de Ohio, Florida y Virginia, principalmente, definirá el destino del país durante los próximos cuatro años; tampoco es condición necesaria que el voto popular (mayorías absoluta o relativa) elija al presidente estadunidense pues la premisa de que, cada voto pesa lo mismo, es inexistente en nuestro país vecino.

 

A la política, desde hace ya algunos años, se le anima con dosis elevadas de pragmatismo y no necesariamente de contenidos ideológicos. La sociedad se ha percatado que la vorágine de cambios en diversas áreas imposibilita el deseo de echar ancla para lograr estabilidad. La economía y la tecnología son dos ejemplos.

 

Después de la crisis hipotecaria del 2008, la economía no ha dejado de trastocar al comportamiento humano, por lo que ésta es un campo totalmente vulnerable para los ciudadanos que cualquier día pueden perder el trabajo.

 

No son pragmáticos quienes tienen entre 18 y 24 años de edad y mucho menos los mayores de 45. El segmento demográfico de los swings states tienen entre 25 y 44 años; cohortes que dictaminan cada minuto el destino de sus vidas. Antes de los 24 las convicciones ideológicas ya son cuerpo pesado entre las preferencias de los jóvenes; después de los 50 años los cambios en el pensamiento son cansinos conforme avanzan los segundos. La decepción por la política la detonan los pragmáticos en cuya inteligencia flota el escepticismo.

 

A lo lejos, estamos acostumbrados a extrapolar los rasgos de los demócratas y de los republicanos para romper con la monotonía que produce el empalme de intereses de ambos partidos. Sin embargo, la arquitectura electoral de Estados Unidos (51 elecciones distintas donde prima el bipartidismo y la asimetría en el gramaje del voto, es decir, un voto en California no pesa lo mismo que en Maine) fortalece a micro barrios como el de Ybor en Tampa, Florida, dominado por cubanos, puertorriqueños, españoles e italianos, o el de Chillicothe, en Ohio, cuyos 22 mil habitantes no se han equivocado nunca de votar por el ganador de las elecciones.

 

Ingresando a uno de los temas favoritos de los imponderables, la psicología, Sandy puede definir su voto a favor de Obama. De hecho, el huracán le ha quitado a Romney dos días de campaña. A Obama no. Canceló eventos electorales pero en su persona recae el liderazgo que los afectados por el huracán desean.

 

El huracán, como en las películas apocalípticas, remueven los fundamentos racionales del ser humano. Si Obama asusta con sustento (estirando su discurso lo máximo posible sobre los efectos devastadores que puede provocar el huracán) a la población y se presenta como el orquestador de las acciones preventivas, podría definir a su favor el estado de Virginia, uno de los swinger states que podría romper el empate bajo el escenario probable de que Romney gane Florida y Obama Ohio.

 

Finalmente, una de las paradojas sobre la ignorancia podría beneficiar a Romney. Me refiero a su visión monotemática de los negocios y la economía que, al inicio de la campaña, asustó a los propios republicanos. Sin embargo, la coyuntura es la encargada de fijar los temas de las agendas y no los asesores estrella. Uno de los datos fríos que ha calado a través de razones y, en menor medida, de emociones entre el electorado estadunidense, es el del ingreso.

 

Los ingresos medios por familia han aumentado un 0.2% en 4 años, mientras que el precio de la canasta básica ha subido un 7%. Son “simples” datos que podrían otorgarle la victoria a Romney.

 

El ambiente electoral corre a cuenta de los pragmáticos del voto.