El boom latinoamericano fue un movimiento no sólo literario y cultural, sino político. Así lo considera uno de sus máximos protagonistas, el escritor Mario Vargas Llosa, cuya primera novela “La ciudad y los perros”, publicada en 1962, marca la celebración de los 50 años de este fenómeno literario.

 

Vargas Llosa, a sus 76 años, novelista, ensayista, articulista, periodista y hasta político, ha coronado su prolífica carrera de escritor con el Premio Nobel y es una de las figuras más solicitadas en todo el mundo.

 

Hace 50 años protagonizó junto a otros jóvenes latinoamericanos como Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, el llamado “boom” literario, que abrió al mundo la nueva novela latinoamericana.

 

“Entonces era un muchacho. Escribí ‘La ciudad y los perros” en el 58, en Madrid, con mucho entusiasmo y vocación, Sabía ya qué clase de escritor quería ser, qué lenguaje y qué técnicas iba a usar, y fue el editor Carlos Barral, en Barcelona, ciudad clave del llamado ‘boom’ en los sesenta, quien lo publicó”, recuerda.

 

Tanto Barcelona, como París, fueron escenarios básicos para el resurgir de la novela latinoamericana que puso en pie una generación de escritores de la llamada Edad de Oro, con Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti o Julio Cortázar, y que en los sesenta se convirtió en un fenómeno literario y editorial que invadió Europa, con Vargas.

 

“Cuando estaba en la universidad no tenía ni idea de lo que se publicaba en Ecuador, Colombia o Argentina, y eso cambió en los sesenta, primero en París y luego gracias a Barcelona y el editor Carlos Barral, que fue uno de los primeros en interesarse por la literatura latinoamericana”, sostiene.

 

“España y Europa descubrieron la literatura latinoamericana, pero los latinoamericanos descubrimos a los otros escritores vecinos, que hasta la fecha habíamos vivido completamente marginados”, subraya.

 

Vargas Llosa recuerda que una de las características de este grupo -“que hacía una literatura nueva y muy rica”- fue la amistad personal.

 

“Conocí a Carlos Fuentes y a Cortázar, del que fui muy amigo, porque era muy generoso con los jóvenes, en París. Luego a García Márquez y a Donoso en Barcelona, que era el lugar donde uno tenía que estar si querías que un buen editor te publicase tu novela”.

Para el autor de “La fiesta del Chivo”, uno de los logros del “boom” fue “cambiar el estereotipo que se tenía de que “América Latina solo producía dictadores o guerrilleros” y que era un mundo bárbaro que estaba a espaldas de la cultura.

 

“De pronto -recalca- se descubrió que había una literatura novedosa, nada provinciana, con un horizonte internacional y que había experimentado con nuevas formas narrativas y nuevos lenguajes”.

 

Ya no era una literatura regionalista, costumbrista o pintoresca- sostiene-. “Existía una preocupación por la condición humana. Veníamos de dictaduras y todos teníamos ideales políticos. Apoyábamos la Revolución cubana, luego el caso Padilla (el encarcelamiento del escritor cubano Heberto Padilla en 1971 por motivos políticos) nos quebró y se produjeron disidencias. Pero había una cierta comunidad de ideales políticos”.

 

“También en Barcelona, en pleno franquismo -añade-, estábamos convencidos de que la Democracia era inevitable y que la cultura y la literatura iban a tener un especial protagonismo. De ahí que, además de la escritura, todos sintiéramos que teníamos una especie de misión histórica, ya que la cultura en la nueva sociedad iba a contribuir a traer más libertad, justicia y convivencia”.

 

“De modo que, en realidad, el ‘boom’ fue un movimiento que tuvo muchos aspectos, no solo literario, sino también cultural y político”, reconoce el escritor. (EFE)