Era 1968. Vera Caslavska se consagraba en las Olimpiadas de México como la mejor gimnasta del mundo. A sus 26 años, ganaba el oro en todas las pruebas –salto de caballo, piso, barras asimétricas- al son del Jarabe tapatío y Allá en el Rancho Grande. Además, se convertía en “La novia de México” al casarse en plena catedral metropolitana, atiborrada hasta el tope, con el corredor de mil 500 metros, Josef Odlozil.

 

 

 

Una historia mágica, de cuento, que habría de derrumbarse años después; que hundiría a la gran checa en una profunda depresión durante más de 15 años (de 1993 a 2009), que lo mismo la llevó varias veces a un hospital psiquiátrico, que la vio sumida en su cama, en la oscuridad de un cuarto, sin moverse, sin recibir ni hablar con nadie, más que unas pocas palabras con sus dos hijos: Radka y Martin.

 

“Fue horroroso…Mucha gente tiene altibajos en su vida, pero no son tan extremos. Yo toqué la cimas más altas y los abismos más profundos”, nos dice entreverando el español con el checo y ocasionalmente el inglés.

 

 

 

Caslavska come un tamal verde en hoja de plátano y le añade salsa picosa mientras nos cuenta retazos de su vida. Sus ojos dorados tienen un paño de nostalgia, una y otra vez pareciera que están a punto de derramar lágrimas, pero éstas nunca caen…”Soy de hierro”, apunta más en broma que en serio al hacerle la observación de sus ojos. Y ríe, vuelve a reír, a sus 70 años recién cumplidos.

 

¿Cómo fue que saliste de tan honda y larga depresión?-, le pregunto.

 

“¡No sé, no sé qué pasó…Durante 15 años me resigné a mi vida, y después vino algo que yo llamo un milagro, que me levantó de la cama y empecé otra vez a vivir… Las palabras no existen para describir lo que me pasó. Sentí pequeños impulsos, como una manita de gato tocando mi pensamiento, luego mi estómago, mis ojos, mis manos…y después todo junto… ¡y Vera regresa! ¡Come back!”

 

El camino hacia las profundidades de la gimnasta checa que más medallas ha ganado en la historia, no fue de un día para otro, como muchos creen. Lo que ella llama su “tragedia familiar” fue tan sólo “la última gota que derramó el vaso” y la rompió, a ella, en pedazos.

 

 

 

Ocurrió en un bar, una noche de 1993, cuando padre e hijo, Jozef y Martin, discutieron. Martín empujó a su papá, éste cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza. Jozef quedó en coma y murió días después. Su hijo fue acusado de homicidio imprudencial. Tras un juicio que duró tres años, Martin recibió el perdón del jefe de Estado de la antigua Checoslovaquia, Vaclav Havel.

 

“No fue solamente lo de Martin –insiste Vera frente a su propia hija, presente en la entrevista en un departamento de sus amigas Graciela y Conny- , fue mi vida entera… El deporte me hizo como de hierro pero también me robó algo, el deporte me obligaba al equilibrio, pero en este último momento yo creo que terminó con toda mi fuerza psíquica.

 

“Fueron todos los sucesos grandes y pequeños de mi vida: la escuela, el trabajo fuerte, la escuela otra vez, el entrenamiento, las competencias, los periodistas.., todo ello fue muy duro para el sistema nervioso. Fue como un mosaico de muchas cosas. Y sobre todo, el trabajo con Havel (consejera) me quitó mucha fuerza –larguísimas horas de trabajo y presión, respondiendo cartas, atendiendo solicitudes- porque no sólo nuestro país, sino toda Europa, quería vivir en libertad. El trabajo ahí fue durísimo para evitar que los comunistas regresaran, estuvimos como extinguidores de fuego, uno chiquito aquí, otro allá, otro más grande allá…”

 

De hecho, su apoyo al movimiento democratizador, La primavera de Praga y la firma al calce del manifiesto de Las dos mil palabras (contra la intromisión soviética en su país), publicado por el escritor Ludvik Vaculik el 27 de junio de 1968, la marcaría para siempre.

 

Era ya la gran campeona olímpica de México 68, pero aún –por ser ella y el autor del manifiesto los únicos en no retirar su nombre del documento- aun así sufriría la persecución, sería considerada persona non grata para el régimen, ya bajo ocupación soviética; le cerrarían toda posibilidad de trabajo (terminó trabajando a escondidas limpiando casas), le impedirían salir del país e incluso publicar su autobiografía.

 

¿Por qué decidiste no retirar tu nombre? Sólo quedaron tú y Vaculik, el autor.

 

A 44 años de distancia de aquel manifiesto, la campeona olímpica responde: “Porque sabía que si lo hacía, la gente que cree en ti, en la idea de la libertad, iba a estar más deprimida y perdería la fuerza. En cambio, aunque fuera un solo nombre podrían decir: ‘Mira, Vera no lo hizo…’ No quería quitarle a la gente la esperanza.

 

Ahora que sabes todo lo que costó, ¿lo volverías a hacer?

 

“Sí, claro que sí. Pienso que no es posible escapar de mi destino”.

 

Fue sólo a cambio de petróleo que, en 1979, la dejarían venir a trabajar a México a entrenar a gimnastas. Pero a los dos años (1981), nuestro país dejó de exportar crudo a la antigua Checoslovaquia y Cavslavska y su familia se vieron obligados a regresar a su país.

 

Volvieron los malos tiempos para la de Praga. La gente tenía miedo a hablar con ella por temor a ser señalados por las autoridades, las puertas en los clubes se le cerraban, no había trabajo para ella. La petición insistente era: Desdícete, retira tu nombre del manifiesto. Nunca aceptó. Pasaron los años, cayó el Muro de Berlín, Vera fue llamada por Havel a integrarse al gobierno… y llegó el día en que sucedió la “tragedia familiar”.

 

Fue entonces que su hijo Martin volvió los ojos a la catana… “Está maldita”, le advirtió a su madre, y se la devolvió.

 

La historia de ese sable japonés utilizado por los samuráis, venía para la gimnasta de tiempo atrás, 1964, cuando en la final de los Juegos Olímpicos de Tokio falló en un ejercicio dificilísimo, el Ultra C en las barras asimétricas: “Hay unos instantes antes de pasar al movimiento en que necesitas toda la concentración –cuenta Vera- y cuando estaba precisamente en esos instantes, una compañera del equipo no aguantó la presión y gritó: ‘¡Tú puedes!’ Eso me desconcentró y fallé el doble giro hacia atrás…”

 

Aunque con ello había perdido la medalla de oro, Caslavska sabía que los japoneses querían ver ese movimiento, volvió a las barras y “lo hice como nunca”. Su valor dio pie a que un viejo japonés que no tenía un varón como descendiente, reuniera al consejo familiar y decidieran obsequiarle la catana que había pasado de padres a hijos durante muchos años.

 

Vera la conservó en lugares “secretos” durante años, por la persecución del régimen. Hasta que un día decidió regalársela a su Martin…, y vino la “tragedia familiar”. Ella tomó de nuevo en sus manos la catana, la llevó con un especialista, comenzaron a investigar la historia de aquel sable y llegaron a la conclusión de que sólo había sido utilizada para “ejercitar” a los samuráis, “nunca había matado a nadie”.

 

Pero Martin ya no la quiso más. Vera piensa dejársela a su nieta Matilde. Sin embargo, la sombra de un posible “maldición” pesa en el ambiente familiar.

 

¿Cuál es tu destino? ¿Cómo visualizas el final?

 

El final del camino aún no lo conozco, no sé qué vendrá. Pero no sólo me dejo llevar por el destino, hago cosas, las enfrento; unas veces son peligrosas, otras hermosas. Pero las enfrento todas, tomo energía de las bonitas para aquellas que no son tan fáciles.

 

¿Tu lucha es por la libertad y la esperanza?

 

Lo tengo en mi sangre. Y mi hermano Vaclav, que murió a los 33 años, tenía también en la sangre el sentido de la libertad, de cuidar nuestro país. Nuestros padres no nos enseñaron eso, en mi casa nunca hablábamos de política, simplemente así nacimos. Nos vino en la sangre como un regalo…, o como una maldición.

 

Como la catana…

 

¡Claro, es lo mismo! ¿Y sabes? Una vez una mujer muy sabia, que no me conocía, me dijo que en vidas pasadas yo había sido un samurái. Y yo le dije: ‘¡Mira, hasta una catana tengo!’

 

Vera, cuyo nombre significa “fe”, sostiene que la fe “es un don tan grande, que siempre gana. Hoy ha vuelto a reír, a vivir. Vino a México invitada hace un par de semanas al Abierto Mexicano de Gimnasia en Acapulco, y trajo bajo el brazo un nuevo libro que ha escrito sobre su vida Pavel Kosatik, bajo el título Vida en el Olimpo. Es el de mayor venta actualmente en la República Checa. Vuelve a la popularidad, como cuando en 1962 su popularidad sólo estaba por debajo de Jacqueline Kennedy.

 

Y Caslavska, a la fecha, tiene fe “en las personas buenas, con carácter, las que saben ganar y saben perder…, las que saben vivir y lo que es la vida”. Reconoce que ella mismas perdió la fe durante largas temporadas: “no estuve tan fuerte para no perderla, muchas veces me perdí, me lastimé…estaba muerta”. Pero como ella misma dice: “regresé, y he vuelto a tener fe… La fe es un don tan grade que siempre gana, ¡tiene que ganar porque si no estás muerta!”.

 

Medallero político

Debutó en 1958 en los Campeonatos Mundiales de Moscú donde ganó una medalla de plata en la competencia de equipos.

En 1959 alcanzó el título Europeo de la barra de equilibrio en los campeonatos de Cracovia.

Su primera incursión Olímpica fue en Roma 1960. Ganó plata con el equipo de Checoslovaquia.

En los campeonatos Mundiales de Praga 1962 ganó oro en salto al potro.

Como preparación para las Olimpíadas de Tokio 1964, se  pasaba 8 horas diarias en el gimnasio. Durante los entrenamientos realizó 4 mil 320 saltos.

Ganó medallas de plata en la prueba all around individual, salto al potro y barra de equilibrio. Tambien ganó una medalla de plata en la competencia por equipos.

En los Campeonatos Mundiales de Dortmund 1966, logró medalla de oro en la competencia por equipos, y de manera individual en all around y en el salto al potro. Conquistó plata en la barra de equilibrio y en los ejercicios de piso.

En México 68 repitió sus medallas doradas, la all around individual y el salto del potro, y agregó otras dos en las barras asimétricas y los ejercicios de manos libres donde finalizó igualada con la soviética Larisa Petrik, luego de que los jurados curiosamente decidieron subir las puntuaciones preliminares de Petrik. Algo parecido ocurrió en el riel de equilibrio donde otra decisión controversial del jurado costó a Caslavska otra medalla dorada a favor de la soviética Natalia Kuchinskaya. Visiblemente afectada por las influencias políticas que favorecieron a sus rivales, Caslavska protestó ambas ceremonias de premiación al bajar la cabeza y mirar a lo lejos durante la entonación del himno soviético. Volvió a ganar plata en la competencia por equipos.

De regreso a su país la Federación de Gimnasia la privó de viajar y participar en cualquier competencia deportiva a realizarse en Checoslovaquia o el exterior, por su participación en el movimiento pro-democratizador de Checoslovaquia en la primavera de 1968. Caslavska fue obligada a retirarse y fue considerada persona no grata por muchos años en su propio país.