Hace unos días tuvimos la oportunidad única de ver en un vagón del metro a Carlos Slim. En la escena lo acompañaban el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, su sucesor, Miguel Mancera y el presidente Felipe Calderón. La inauguración de la línea 12 del metro de la Ciudad de México fue el motivo.
El acto de inauguración evocaba los mejores momentos de la era priísta: estaban todos los que tenían que estar. Diferencias claras, por supuesto: abucheos al presidente durante su discurso, y un contraste de cifras entre el presidente de la República y el jefe de gobierno. Por un lado, el presidente exaltando la planta de tratamiento de aguas de Atotonilco como si fuera una obra superior a la “línea dorada”, y por supuesto la mención a una “concurrencia importante” en la inversión pública como si la obra hubiera sido financiada en partes iguales por el Gobierno Federal y el del DF. Por otro, Marcelo Ebrard minimizando el peso del apoyo federal: 2 mil millones de pesos de 24 mil 500 millones reconocidos como costo de la obra (cifra que omite unos 6 mil millones de pesos del valor presente neto del arrendamiento de los trenes).
En la guerra de cifras pude leer a legisladores panistas tuiteando sobre el peso de la inversión federal en la obra. Había prisa oficial por montarse en el éxito de la línea 12 el metro. De hecho, puedo interpretar que este repentino festejo conjunto de Ebrard y Calderón por la nueva línea del metro era el pago al apoyo federal.
Días después de la inauguración, Marcelo Ebrard cortó el listón del rediseño vial de una de las avenidas por las que pasa el metro. Los automóviles perdieron un carril, pero ahora cuenta con un diseño más amable con otras formas de movilidad. La avenida luce bien. Por lo que uno ve allí, festejaría los acabados de la obra (salvo por las barricadas que colocó la “socialmente responsable” tienda Liverpool para evitar la instalación de ambulantes … y el paso de personas con discapacidad).
Este 2 de noviembre acudí a uno de los sitios emblemáticos para la celebración del Día de Muertos, Mixquic. Me fui en bicicleta convocado por una organización llamada La División del Sur. Nuestro recorrido fue en paralelo a la nueva línea del metro así que pude observar detalles de la terminación de la obra (como medida preventiva los asistentes íbamos anunciando al ciclista de atrás la presencia de hoyos, coladeras destapadas y demás desperfectos que pudieran traducirse en accidentes).
Un gobierno de izquierda que lleva el metro a una zona popular hace, en realidad, una enorme diferenciación en el tratamiento entre las colonias prósperas y las populares. En Iztapalapa y Tláhuac, las avenidas por las que corre el metro siguen en obra: hoyos, coladeras destapadas, postes en medio de los carriles, jardineras sin plantas, rayas peatonales, obscuridad, semáforos intermitentes, banquetas angostas e inconclusas, amén de que los biciestacionamientos no están en todas las estaciones, ni hay WiFi, como se prometió. El arco que daba la bienvenida a la delegación Tláhuac, ahora parece una columna más de las que sostienen al metro.
El presidente y el jefe de gobierno tratando de presumir sus cifras sobre el financiamiento de la obra. La discusión trivial. La discusión de fondo, olvidada. Los políticos creen que una golondrina hace verano, que una obra por sí misma hace al desarrollo. El mismo error de siempre. El metro va por arriba, abajo siguen los tugurios, la prostitución, el desorden, la basura, la obra a medio terminar y por supuesto el contraste con las zonas prósperas de la ciudad.
¿Cuánto más hacía falta para sí transformar la vida de los vecinos de esta nueva línea del metro? No lo sé con precisión, pero sin duda menos de una décima parte de lo que costó el metro. Por alguna razón pareciera que nos encanta siempre reafirmar nuestro subdesarrollo.
(@GoberRemes)