WASHINGTON. Vivir en el promedio sería la primera y única promesa de todo candidato demócrata que aspire a gobernar una nación. No importa el país. El problema es que, desde hace no muchos años, el número promedio se ha convertido en un elemento manipulador. Por ejemplo, Mitt Romney y Barack Obama polemizan con la tasa de desempleo. Para Obama, el ya famoso 7.9% de la población económicamente activa sin trabajo es una buena noticia, porque si bien se incrementó en una décima respecto al mes pasado, la razón tranquiliza debido a que nueva demografía desea integrarse al segmento laboral. 170 mil nuevos empleos, en un mes, no es poco si tomamos en cuenta que desde 2007, año que estalló la crisis, se perdieron algo más de 8 millones de empleos. En cuatro años, durante el gobierno de Obama, se han recuperado 5.5 millones.
Para Romney, el incremento de una décima en la tasa de desempleo le aporta a su campaña millones de litros de saliva belicosa y burlona.
Lo mejor es salir del promedio para descifrar que la correlación entre el nivel de ingreso y empleo. Es decir, para aquellos estadunidenses que ganan desde 150 mil dólares anuales (dos millones de pesos) la tasa de desempleo se encontraba en el 3% en 2009; mientras que los trabajadores que se encontraban dentro del 10% de población con los menores ingresos, la tasa era de 31%. El promedio, hoy, es de 7.9%.
Cuando una mayoría poblacional desea formar parte del promedio, la situación económica es crítica; cuando a pocos les importa formar parte del promedio, probablemente la situación es estable.
En el sueño americano la clase media de Estados Unidos se asentó y se sintió cómoda. En él, el común denominador del estilo de vida era la estabilidad. Hoy, el promedio ha descendido de estilo de vida. Lo demuestran lo embargos hipotecarios (la hipoteca es un ascensor automático para millones de personas que desean mejorar sus condiciones de vida): 2.2 millones de familias estadunidenses tienen aviso de embargo. Simplemente ya no pueden cumplir con el banco los pagos mensuales que prometieron a través de un contrato. Y si la ley se impone a la solidaridad, el paso correcto es el embargo, de los contrario, dicen los banqueros, se convertirían en santos debido a la necesidad de condonar deudas a toda la población que se declare en quiebra.
Cuando el sueño americano -es decir el promedio- se aleja, muchas personas se resisten en aceptar una realidad. La última carta es el tarjeta de crédito (un invento de los alquimistas que decidieron un buen día convertir el plástico en dinero). Hasta hace un año, en Estados Unidos circulaban 576 millones de tarjetas de crédito y 507 millones de tarjetas de débito. Las de débito se soportan en el dinero real y las de crédito en el de la fantasía. Los consumidores, es decir, los que animan al añejo sistema capitalista, deben 2.46 billones de dólares. Para que las cifras se asimilen a una escena promedio, cada familia estadunidense debe 16 mil dólares (208 mil pesos).
Nuevamente conviene salir del promedio para esclarecer y comprobar que el sueño americano se diluye: 100 millones de estadunidenses ganan menos de lo que ganaban sus respectivos padres.
Por lo anterior, conviene desmercadotecnizar las campañas de Obama y Romney para regresar a los principios de la democracia. Vivir en el sueño americano para formar parte del promedio o permanecer en los niveles demenciales de la varianza (desviación del promedio).
En le edición impresa de www.politico.com del día de ayer, un estudio publicitario reveló que la inversión en mensajes negativos de Obama y Romney es de 85.5% y 79.2%, respectivamente. Es decir, Obama sólo invierte un dólar y medio en publicidad positiva (promueve su plan de gobierno). De los 6 mil millones de dólares que costaron las dos campañas, se pudieron ahorrar una buena cantidad con una sola promesa: regresar al promedio de ingreso.