El próximo 6 de noviembre se decidirá quién será el presidente de Estados Unidos: Barack Obama – quien, al buscar la relección, tratará de impulsar los temas pendientes y que quedaron relegados ante la crisis económica – o Mitt Romney – el candidato republicano que, de quedar en la Presidencia, no le será fácil conciliar las diversas posiciones conservadoras de su partido. Uno de los temas que, hasta hace poco, cobró la atención en las campañas, pero que ha sido sumamente politizado, es el tema migratorio.

 

Tanto Romney como Obama han planteado su posición que es difícilmente reconciliable. El primero ha planteado la idea de la “auto deportación” de migrantes irregulares, en el supuesto que estos han quebrantado leyes y que no se aceptará ningún tipo de amnistía. Por su parte, Obama ha tratado de acercar posiciones entre los republicanos y los demócratas en el Congreso en la negociación de reforma migratoria integral. Ante estos intentos en vano, el Presidente ha adoptado algunas estrategias, como el giro en las deportaciones – aplicables ahora sólo cuando se trate de casos de criminales – o la orden ejecutiva Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA, por sus siglas en inglés o comúnmente conocida como el “DREAM Act de facto”), cuyo objetivo es aplazar las deportaciones de jóvenes inmigrantes irregulares menores de 31 años y otorgarles premisos temporales de trabajo.

 

¿Qué pasará con el tema migratorio después del 6 de noviembre? Independientemente de quién quede en la cabeza del Ejecutivo, esta pregunta plantea muchos escenarios que, desafortunadamente, no son los más óptimos. Mucho se habla de la necesidad de arreglar el sistema migratorio estadounidense, pero no hay coincidencias en cómo hacerlo. Obama planteó el tema en la agenda desde 2008 y otros temas fueron ganando terreno en el Congreso, por lo que la reforma migratoria quedó en un anhelo.

 

Aunado a ello, la Administración Obama ha tenido que enfrentarse a un Poder Legislativo extremadamente polarizado. El 112º Congreso ha sido conocido también como el “doing nothing Congress” debido a sus récords históricos en filibusterismo e iniciativas no aprobadas. El desempeño de este Congreso en particular ha sido catalogado como el peor desde 1870 y esto ha tenido consecuencias negativas en el tratamiento de prácticamente cualquier tema en la agenda.

 

El impasse en la agenda migratoria ha tenido efectos secundarios de enorme importancia, sobre todo, a nivel de los estados de la Unión Americana. La percepción de “inacción” por parte del gobierno federal ha provocado la adopción de una serie de leyes y otras medidas estatales, la mayoría de ellas altamente restrictivas a los derechos de los migrantes. Esta “ola” se afianzó con la adopción de la Ley SB 1070 en Arizona y estados como Alabama, Utah, Carolina del Sur, Georgia e Indiana tomaron medidas similares. A pesar que el proceso judicial en contra de estas leyes ha obstaculizado la entrada en vigor de algunas de sus disposiciones más polémicas (como la criminalización de la contratación o aceptación de empleo por parte de un indocumentado o la detención de un inmigrante bajo la “sospecha razonable” de que sea “ilegal”), la realidad es que estas medidas no reflejan otra cosa, mas que un sentimiento antimigrante que poco a poco se ha consolidado en los círculos más conservadores de Estados Unidos y que plantean serios retos a futuro.

 

Este 6 de noviembre será necesario observar más allá de que si Barack Obama tendrá un segundo término o si regresarán los republicanos – y esa gran división ideológica – con Mitt Romney. Lo más probable es que no haya coincidencia entre el voto popular y el voto del Colegio Electoral, por lo que habrá que ver con qué fuerza llegará el próximo presidente ante la opinión pública. Asimismo, habrá que ver cuál será el nuevo equilibrio de poder en la Cámara de Representantes y el Senado; un análisis sobre el perfil de los representantes y senadores, así como de aquéllos que han liderado las negociaciones en el tema migratorio se vuelve fundamental para dar seguimiento al tono que pueda adoptar el tema migratorio en el Congreso. Pero, lo más importante será ver el curso que toma la llamada “ola antimigrante” en los estados de la Unión Americana. La gran pregunta lanzada al aire es si será posible superar el impasse que por tantos años ha sido característico en el tratamiento del futuro de una reforma migratoria integral en Estados Unidos.