Faltan veinticinco días para que termine este gobierno. El cierre se da entre auto elogios presidenciales y la moderación de los priistas que no saben exactamente que país van a encontrar.

 

Los mexicanos nos pronunciamos en la elección. Esa fue la primera evaluación, y la más dura. Con el tiempo, la historia y los analistas medirán el impacto final del sexenio. Allende los datos duros, la característica que marcará a esta administración, y que ojalá no se repita, fue la soberbia.

 

El presidente se negó a escuchar. Fue dogmático desde la conformación del gabinete. Quiso controlar todo. El político experimentado fue absorbido por un hombre necio, miope y orgulloso.

 

Esta característica de su personalidad, sería irrelevante, de no ser por la forma como afectó al gabinete y por tanto a la calidad de la administración.

 

La forma de administrar a su equipo y de gestionar los problemas, de manera natural, se contagia. En todos lados, pero más en países con instituciones débiles, se genera un efecto cascada del carácter del presidente. Lo que hace el jefe, se replica entre los subalternos.

 

Calderón nunca reconoció las fallas de su gobierno. Justificó su falta de resultados con una vaguedad: “70 años de malos gobiernos priistas”. Validó el creciente número de muertos y desaparecidos con el consumo de droga y la venta de armas de EUA, pero tardó 3 años en iniciar la modernización de las aduanas y nunca trabajó seriamente en las fronteras. Exigió al Congreso americano cambiar su constitución pero peleó con Francia cuando Sarkozy le pidió que cumpliera su promesa de aplicar el tratado de Estrasburgo a Cassez.

 

Frustrado al no poder imponer sus llamadas “reformas estructurales” entabló pleito e insultó a gobernadores, jueces, magistrados, legisladores y, por supuesto, los medios, causantes de todo mal. El hombre, sin control de su carácter, perdió el control del país.

 

Ante las críticas hacia su equipo, se aferró. Nunca cambió a un secretario como producto de faltas graves señaladas por ciudadanos, analistas, periodistas y organizaciones de la sociedad civil. Lo tomaba como ataque personal. Sobran ejemplos: Molinar ante la tragedia de la guardería ABC, a sabiendas de que su administración del IMSS subrogó las guarderías; García Luna y sus abusos de fuerza o Bruno Ferrari y sus abusos verbales contra cuanta industria tiene enfrente.

 

Calderón gobierna con sus amigos porque necesita incondicionalidad. Los defiende por orgullo más que por amistad. Nunca entendió que no cambiar a un secretario ante fallas graves de una dependencia ofende a la sociedad. Miope, no vio que, además, abría la puerta de la impunidad. Los secretarios entendieron que su sumisión los hacía intocables. Puede aumentar la tortura y los abusos a derechos humanos; puede inventarse culpables, detonarse crisis diplomáticas; puede haber pésimos manejos de política agropecuaria e industrial con altísimos costos para la sociedad; puede protegerse a los bancos a costa del desempeño de la economía, puede haber corrupción y abuso de poder. Para Calderón, a sus ministros los manda él. La sociedad no tiene que opinar. Los cobijó y solo castigó la aparente falta de lealtad.

 

Calderón confundió soberanía con ego y, relegó el fin último de su trabajo: el bienestar nacional. Olvidaron, el y su equipo, que en política, nada es personal y que las crítica se basan en datos duros, los que dicen que la prensa manipula pero que se niegan a explicar porque les gana la soberbia, esa fatal característica que su jefe les contagió.