El sistema electoral de Estados Unidos fomenta la polarización bipartidista, y las pasadas elecciones presidenciales de nuevo lo dan demostrado. Ahora, Barack Obama se encuentra en una encrucijada política.
Cualquiera que vea un mapa de la votación se dará cuenta de que la mayor parte está pintado de rojo, el color de los republicanos, que perdieron la elección. Pese a esto, Obama ganó.
La magnitud de la pintura roja es aún más notoria si el mapa estadunidense se segmenta en condados (similares a los municipios mexicanos). Pese a esto Obama ganó.
En un contexto en el que no tiene mayoría en la Cámara de Representantes, el presidente relecto tendrá que lograr la aprobación de los prepuestos federales, lograr que Estados Unidos venza la crisis, disminuir el déficit, ampliar su programa insignia (el sistema de salud universal), afrontar el espinoso tema de los impuestos a los más ricos y presentar su iniciativa de reforma migratoria.
Y esto es lo más importante: el quid del asunto es que la votación en favor de los republicanos (los rivales políticos de Obama) se multiplicó en más de 85% de los condados del país, entre 2008 y este año. Esto significa que cada vez más ciudadanos estadunidenses prefieren políticas adversas a las propuestas por Obama, y el Presidente está obligado —y ya se comprometió— a considerar y mediar estas divergencias. El aumento proporcional de votación prorepublicana (derecha y extrema derecha) se dio incluso en los estados bastión de los demócratas. California es el mejor ejemplo. Es la entidad que otorga más votos electorales (55) y, en conjunto, Obama logró el triunfo ahí y se quedó con esos electores. Sin embargo, vista con lupa, casi la totalidad de los condados californianos aumentó su votación para los republicanos. Y es fenómeno se extiende a toda la Costa Oeste. Un fenómeno similar se da en Nueva York, otra entidad tradicionalmente demócrata.
Y los republicanos no tienen nada que reclamar a la lealtad de sus bastiones. Al contrario. Utah, por ejemplo, que casi en todas las elecciones ha estado de su lado, tuvo el mayor aumento en las preferencias para el partido del elefante.
En contraparte, el Partido Demócrata apenas registró más votantes en 10% de los condados del país. Hubo entidades donde ganó, incluso, en la que no tuvo mayores porcentajes de preferencia que en 2008: Oregon, Washington y Nevada, por ejemplo, todos ellos tradicionales enclaves del partido del burro.
Paradójicamente, en Texas (conocido por tener algunas de las políticas más de derecha en toda la Unión), los demócratas avanzaron.
El sistema electoral estadunidense es bien distinto del mexicano. Allá, los ciudadanos no votan directamente por el Presidente, sino por 538 delegados que, a su vez, irán al Colegio Electoral a transmitir la preferencia de los votantes reales. La Presidencia la gana quien sume la mayoría de esos 538 electores. La cantidad de electores de cada estado se determina por su cantidad de población. Y otra particularidad que hay que considerar. Es la llamada “Winner takes all” (el ganador se lleva todo): si un candidato logra la mayoría en un estado, aunque sea por un solo voto, automáticamente obtiene todos los electores asignados a la entidad.
Esto permite diversos escenarios paradójicos: un candidato puede tener menos votos reales y aun así ganar más votos electorales (como pasó con George W. Bush en el año 2000) y por lo tanto la Presidencia. O, como en este caso, apenas tener crecimiento en la votación, y aun así vencer.