Del Paso estudió bachillerato de ciencias químicas y algunas materias de economía. Quiso ser médico por una inspiración romántica, pero cambio de parecer por su terror a la sangre y los malos olores; además, porque “conocí a la que ahora es mi mujer y quise casarme. Y no se puede estudiar medicina y estar casado”.
A los 18 años conoció a José de la Colina y al colombiano Antonio Montaño, que lo orientaron en sus primeras lecturas. Encontró en El rayo que no cesa de Miguel Hernández “un mundo insospechado, que además yo tenía dentro”. Fue en esa época que del Paso escribió, como un “ejercicio de versificación” sus Sonetos de lo diario, publicados por Juan José Arreola en la célebre colección de El Unicornio.
Al salir de la adolescencia, del Paso construyó lo que sería su mundo literario a partir de la asimilación del uso del lenguaje que encontraba en Faulkner, Wolfe, Joyce, Rulfo, Lezama Lima y Lewis Carroll, a quienes identifica como sus más grandes influencias.
Con José Trigo (1966), un vasto homenaje al lenguaje popular y los juegos de palabras, del Pasó recibió el Premio Xavier Villaurrutia. Pasaría una década hasta la publicación de Palinuro de México (Premio Rómulo Gallegos 1982), una novela que con humor, desmitificación y regocijo en temas como el sexo, la escatología y la erudición, conjunta política con historia para crear un retrato singular del México de medio siglo, atravesado pro su entrada a la modernidad, los Juegos Olímpicos y los movimientos estudiantiles.
“La libertad del silencio es un deber moral del escritor: callarse cuando no tiene nada que decir”, argumenta Fernando del Paso al ser cuestionado sobre los largos periodos que corren entre cada uno de sus libros. Luego de otra década dedicada a la lectura y la investigación, en 1988 publicaría Noticias del imperio, la novela más importante que se ha escrito del México del siglo XIX, que conjuga los datos eruditos y las anécdotas íntimas para construir un fresco histórico donde los héroes y villanos de nuestra patria muestran las pasiones humanas que alimentan las ambiciones.
Con esa obra, tres volúmenes urdidos en más de dos décadas, del Paso asegura que su trabajo literario está completo, pues “después de escribir un libro, quedo vacío, cansado, exhausto. Existen narradores que no pueden dejar de escribir una página cada día. No es mi caso”.
Aun así, en 1995 incursionó en el género policiaco con Linda 67, escrita lejos del tono operístico de sus trabajos anteriores y concebida para ser como “una sonata, porque mi mayor aspiración es lograr una pieza bien compuesta, con armonía y equilibrada”.
Antes de dedicarse a la escritura, del Paso comenzó su labor artística realizando pinturas al óleo pero su fracaso fue rotundo. Ya consolidado como escritor, mientras trabajaba en la BBC, comenzó por casualidad a hacer garabatos y resurgió su interés por el dibujo. Descubrió el soporte de la tinta china y continuó así su carrera de dibujante, al margen de la literatura. Ha presentado su obra gráfica en diversas galerías, tanto de Nueva York, París y México. En sus libros, ha acompañado algunos poemas De la A a la Z por un poeta, PoeMar y Castillos en el aire con sus dibujos.
Luego de varias décadas en que el escritor hizo equilibrios en el borde entre literatura e historia, cuidándose de no caer completamente en ninguno de los dos terrenos, finalmente el artista se ha dejado seducir por el rigor histórico. Recientemente, publicó en el FCE el primero de tres tomos de Bajo la sombra de la historia, un trabajo historiográfico donde, a partir de la seguridad de su existencia agnóstica, rastrea los orígenes comunes y las grandes diferencias entre el judaísmo y el islam.
Residente en la ciudad de Guadalajara desde hace más de dos décadas, Fernando del Paso obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1991 y fue director y becario de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. En 2007, recibió el Premio FIL de Literatura, durante la misma feria que 5 años después, le rinde un merecido homenaje.