Clara tuvo que dejar a su padre, cambiarse los apellidos y esperar hasta los 30 años de edad para que se reconociera su nacionalidad. Su nombre es Clara López Fregoso, es mexicana, pero tiene los ojos rasgados y por eso, todavía, le gritan en la calle, ocasionalmente, “china cochina” y las autoridades le piden su pasaporte cuando viaja por el país.
Su abuelo fue expulsado de México en los años 30. Con él se fue su esposa y cuatro hijos, todos ellos nacidos en México. Llegaron a China y debieron desplazarse por varias poblaciones huyendo de la Revolución de Mao Tse Tung y de la Segunda Guerra Mundial.
“Mamá nació en Mazatlán, Sinaloa, y sus padres se la llevaron a China cuando tenía seis años, porque mi abuelita también era mexicana, pero mi abuelito tenía ascendencia china –detalla Clara-. A mamá le tocó la Segunda Guerra Mundial, la guerra contra los japoneses y la guerra civil de Mao, ella sufrió mucho”.
La pobreza obligó a gran parte de la familia a trabajar como obreros, incluso a los pequeños. “Durante la guerra mi mamá hacía trabajos forzosos, trabajaba en construcciones cargando materiales y yo tenía como ocho años cuando empecé a trabajar en fábricas donde nos pagaban lo que querían. Recuerdo que en Hong Kong vivíamos en un campamento de refugiados por la guerra contra los japoneses”.
Los niños aprendieron pronto a hablar dos idiomas, pero su madre no. Primero no le importaba hablarles en español a sus hijos, pero como los veían “raro”, decidió no hacerlo más, sólo en casa.
“Mi madre sufrió muchísimo. En ese tiempo, los mexicanos nos reuníamos todos los domingos después de misa en algo que se llamaba El Club de los Guadalupanos, y fue allí donde un día llego López Mateos y nos propuso regresar a México, pero dijimos que no teníamos dinero con qué”, recuerda Clara.
Al decretarse la repatriación de mexicanos 1960, decidieron sumarse. El único que no pudo regresar fue su papá, porque al no ser mexicano no le permitieron subirse al avión contratado por el gobierno.
“Chino tiene que pagar boleto nos dijeron y cómo le íbamos a hacer si no teníamos dinero”, narra con la voz entrecortada.
Clara tenía 15 años cuando regresó a México, un país que nunca había visitado. Los instalaron en unas casas, les pagaron 500 pesos mientras se instalaban y comenzaban a trabajar.
“Recuerdo que mis hermanos y yo llorábamos porque no nos gustaban las tortillas ni la comida de aquí y le pedíamos a mi mamá que nos diera arroz con agua”, dice Clara.
Después comenzó el papeleo para reconocer su nacionalidad. Clara debió perder su apellido chino de su padre y quedarse con los de su madre, como si fuera hija natural.
“Mi papá es López Mateos -asegura Clara-, porque aunque me dolió mucho que nos viniéramos sin mi papá, de nos ser por la repatriación que el presidente hizo no tendríamos lo que tenemos ahora, pues gracias a Dios ahorita mis hermanos y yo tenemos donde vivir, en un país independiente, con trabajo y cada quien ha hecho su vida lo mejor posible”.
Tuvo que esperar casi 20 años para obtener su reconocimiento oficial de nacionalidad mexicana, lo que nunca cambió fueron esas expresiones de discriminación.
“Todavía me encuentro con niños que me ven en la calle y me gritan ‘china cochina’, pero es por la cara porque yo soy mexicana y tengo todos mis papales de aquí. Siempre que voy a visitar a mi hermana a Tijuana me piden mi pasaporte y siempre les contesto lo mismo: ‘siempre paso por aquí señor y siempre me pide lo mismo, le digo ¡qué no cuenta el IFE señor!, yo soy mexicana y aquí en la credencial lo dice”.
Logró abrir un café chino. Hace 10 años se jubiló, su hijo trabaja y ella cuida a su sobrina nieta. Mañana festejará, por primera vez, haber encontrado su patria en México.