En 1960 regresaron al país, en tres vuelos procedentes de China, 107 mexicanos que treinta años antes habían sido expulsados del territorio por sus orígenes familiares asiáticos, porque el gobierno catalogó los decretó como extranjeros perniciosos e indeseables.
Fueron expulsadas del país familias completas que, para entonces, integraban mujeres mexicanas que se habían casado con hombres provenientes de diferentes ciudades de China, que habían llegado a México para trabajar, muchos de ellos en la construcción del ferrocarril, y para entonces sus hijos ya habían nacido en el país, en Chiapas, Sinaloa, Sonora o Veracruz. No sólo perdieron su país, también su nacionalidad y muchos de sus bienes.
Eran los años 30 y en China las mujeres debieron aprender otro idioma o vivir casi en silencio para evitar la discriminación. La mayoría de esos mexicanos padecieron en China las peores guerras ocurridas en Asia: la Segunda Guerra Mundial y la Revolución China.
En 1960, el entonces presidente Adolfo López Mateos informó al Congreso de la Unión que habían sido 107 los repatriados mexicanos de China, a partir de un decreto que emitió, como parte del resarcimiento del daño que se causado a todas las familias chino-mexicanas expulsadas y desterradas, por aquellas políticas de segregación racial en la posrevolución mexicana.
El 20 de noviembre de 1960, después de 30 años, esos mexicanos se reencontraron con su país, pero su travesía aún no terminaría. Debieron pelear por que se les reconociera su nacionalidad. No tenían documentos, en muchos casos su fe de bautismo la habían perdido antes de ser expulsados tras la guerra cristera y cualquier otro documento desapareció al estar en China.
Vivieron como extranjeros en su patria durante casi 20 años, hasta que el gobierno emitió su certificado de nacionalidad.
Mañana, después de 52 años y por primera vez, se reunirán para festejar el regreso a su patria.
Estas son algunas de esas historias de quienes pelearon por regresar a su patria y les reconocieran su nacionalidad:
“Con cincuenta centavos, un zapato y un balazo”
Huía de la guerra civil en China rumbo a Hong Kong, donde todavía no llegaban los comunistas, viajaba con nueve personas más, a tres las mataron y él llegó con lo que traía puesto de ropa, un zapato, cincuenta centavos y un balazo en la pierna.
Era Jorge Cinco Sandoval, un joven mexicano, originario de Guamúchil, Sinaloa, que 16 años antes, entre 1929 y 1930, había tenido que abandonar su país con su familia, porque el presidente Plutarco Elías Calles decretó que los chinos eran extranjeros indeseables y aunque su padre tenía más de 20 años en México y era comerciante de telas en Culiacán, debió irse.
“Calles saca a todos los chinos de Sinaloa y Sonora, echaron fuera a mi papá y mi mamá lo siguió, ella era de Guamúchil. Yo de chiquillo sufrí mucho, salí tres años, mi hermano tenía nueve y nos llevaron”, recuerda.
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El fanfarrón de Bruce Lee
“Teníamos 15 años, él llegaba a la escuela en limusina, con sus lentes Ray-Ban. Era muy fanfarrón. Se sentaba a mi lado y me copiaba las tareas, porque siempre andaba desvelado. En ese entonces casi nadie lo conocía, pero era Bruce Lee”, recuerda Ricardo Chan Jam.
Eran mediados de los años cincuenta, vivía en el Hong Kong que aún era colonia inglesa. Ricardo, entonces con una buena posición económica familiar, asistía a la escuela La Salle, en donde era compañero de banca de Bruce Lee.
“Un día me regalo un suéter de lana hecho a mano, de esos que pican mucho, también me invitaba a comer –narra Chan Jam-. Después comprendí que todo lo hizo como agradecimiento por pasarle las tareas. En el fondo era un muchacho de buen corazón”.
Bruce Lee se fue a Estados Unidos para actuar en el cine, mientras que Ricardo, junto con su familia, llegó a México, entre las 107 personas repatriadas.
El Club de los Guadalupanos
Clara tuvo que dejar a su padre, cambiarse los apellidos y esperar hasta los 30 años de edad para que se reconociera su nacionalidad. Su nombre es Clara López Fregoso, es mexicana, pero tiene los ojos rasgados y por eso, todavía, le gritan en la calle, ocasionalmente, “china cochina” y las autoridades le piden su pasaporte cuando viaja por el país.
Su abuelo fue expulsado de México en los años 30. Con él se fue su esposa y cuatro hijos, todos ellos nacidos en México. Llegaron a China y debieron desplazarse por varias poblaciones huyendo de la Revolución de Mao y de la Segunda Guerra Mundial.
“Mamá nació en Mazatlán, Sinaloa, y sus padres se la llevaron a China cuando tenía seis años, porque mi abuelita también era mexicana, pero mi abuelito tenía ascendencia china”, detalla Clara.
La pobreza obligó a gran parte de la familia a trabajar como obreros, incluso a los pequeños. “Durante la guerra mi mamá hacíatrabajos forzosos, trabajaba en construcciones cargando materiales y yo tenía como ocho años cuando empecé a trabajar en fábricas donde nos pagaban lo que querían. Recuerdo que en Hong Kong vivíamos en un campamento de refugiados por la guerra contra los japoneses”.
“Mi madre sufrió muchísimo. En ese tiempo, los mexicanos nos reuníamos todos los domingos después de misa en algo que se llamaba El Club de los Guadalupanos, y fue allí donde un día llego López Mateos y nos propuso regresar a México, pero dijimos que no teníamos dinero con qué”, recuerda Clara.
“Nos ocultábamos en las montañas de los japoneses”
A pesar de ser mexicanos, dos niños fueron expulsados junto con sus padres a China, donde vivieron pobreza y marginación, murió su padre, debieron esconderse en las montañas para sobrevivir a los ataques japoneses, perdieron a su hermana María a quien nunca volvieron a ver, se mudaron tres veces de ciudad huyendo de la guerra civil y trabajaron como vendedores, contadores, músicos, policías y abarroteros.
Son Juan y Manuel Chiu Trujillo. Treinta años tardaron en poder regresar a México. Habían nacido en Chiapas, al igual que su madre, pero su padre era de China y llegó a México para trabajar en el ferrocarril y acá se quedó, pero en los años 30 fue expulsado del país.
Juan tenía seis años cuando salió de Tapachula, Chiapas con rumbo a China y se establecieron en Cantón. No sabía nada de chino, pero fue aprendiendo al igual que sus hermanos. “Cantón en ese entonces estaba muy bien, porque allá los jóvenes respetaban a los ancianos y no había gobierno, los que mandaban eran los viejitos” recuerda Juan.