A pesar de ser mexicanos, dos niños fueron expulsados junto con sus padres a China, donde vivieron pobreza y marginación, murió su padre, debieron esconderse en las montañas para sobrevivir a los ataques japoneses, perdieron a su hermana Rosa a quien nunca volvieron a ver, se mudaron tres veces de ciudad huyendo de la guerra civil y trabajaron como vendedores, contadores, músicos, policías y abarroteros.

 

Son Juan y Manuel Chiu Trujillo. Treinta años tardaron en poder regresar a México. Habían nacido en Chiapas, al igual que su madre, pero su padre era de China y llegó a México para trabajar en el ferrocarril y acá se quedó, pero en los años 30 fue expulsado del país.

 

Juan tenía seis años cuando salió de Tapachula, Chiapas con rumbo a China y se establecieron en Cantón. No sabía nada de chino, pero fue aprendiendo al igual que sus hermanos.

 

“Cantón en ese entonces estaba muy bien, porque haya los jóvenes respetaban a los ancianos y no había gobierno, los que mandaban eran los viejitos” recuerda Juan.

 

Aunque en el pueblo no había servicios, ni luz, ni baños, ni agua. “Yo creo que mi mamá sufrió mucho cuando llegamos allá. Yo sólo alcancé a estudiar hasta sexto de primaria y después tuve que ponerme a trabajar. Mi familia padeció el inicio de la invasión japonesa en 1931”.

 

Al poco tiempo de iniciada la Segunda Guerra Mundial, cuenta Juan, “teníamos que ocultarnos en las montañas de esos malvados japoneses, ellos llegaban con sus bayonetas y mataban a mujeres que cargaban a sus hijos”.

 

En 1939 murió su padre y poco después, ya en plena guerra, su hermana Rosa desapareció, nunca supieron qué le pasó.

 

“La situación en ese entonces era muy difícil por la invasión japonesa y tuvimos que trasladarnos a Macao”, entonces colonia portuguesa y no había entrado en guerra con Japón.

 

“Cuando llegamos a Macao tenía 14 años y empecé a trabajar de músico en un cabaret, donde me fue muy bien, porque me pagan tres meses adelantado. Incluso ganaba mejor que uno de mis hermanos que trabajaba de contador en el Gran Hotel”, recuerda Juan.

 

Juan viaja a Hong Kong para trabajar con su hermano mayor, quien ya tenía un negocio en el que vendía leña, arroz, jabón, aceite, manteca. Pero regresa nuevamente a Macao, donde conoció a la joven de 16 años que sería su esposa, él tenía 25 años de edad y tuvieron nueve hijos.

 

“Cuando conocí a mi esposa, y nos establecimos en Macao, fue mi última vez que trabaje como músico y después pude trabajar de policía”, recuerda.

 

Su madre logró regresar a México

 

Primero regresaron a México sus dos hermanos mayores, Alfonso y Armando, en 1948. Para 1954, después de juntar dinero suficiente para poder salir de China, su madre regresó a su país tras vivir 24 años fuera de él y no ver a su familia.

 

“Mi mamá no sabía hablar chino, estuvo duro para ella, pero era muy alegre. (Ya en México) sacó pasaportes para mí y para mis hermanos, y me decía que me regresara, pero yo ya estaba casado y tenía a tres de mis nueve hijos, y si no se regresaba toda la familia no me iba a regresar solo”, recuerda Juan.

 

Manuel también se había casado y tenía dos niñas, por eso tampoco se animaba a salir de Macao. Hasta que el gobierno mexicano dispuso los aviones para su regreso, entonces los dos hermanos regresaron con su familia.

 

Ni sus esposas ni sus hijos sabían hablar español, ahora ellos abandonaban todo en China para seguir a Juan y a Manuel, tardaron décadas en volver a ver a una parte de su famiia.

 

“Ni mis hijos ni mi esposa sabían hablar español. Y aunque (a mi esposa) no le gustaba estar en México tuvo que aguantarse, porque así es la cultura china, donde va el marido tiene que ir la mujer. Pero mi esposa aprendió hablar rápido porque era muy inteligente”, explica Juan.

 

Trabajaron en Veracruz y luego en el Distrito Federal, donde uno de sus hermanos mayores tenían una fábrica de chocolates y un restaurante, y se establecieron finalmente.

 

Buscaron recuperar sus papeles. Primero les dijeron que debían registrarse como extranjeros, cuenta Manuel y casi 20 años después les reconocieron su nacionalidad mexicana.

 

“No me arrepiento de haber venido acá porque aquí mis hijos iban a poder estudiar, porque allá en China desde el kínder se tenía que pagar y en Macao ya tenía tres hijos y no había muchas oportunidades. Mis hijos me preguntan de por qué no nos regresamos, les digo que por que quién sabe cómo nos hubiera ido con los comunistas”, sonríe Juan desde su silla apoyándose en la andadera, ya está enfermo, pero sonríe mucho, igual que su hermano, quien guardó todos sus papeles, hasta el boleto de avión que el gobierno mexicano le dio para regresar.

 

Sacan sus fotos, mientas las ven y las muestran hablan en chino y ríen a carcajadas.