Fue la primera de cinco víctimas la que pagó el rescate más elevado y la que dio pie a un caso inédito en la historia delictiva de la Ciudad de México. Octavio (cuyos apellidos no se dan a conocer por seguridad de su familia), era un joven de 20 años de edad, recién casado, pero con la necesidad de ahorrar dinero para retomar una carrera universitaria que, por motivos personales, quedó trunca.
La mañana del 23 de abril pasado, salió de su casa en el sur de la ciudad. Abordó el Tsuru convertido en taxi, propiedad de su suegro y que desde hace menos de un año le estaba proporcionado, poco a poco, los ahorros y el sustento.
Sería la última vez que su hermano Alejandro, su joven esposa y el resto de su familia, lo verían con vida.
Como siempre, Octavio se dirigió a Insurgentes, donde la rutina le indicaba que por la hora era casi seguro levantar a un primer pasaje, y así fue: tres albañiles se presentaron sonrientes, con la “urgencia” de ir a recoger sus herramientas para trabajar en una obra en Tlalpan. Octavio dudó, el sitio al que le pedían que se dirigiera era lejano, aunque el pago de 500 pesos por un trayecto ida y vuelta, a plena luz del día y por adelantado, terminó por convencerlo.
El destino fue el poblado de Parres, una pequeña comunidad de no más de dos mil habitantes, rodeada de una zona boscosa poco transitada, y en donde se encuentran lugares como la llamada Cueva del Diablo. Para llegar, hay que tomar la salida a Cuernavaca, por la carretera federal.
Tras el recorrido de aproximadamente 35 minutos, llegaron a Parres. Fue ahí donde los albañiles, platicadores durante todo el trayecto, iniciaron su corta pero sanguinaria carrera en el secuestro.
En un lapso de 15 minutos, Octavio fue golpeado, amordazado y asesinado. Los delincuentes lo internaron en el bosque y, tras quitarle sus pertenencias y el teléfono, lo mataron a golpes. El taxi fue abandonado e incendiado.
Un día después, el 24 de abril, Alejandro se comunicó al celular de su hermano, pero quien le contestó fue un hombre con “acento de barrio”, quien le dijo que tenía a Octavio secuestrado y que si quería verlo con vida, tendría que pagar millón y medio de pesos.
La suerte sonrió a los delincuentes y posiblemente significó la sentencia de muerte para las siguientes víctimas. La familia del joven taxista logró reunir 200 mil pesos, entre hermanos y parientes dedicados al comercio, los cuales fueron dejados en Parres, como los plagiarios les indicaron.
Septiembre negro
Cuatro meses les tomó a Rafael, Crescencio y Pablo, gastarse los 200 mil pesos que recibieron por la persona que mataron. Ninguno adquirió propiedades, por lo que las autoridades piensan que se lo gastaron en alcohol o en viajes.
Llegó septiembre, y tres llamadas alertaron a la Fiscalía Antisecuestros del regreso de los albañiles. La primera fue el 12 de septiembre, cuando un hombre se comunicó para denunciar que su hermano, Jorge Albert, quien trabajaba como taxista, había sido secuestrado en el sur de la ciudad.
La segunda fue el 28 de septiembre, cuando una joven denunció que su hermano Wilbert estaba desaparecido y en su celular contestaba un sujeto que decía tenerlo plagiado. Y la tercera fue el 30 del mismo mes, cuando una señora manifestó que su hijo, de 23 años, quien trabajaba como taxista y hacia base cerca del Viaducto Tlalpan, había sido secuestrado.
Poco tiempo le llevó a las autoridades vincular estos casos con el de abril y establecer la lógica del porqué estaban ocurriendo con frecuencia: las víctimas, esta vez, no habían pagado.
Octubre y captura
El 12 de octubre, la Fiscalía recibió la llamada que estaba esperando. Una señora informó que su esposo, Carlos Ernesto, había sido secuestrado un día antes, cuando salió para cumplir con su jornada de trabajo en su taxi, en la delegación Tlalpan. Los plagiarios le pedían un millón de pesos de rescate y la cita era en el poblado de Parres.
Los agentes de la Fuerza Antisecuestros asesoraron la negociación, implementaron un operativo y detuvieron a Rafael Delgado García y Crescencio Cagal Gómez. El tercer involucrado, que supuestamente se llama Pablo, no ha sido localizado.
Con la información que proporcionaron los detenidos fueron exhumados los cuerpos de cuatro de las personas que secuestraron y enterraron clandestinamente, entre ellos el de Octavio, el joven secuestrado en abril.
Cuando los fiscales tomaron la declaración a los albañiles, les preguntaron los motivos de secuestrar taxistas. “¿Y por qué no? Si son el blanco mas fácil, van a donde les digas”, fue la respuesta de Rafael Delgado.
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