CALVILLO. Francisco y Christian Hernández tienen en casa a dos estadunidenses que ahora forman parte de esta pequeña comunidad mexicana: sus hijos Aarón y Cristina, nacidos en Bloomington, Illinois, hace 4 y 8 años, respectivamente.
La pareja vivió tres lustros en Estados Unidos, recorriendo distintas regiones y sin encontrar plenamente el llamado sueño americano. Compró casa, muebles y autos, pero nunca pudo costear un abogado para inmigrarse y obtener una licencia de manejo.
En 2009, tras sufrir Francisco un incidente de tránsito que lo puso en riesgo de deportación, optó por volver al terruño, donde ahora le reconforta la tranquilidad de un municipio que hace dos meses fue declarado Pueblo Mágico por el gobierno federal, así como ser dueño de una pizzería “chiquita, pero propia”.
“Ganamos por allá la experiencia; tuvimos a nuestros chavalillos, aprendimos el inglés y a trabajar duro y bien; ya con eso dimos gane”, comenta Francisco.
Como los Hernández, unas cien familias de esta población situada a 51 kilómetros de la capital de Aguascalientes, han vuelto a casa; algunas trayendo ahorros en dólares, otras volviendo tal y como se fueron. En su mayoría, llegaron cansadas del trato rudo que sufre el inmigrante, así como de ir y venir cada fin de año para visitar a los parientes.
Con 51 mil habitantes y una agricultura orientada al cultivo de la guayaba, Calvillo posee la tasa de emigrantes más alta del estado, con 35% de su población joven, principalmente varones, que se interna en el país sajón. En cifras oficiales, se anota que 170 mil aguascalentenses residen en Estados Unidos y unos 10 mil en Canadá.
Sin embargo, pese a que todavía no se realiza un censo que ofrezca un nuevo indicador, en el último sexenio se hizo notoria la vuelta de paisanos a la entidad, así como una baja en el interés de los migrantes consuetudinarios por viajar hacia la frontera norte.
Para Crisis… Aquí
Sergio y Elizabeth Quezada, originarios del Estado de México, conocieron el sueño americano a mediados de 2004, entre las montañas de nieve que cada invierno cubrían el acceso a su hogar de clase media, situado en un suburbio lacustre de Cleveland, Ohio.
Pero en 2009 optaron por volver a México, eligiendo Aguascalientes, donde sus dos hijos cumplen un sueño propio: estudiar la universidad, algo que el costoso sistema educativo estadunidense les puso como una zanahoria muy difícil de alcanzar.
Los Quezada dicen no estar arrepentidos del regreso a México, aun habiendo dejado atrás un buen empleo con paga en dólares, una bella casa, autos y ciertos lujos que por allá disfrutaban. Inclusive, la posibilidad de obtener la inmigración definitiva que ofrecía a Sergio una firma de informática.
Se decepcionaron de EU, como otros mexicanos que tienen hijos en edad universitaria –allá privilegio para unos cuantos–, así como al ver llegar su vida diaria un mal que ya conocía bastante bien en México: la crisis.
“Para aguantar crisis gringas, me regreso a sufrir las mexicanas; total que ya estoy acostumbrado”, comenta Sergio.
Si bien no reniega de la experiencia personal que tuvieron él y su familia, al conocer de cerca otra cultura, recuerda con tristeza el mal tiempo económico que le tocó enfrentar en el país vecino.
“En los años que estuve por allá, los cuatro de la segunda gestión de George Bush y el primero de Barack Obama, la clase media se resquebrajó; muchos negocios quebraron. Vi plazas comerciales cerrando y muchos negocios que se movieron a países como México, buscando mano de obra barata. En los últimos 3 años, se aprecia un ligero despunte de la economía gringa, pero no estoy plenamente seguro de que le alcance el tiempo a Obama para restablecer a la clase media.
“¿Volver a Estados Unidos? No por ahora”