“De todas las islas maravillosas la de Nunca jamás es la más acogedora y la más comprimida: no se trata de un lugar
grande y desparramado, con incómodas distancias entre una aventura y la siguiente, sino que todo está
agradablemente amontonado. Cuando se juega en ella durante el día con las sillas y el mantel, no da ningún miedo,
pero en los dos minutos antes de quedarse uno dormido se hace casi realidad. Por eso se ponen luces en las mesillas.”
J.M. Barrie. Peter Pan.
La violencia como espectáculo ya es asequible cotidianamente y de mil maneras: desde la guerra hasta los partidos de fútbol en los grandes estadios. Y es perfectamente reproducida para dar continuidad al capitalismo, no para cuestionarlo. La lucha, si es real, no es un trabajo separado de nosotros, somos nosotros trabajando concretamente por nuestra libertad.
Tanto el placer, como la destrucción, son sus condiciones, pero no sus fines, al menos no en un sentido racionalizado. La racionalización de la violencia terminaría por convertirla en una actitud contemplativa: terminaríamos por ver lo que se hace o hacer para ser vistos. No acudimos a la insurrección porque buscamos placer, sino porque acudimos lo hallamos en ella. No somos violentos para algún día dejar el trabajo, sino solo en la medida en que en movimiento dejamos el trabajo, somos violentos. Esto no implica que no esté involucrado el deseo, porque como ya dijimos, solo puede realizarse tal violencia como un acto consciente. Pero no es un deseo instrumentalizado, es un deseo que conlleva en él mismo, las condiciones de la auto realización placentera.
La violencia revolucionaria solo puede ser entendida como autogestión política, a diferencia de la violencia estatal, que no es realizada directamente por la clase dominante sino por cuerpos especializados. Esta violencia estatal, cuyo fin es garantizar la permanencia del derecho, la moral y el Estado como formas de organización del capital para asegurar la continuidad en la acumulación de éste, es ejercida también en el reino de la separación. La violencia revolucionaria, en tanto que autogestión política, solo puede concebirse hacia su generalización como un acto mayoritario: la emancipación de las y los explotados será obra de ellos mismos o no será.
A diferencia de las formas ficticias de lucha o luchas ficticias (mismas que van mucho más allá de lo que se conoce como pacifismo aunque este se incluya en ellas), “luchas” que finalmente son igualmente afirmativas de la paz social, la violencia revolucionaria tiene como necesidad la destrucción del poder estatal y del propio Estado, de otra manera tendría las mismas consecuencias que tales formas ficticias. En ello estriba su carácter político. El fantasma de la dictadura proletaria (tan mistificado y odioso para los altermundistas posmodernos), aparece de nuevo configurado en todo proyecto autoemancipatorio que se reivindique en la tradición proletaria comunista. Solo que ahora tenemos claro que se trata de una de una dictadura antiestatal cuyo corazón son los consejos obreros: los trabajadores en el poder, actuando junto a sus aliados, sólo para destruir el viejo Estado (todos los Estados) y no para construir otro “nuevo”.
Kanye West / Jay Z – No Church In The Wild