La violencia ligada al narcotráfico, a fuerza de persistir, se volvió parte de lo cotidiano en los estados del norte del país.

 

Por ejemplo, en Gómez Palacio, Durango, los jóvenes platican que justo detrás de la calle donde se ubica la empresa de lácteos Chilchota, es común que se enfrenten chapos y zetas.

 

La zona de guerra entre las células de ambas organizaciones está próxima a los puentes Solidaridad, que dividen a Gómez Palacio de Torreón, Coahuila. En este lugar es común que en varios días de la semana se escuchen balaceras.

 

El padre de una joven afirma también que “ahí tiran cadáveres” y que “la gente ya sabe quiénes son los que los tiran”.

 

El conflicto entre ambos grupos ocurre en esa zona de La Laguna -que comprende municipios de Durango y Coahuila- desde que María tenía 12 años. Ahora tiene 19 y ya va a la Universidad. Para ella es normal tener identificados a los sicarios de cada bando. Toda su adolescencia creció con las palabras “levantón”, “sicario”, “ráfaga”, “balacera”, “chapos”, “zetas”, “cuerno de chivo”, “comando”, “soldados”, “federales” y “ministeriales”.

 

Por esto, en esta región del país resulta “normal” que los chicos platiquen sobre la violencia a sus padres como un hecho con el que esta generación, de entre 18 y 20 años, ha crecido.

 

En Torreón, Coahuila, la gente le pide “a su padre” Dios que no se le vayan a meter a la casa “los malandros”.

 

“Ya pasó con mi sobrino, estaban su esposa y sus dos niños chiquillos y de repente, como tenía abierta la puerta, se le mete un hombre al que venían persiguiendo, llegan unos con cuernos y los matan a ella y a sus hijos. El tipo se escapó”, relató Rosa Elena, una mujer de 76 años.

 

Ella vive en Durango capital, pero su sobrino, ahora viudo, reside en Torreón.

 

Rosa Elena explica que en La Laguna la gente ya está acostumbrada, o estaba, a tener las puertas abiertas, por el calor que llega a más de 40 grados en verano. “Ahora ya no pueden dejar así, cualquiera se les puede meter”.

 

Virgilio tiene 37 años, es dueño de dos negocios y trabaja como empleado federal. Sus pláticas diarias en la oficina y en sus establecimientos dan cuenta de donde quemaron una gasolinera o donde oyeron las ráfagas.

 

“Hay que andar a las vivas, uno acá ya no sabe, te levantas y sólo pides que no te toque estar en medio de alguna balacera o que vayan por alguien que esté cerca de ti”, dijo.

 

En Parral, Chihuahua, la gente aprendió que no sólo quienes andan en malos pasos pueden morir.

 

Un profesor de una preparatoria en esa localidad recuerda que hace como 15 años la gente pensaba que ahí sólo los que andaban mal eran a los que ejecutaban. “Eran pleitos entre ellos, uno nada más miraba que los balaceaban”. Pero desde hace poco más de seis años, “en las matazones, ya no se sabía si todos andaban de malandros o unos ni eran y les tocaba que los mataran”.

 

En Guadalajara y Zapopan, Jalisco, la gente cuenta que en el fraccionamiento exclusivo Puerta de Hierro viven los capos pesados, aquellos de la herencia de Ignacio Nacho Coronel o de los hermanos Amezcua.

 

“La policía sólo le hace al vivo, ya mero que no van a saber dónde están”, dice Eliseo, quien es chofer y trabaja en la zona metropolitana de Guadalajara.

 

“Aquí los narcos ya tienen rato, no es de ahorita”, insiste y recuerda que Guadalajara era tierra de Rafael Caro Quintero y Don Neto (Ernesto Fonseca).

 

“Uno nada más ve, se nota la gente cuando se dedica a andar mal, uno observa y se queda así, sólo platica de lo que pasa, los incendios de los autobuses, las balaceras, los muertos que ahí dejan en las camionetas, eso ya se volvió en algo que ocurre seguido”.