El primero de mayo del 2011, debió ser un día como cualquier otro. En México, uno de asueto, no así en Estados Unidos, que esta conmemoración se celebra el primer lunes de septiembre. Es más, muchos de nosotros ni siquiera recordamos qué hicimos aquél domingo.
Pero Joseph Hall, entonces un niño de apenas 10 años, no olvidará jamás lo que ocurrió aquel día: su padre, Jeff Hall, un líder nacionalsocialista, dormía -dicen que por efectos de ebriedad- en el sofá de la sala de su casa, en Riverside, California -ciudad con más de 300 mil habitantes- en Estados Unidos, pero ya nunca despertó.
Sí, ese primero de mayo el pequeño Joseph aprovechó lo profundo del sueño de su padre para tomar un revólver .357, colocarle el cañón en la cabeza y, sin piedad, soltarle un disparo a quemarropa. La muerte fue instantánea.
La razón del parricidio fue que el menor pensaba que Hall, de 32, planeaba divorciarse de su madrastra y deshacer a la familia, conformada por cuatro menores más.
No era un secreto para nadie que Jeff era líder del Movimiento Nacional Socialista (NSM). Incluso hacía alarde público de sus convicciones políticas neonazis, las cuales no lo blindaron de una muerte a manos de su hijo, a quien ya adoctrinaba con ideas de supremacía blanca.
Y esta historia revive, en medio de la marea que agita a Estados Unidos, que revivió el debate sobre crímenes y control de armas, a raíz de la masacre del mes pasado en una escuela primaria en Newtown, Connecticut, en la que murieron 26 personas, entre ellas 20 niños.
A partir de esta tragedia, el presidente Barack Obama espera que el Congreso apruebe una serie de leyes para restringir la venta de rifles de asalto y la legislación de armas se vuelva más estricta.
Más allá del bien y el mal
El asesinato levantó revuelo en Estados Unidos. En inicio se especuló que se trataba de un accidente, también se habló de un crimen resultado de la educación violenta y racista que Jeff Hall inculcó en sus hijos y, evidentemente también, de la fallida legislación de armas en el país. Prueba de ellos era que en el hogar y a la vista y acceso de todos en la familia había una pistola.
Las autoridades se toparon entonces con un gran dilema: ¿Puede un niño de 10 años, expuesto sistemáticamente a ideas racistas, de supremacía racial y violencia extrema, comprender la diferencia entre el bien y el mal?
Ese fue el postulado en el que se centró en octubre del año pasado, el juicio contra Joseph, ahora con 12 años. La defensa del niño argumentó que éste había crecido en un ambiente violento, por lo que era muy joven para entender la diferencia entre ambos extremos (el bien y el mal) cuando accionó el gatillo del revólver hace dos años.
Pero la jueza Jean Leonard tuvo otra respuesta: Joseph “sabía que lo que había hecho estaba mal. Colocó el cañón de una pistola en la cabeza de su padre y disparó el gatillo. Hubo planeamiento y entendimiento en la comisión de este delito”. Y por ello, más allá del bien y el mal, determinó que el niño sí es criminalmente responsable del delito de homicidio en segundo grado, pero será enviado a un centro de detención juvenil hasta que cumpla 23 años, sin que aún se precise la fecha exacta en que empezará a pagar su castigo.
Creando “monstruos”
El testimonio de una de los Hall fue determinante. Joseph había planeado el asesinato días antes, porque su padre, que tenía en poder su custodia, estaría buscando separarse de su madrastra.
Interrogado sobre el asesinato de Jeff, el menor, dijo que cometió el crimen porque vio un capítulo de la popular serie de televisión ‘Criminal minds’ (Mentes criminales), en la que un niño asesinaba a su padre sin que tuviera que responder ante las autoridades.
Pero algo hay que añadir, y es que Joseph ya contaba con antecedes de comportamiento violento y agresivo. Fue expulsado de ocho colegios y cuando cursaba el grado preescolar le enterró un lápiz a su profesora.
“El fallo es una tragedia… Si creamos un monstruo, y no estoy diciendo que (Joseph) sea un monstruo, sino como sociedad, si creamos un monstruo tenemos la responsabilidad de lo que ese monstruo hace”, sostuvo Matthew Hardy, uno de los principales defensores del chico criminal.
Y no fue suficiente durante el juicio, la evidencia de que el niño había sido víctima de violentos métodos de castigo ante su mal comportamiento: “Fue abusado y desatendido desde que estaba en el útero (…) se le ensañaron cosas que un menor no debería haber sabido”.
El litigante dijo que la decisión de la jueza afectaría más al menor, debido al tipo de personas, “lo peor de lo peor”, que están recluidas en los centros de detención para menores. Por ello, agregó, espera que Joseph sea colocado en un centro privado que ofrezca terapia, asistencia médica y educación escolar.
(Jeff Hall. Foto: AP)
Un padre neonazi… un hijo criminal
Desempleado y de oficio plomero, Jeff Hall era líder en la costa oeste de EU del grupo neonazi Movimiento Nacional Socialista, la mayor organización supremacista del país con unos 400 miembros, en 32 estados.
El sábado, un día antes de morir, Hall organizó un encuentro con miembros del movimiento en casa, donde estaba presente un periodista del diario The New York Times, quien trabajaba en un artículo sobre la organización.
En la reunión, el padre, quien en el pasado se había jactado de haberle enseñado a su hijo a disparar y adiestrarlo en el uso de equipos de visión nocturna, contó que el niño había roto armarios en la casa.
Durante el encuentro, en el marco de la discusión de los planes para establecer patrullas armadas en la frontera con México, su hijo estaba sentado en una mesa y escuchaba en silencio. Una bandera nazi colgaba a media sala.
El periodista le preguntó si estaba pasando un buen rato. Y él chico dijo que sí.
Parricidio, algo común… pero no en niños
Aunque los casos de parricidio -cuando un hijo mata al progenitor- no son raros, si es poco común que el criminal sea tan joven, incluso que se trate de un niño.
La profesora Kathleen Heide, experta en criminología por la Universidad de Florida del Sur, en Tampa, y autora del libro “Jóvenes Asesinos: El desafío del Homicidio Juvenil”, afirma que, en promedio, cinco padres mueren cada semana en manos de sus hijos en Estados Unidos.
Sin embargo, dice, la gran mayoría de los arrestados por matar a su padre o madre son adultos, de 18 años o más. Los datos de los pasados 30 años muestran que entre las 8 mil víctimas de asesinato cometido por un hijo, sólo 16 casos fueron cometidos por niños de 10 años o menos, es decir mucho menos del 1%.
Un recuento citado por el diario estadounidense The New York Times, entre 1976 y 2007 hubo 16 arrestos a menores de 11 años por muerte de alguno de sus padres.
Y los juicios son aún más extraños. El código penal californiano establece que los menores de 14 años no pueden ser acusados de un crimen sin una evidencia clara de que “conocían su ilegalidad”.
(Foto: paulboylan.wordpress.com)
(Fotos:AP, cbsnews.com y paulboylan.wordpress.com)