Muchos lectores lo ubican como el filósofo que va a la plaza, pero Fernando Savater (San Sebastián, 1947) también tiene una veta menos conocida. La de la literatura, la de la novela.

 

Pues sí, esa fue mi primera vocación: ser escritor de ficción. Incluso escapé de un destino familiar que era ser abogado o notario como mi padre, que me horrorizaba, y me fui a la carrera que entonces se llamaba Filosofía y Letras, en Madrid. No buscando la filosofía sino las letras. Lo que pasa es que entonces no había una especialidad en literatura como existe ahora. Entonces sólo había filologías que eran mucha gramática, mucho latín vulgar, en fin.

 

“Entonces elegí filosofía, no me arrepiento, me ha ido muy bien y me ha interesado mucho, pero siempre me quedó la cosa de no haberme dedicado a la literatura que es lo que yo quería. Ahora que ya he terminado un poco mi periodo de filosofía que ha durado 40 años, quiero dedicarme a la literatura. Si ahora sigo escribiendo ensayos seré un ensayista viejo, pero si me pongo a escribir novelas seré un novelista joven. Es una segunda vida”.

 


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Esta novela, Los invitados de la princesa, (Espasa Calpe, 2012)es muy interesante porque retrata, digamos, un mundo que tiene que ver con el mundo de la cultura.

 

Es un mundo que conozco bien por experiencias de congresos y reuniones de escritores. En El Decamerón de Bocaccio o en Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, varios personajes se ven reunidos y obligados a convivir en un lugar porque no pueden irse y ahí se cuentan sus historias o padecen las historias de otros. Pero sí, es un mundo que se me da fácil retratar porque me he movido en él toda mi vida.

 

 

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Llama la atención el tono, tiene mucho humor en éstas muchas historias que convergen en una.

 

El humor ha estado presente en todos mis libros, por supuesto en algunos ensayos y artículos, incluso cuando los artículos hablan de temas más dramáticos como el terrorismo. Siempre había un trozo, una frase, una cosa de humor, que a veces los amigos me reprochaban por no poder reprimir las ganas de introducir siempre una pequeña broma. A mí me pasa lo contrario que a mi casi paisano don Miguel de Unamuno, que tenía, como ustedes lo saben, el sentimiento trágico de la vida; yo tengo el sentimiento cómico de la vida, no puedo remediarlo.

 

¿Le costó trabajo saltar del ensayo a la novela?

 

Sí, he escrito novelas, obras de teatro, he escrito mucho… Lo que quiero decir es que siempre he hecho de vez en cuando cosas de ficción, lo que pasa es que la ficción exige una forma de escritura diferente al ensayo. Si estoy escribiendo un ensayo e interrumpo en una línea porque me vengo a la Feria del Libro en Guadalajara, y me estoy ahí diez días, vuelvo y me vuelvo a sentar y sigo escribiendo como si me hubiera levantado a tomar un café, es decir no tengo ruptura.

Con la literatura, por lo menos para mí, no es así. Necesito escribir seguido, meterme en la historia; me cuesta volver a recuperar la voz que tenía cuando dejé de escribirla. Entonces exige dedicarle más tiempo, más continuidad. Ahora quiero dedicarle más tiempo.

 

¿Cómo encuentra la voz de los protagonistas?, por ejemplo en Los invitados de la princesa donde hay la voz de un periodista, muy interesante, muy irónico, muy contundente también que a veces piensa como un filósofo.

 

En el fondo, todo mundo piensa que los filósofos tienen una especie de monopolio de las ideas o de pensamientos absurdos. Mal que bien a todos nos hacen filósofos las circunstancias de la vida, la muerte de un ser querido, el abandono amoroso, un revés político, esas cosas a todos nos dejan pensativos. A todos nos hacen pensar y todos en ese sentido somos un poco filósofos. ¡Hombre! Quizá en mi libro los personajes tienden en general a ser o más reflexivos o más declamatorios o más contundentes, porque son un poco intelectuales, pertenecen a ese gremio, no les es ajeno. Supongo que si se hubiera hecho la novela entre futbolistas hubiera tenido que cambiarle; aunque a lo mejor los futbolistas también son filósofos en dos horas.

 

Dice que tiene que escribir ficción de corrido, de manera constante…

 

Claro, sí, con más continuidad. Puedo hacer una pequeña interrupción pero no dejar un lapso demasiado grande.

 

Pero ha combinado los dos sistemas de escritura; las combina con frecuencia.

 

Sinceramente, voy a dejar el ensayo como tal. Voy a seguir escribiendo artículos que serán ensayísticos en prensa, conferencias. Pero el ensayo que exige un periodo de preparación, ya no. Para bien o para mal ya lo he hecho. Ahora hay otras cosas que son incluso orales o habladas o discutidas con gente; por ejemplo, el último libro La ética de urgencia, que no fue escrito sino hablado. Fue un intercambio hablado por mí y varios jóvenes. Ellos me propusieron los temas y yo los desarrollé. Haré guiones o programas culturales pero no ensayos.

 

Qué le hizo decidir tocar este tema de los congresos en su novela. Es un retrato también burlón de ese mundo.

 

La anécdota de Los invitados de la princesa, me ocurrió de verdad. No sé si recordáis, aquí en México no afectó, pero hace tres años un volcán irlandés dejó sin vuelos a toda Europa. Yo estaba en una localidad italiana, cercana a Milán, donde había un congreso literario, y bueno, ahí nos quedamos sin poder volver. Los aeropuertos estaban cerrados, los trenes estaban absolutamente colapsados de gente. Nos pasamos así 48 horas hasta que alguien nos prestó un pequeño vehículo y ahí nos metimos apiñados seis o siete personas y así volvimos a casa.

 

El hecho de estar conviviendo con personas que tú conoces de nombre o por haberles leído, pero que no has convivido nunca con ellos y que de pronto te encuentras casi haciendo vida marital obligadamente todo el día, me dio la idea de la novela; de decir que eso es lo que ocurría en esas historias célebres de Bocaccio, donde una fuerza natural exterior atrapa a sus personajes y que tenían que viajar juntos para evitar peligros durante el viaje.

 

¿La literatura se alimenta de la vida o los libros se alimentan de los libros nada más?

 

Hay gente que ha vivido mucho y que ha hecho grandes hazañas: se ha subido con los pies desnudos al Everest y ha cazado búfalos. No me hubiera gustado mucho hacer nada de eso, mis audacias mayores han sido las lecturas. A pesar de que a las historias mías siempre les meto elementos fantásticos, se alimentan de la vida pero también de los libros. En Los invitados de la princesa homenajeo a las grandes historias policiales, a las historias de terror de Lovecraft, a una serie de géneros que me gustan. De esa tradición literaria tomé un vampiro que merodea en mi novela. Ahí están mis apetencias literarias, están ahí.

 

¿Hay algún libro o autor que le impulsara a convertirse en escritor?

 

El tipo de literatura que siempre me gustó, era la que tenía una dimensión reflexiva filosófica. Mi modelo al que quería llegar cuando fuera mayor, y todavía sigo queriendo llegar cuando sea mayor, es Borges. Borges me parece que es la combinación de ficción, de imaginación, con un contenido filosófico, un punto irónico. O sea, Borges es Savater, pero bien hecho.

Me gustaban ese tipo de escritores y bastantes autores como Santayana, y por supuesto, los novelistas puros y duros: Stevenson o Lovecraft o Poe o George Orwell, han sido mi vicio y todavía lo siguen siendo. A veces llego a una librería buscando una novedad y veo una edición nueva de La Isla del tesoro que no tengo, y aunque ya tengo un estante lleno de La isla del tesoro, la vuelvo a comprar.

 

¿Hay algún libro con el que haya empezado a leer, que le haya atrapado, que haya dicho caramba qué es esto?

 

Mi madre me compraba un montón de libros y yo estaba ahí metido, oyendo a lo lejos a mis hermanos jugar, y yo solamente leyendo. Fue el periodo más feliz de mi vida.  En la infancia me pasó con los cuentos de Poe y con Moby Dick, que ha sido mi libro emblemático y que releo cada dos años. También por supuesto La isla del tesoro.

 

Y cuando escribe sus novelas, los trabajos de ficción, las sombras tutelares de las que nos ha hablado ¿no siente que le pesan demasiado?

 

A veces hay que luchar un poco con la tendencia de escribir lo que te ha gustado leer; uno tiene que intentar escribir cosas que le gusten leer a otros, porque hay una especie de cierto placer en decir yo también lo sé hacer. Escribes algo que en el fondo es lo que tú has leído ya. Hay que combatir un poco eso. Cuando empezaba a escribir cuentos y tenía doce o trece años, hacía imitaciones de uno o de otro. Incluso hice un cuento muy bonito en el que un joven escritor se reúne con los amigos y quieren escribir y contar una historia. Y cada uno cuenta su trozo de historia imitando a Swift, otro a Defoe, etc. Yo espero que ahora, aunque se me noten las querencias literarias, ya no sean simples transcripciones lo que yo haga.

 

Ha tenido contacto desde hace mucho tiempo con grandes escritores, le acaban de otorgar recientemente el Premio Octavio Paz.

 

Ha sido muy emocionante. Primero por lo que significó Paz para mí, fue una de las primeras personas que cuando yo tenía veinte poquísimos años, había escrito un ensayo que se llamaba La filosofía tachada , que fue mi segundo libro, y en el cual hablaba bastante de El arco y la lira. De pronto recibí una carta que llegaba de México, que para mí era otro planeta, de Octavio Paz que me decía que me había leído, que le gustaba, que me animara a seguir escribiendo. Pero para mí, ya te puedes imaginar, es como si me hubiera escrito una carta el espíritu santo.

Y bueno, a partir de ese momento seguimos teniendo una relación que cuando fui a México se convirtió en amistad.

 

Paz tiene la imagen en algunas personas de que era una persona dura. Usted habla de otro Octavio Paz.

 

Eso que dices es verdad, porque yo por ejemplo, con la mala costumbre que tenemos los vascos, al llegar a México lo empecé a tutear. Después me dijeron que él no tuteaba a nadie. Conmigo empezamos hablarnos de tú desde el primer día y hablamos de tú hasta el último día. Pero no lo hice por falta de respeto. Él lo aceptó con toda normalidad. Ese Paz severo, quisquilloso, no lo conocí.

 

La primera vez que logré venir a México, para pagarme el viaje convencí a El País de que le iba hacer una entrevista a Octavio Paz. Yo no había hecho una entrevista en mi vida, a nadie. Dije, bueno entrevisto a Octavio Paz y con eso me pagan el viaje, yo lo que quería era hacer el viaje. Total, fui con Paz y desde el primer día que nos empezamos a ver tomábamos nuestros tequilas, charlábamos. Yo sacaba mi grabadora y total pasamos tres o cuatro días charlando. Cuando volví a Madrid saqué la cinta de la grabadora y no había grabado absolutamente nada. Pensé que me fusilarían en el periódico. Entonces me inventé de arriba a abajo toda la entrevista. Octavio se murió sin saber que la entrevista la había inventado yo. Y en el libro que salió en el Fondo de Cultura Económica con sus mejores entrevistas, se incluyó. Jamás me atreví a revelar la verdad.

 

¿Y a Paz le interesaba la filosofía?

 

A él le gustaba muchísimo la filosofía, el pensamiento sobre todo, no una filosofía meramente digamos académica, por decirlo así, sino el peso de las ideas sobre la vida. Él estaba convencido de que las ideas eran un ingrediente activo en el mundo. Eso desde luego le interesaba muchísimo. El primer día que fui a cenar a su casa, me dijo bueno, si no te importa, va venir un señor francés con nosotros que está aquí. El señor francés era Levi Strauss. Cené por primera vez el mismo día con Octavio Paz y Levi Strauss. Y bueno eso le gustaba y además él tenía una capacidad muy grande, que yo le envidiaba y le envidio, como ensayista de que sintetizaba muy bien lo interesante y lo nuevo de los pensadores.