El sábado pasado, a medio día, la música de un rico jazz inundaba mi cocina. En el refrigerador recién había puesto a marinar una lonja de salmón para que se infusionara con los sabores del jengibre, miel maple, mostaza y salsa de soya, antes de cocinarla sobre las brasas. Las botanas estaban ya servidas y la botella de vino estaba enfriada: casi podía sentir el cuerpo robusto y los aromas a peras y duraznos, así como las maderas con vainilla tan característicos del Chardonnay que me iba a tomar. Era maridaje perfecto para la comida que serviría.
Siempre me gusta tener vinos blancos en casa. Por lo que aprovechando un descuento del 30% en todos los vinos californianos en el Buen Fin en la Castellana de Tlalpan, compré 6 botellas del Chardonnay 2008 de Gloria Ferrer. Al llegar a casa, inmediatamente lo almacené en mi cava y me olvidé de él, hasta esa mañana de sábado en que lo puse a enfriar.
Al descorchar el vino, lo primero que percibí fueron los aromas a corcho. En lo personal considero que es horrible toparte con un vino acorchado y a pesar de que no es dañino para la salud, es terrible para el paladar. Mis peores temores fueron confirmados: el olor químico a moho y a perro mojado, aunado a la falta del carácter afrutado del vino no dejaban lugar a duda, el vino estaba defectuoso.
En un restaurante, es evidente lo que hay que hacer cuando encuentras este defecto. Al momento de catarlo si uno se percata que viene mal, hay que regresar la botella ya que nadie está obligado a tomarlo. Muchas veces el sommelier se puede acercar para verificar que efectivamente el vino está malo y en los buenos lugares deben cambiarte la botella. Sin embargo, tengo que hacer una nota de cautela: es muy diferente si no te gusta el vino. Nunca puedes regresarlo por esta causa. Si está bien y lo pediste, no hay vuelta de hoja. En cambio, cuando lo compraste en una vinatería y tiene un defecto ¿qué procede en este caso?, ¿hay devoluciones?
(Fotos: Ana Saldaña)
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