Como todos los días, empleados de la Torre de Pemex salieron a comer a las 14:00 horas. Unos tardan una hora, pero otros más. A las 15:45, un estruendo sorprendió la zona, en un perímetro de 300 metros a la redonda. El terror llegó.

 

Mario estaba comiendo cuando sintió un leve temblor seguido de un gran estruendo. Pagó y cuando salió, se percató que salía humo del edificio B2 y que la gente salía corriendo, llorando, gritando. Él se quedó paralizado y entró en shock.

 

Laura González regresó de comer e iba en el elevador cuando ocurrió la explosión. A las 14:00 horas se registró la última llamada con sus familiares. Ahora está desaparecida.

 

Héctor Cardozo trabaja en uno de los pisos superiores de la Torre. Acusa que tras la alarma, el protocolo de evacuación no funcionó, pues tardaron hora y media en sacarlo del edificio.

 

“La gente gritaba, lloraba, pero los responsables de seguridad no dejaban que nos moviéramos. Todos nos quedamos quietos, pero desesperados. Querías salir, porque lo único que sabíamos era que había habido una explosión, pero nadie nos informaba nada. Todo fue un caos”, narra.

 

Alejandro López se estrenó como rescatista. Tras contactar a su hermana y decirle que estaba sano y salvo, se quedó en el interior del edificio para ayudar a rescatar algunas personas atrapadas. De las muertas no quiso hablar.

 

Alrededor de las 16:10 horas, la calle Mariano Escobedo se llenó de gente que había sido evacuada del edificio. Los trabajadores salieron de la Torreo dejando todas sus cosas en sus lugares de trabajo, después les avisarían que no podrían recogerlas, ni tampoco sus vehículos.

 

Agentes de la SSPDF, Policía Federal, PGR, Protección Civil, cuadrillas de las delegaciones Iztapalapa, Álvaro Obregón, Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Azcapotzalco, ambulancias del ERUM y la Cruz Roja, apoyados de binomios caninos, arribaron a la Torre de Pemex. Pero también lo hicieron ambulancias forenses.

 

A través de los barrotes que marcan el perímetro de Pemex, se puede observar con claridad los vidrios rotos de seis pisos. Ante la insistencia de los fotógrafos capturando la huella de la tragedia, trabajadores de la paraestatal parchan con cartones las rejas, la policía del DF repliega a la prensa. Todos tienen la orden de callarse.

 

El colapso

 

“El sonido fue como una explosión, como cuando dinamitaban los edificios después del terremoto del 85”. Así lo refiere el señor Agustín, dueño de un taxi que tiene su base sobre Marina Nacional, frente del edificio de Pemex. Él esperaba a su clienta, la señora Martina, pero ella nunca llegó.

 

Asegura que después de la explosión, vio a policías armados “cortando cartucho” mientras corrían y gritaban: “Esa es la camioneta, esa es la camioneta”.

 

Desde la calle se escuchan los aullidos de los perros de rescate. En el interior del edificio se observan hombres con chalecos de protección civil cubiertos de polvo corriendo de un lado a otro. Decenas de ambulancias iluminan la calle de Bahía de Banderas. No podemos ver nada; sin embargo policías, bomberos, Ejército, federales, peritos, funcionarios, todos están allí. Todos se refieren a la torre como “el edificio colapsado”.

 

Detrás de la valla que divide Marina Nacional, los familiares con la miranda perdida sobre la gran Torre de Pemex, símbolo de la riqueza nacional, insisten inútilmente en comunicarse con sus familiares. “¿Dónde está mi hijo? ¡Déjenme pasar! grita una mujer a la policía. Los reporteros le acercan micrófonos, las cámaras iluminan un rostro moreno descompuesto por la incertidumbre. “Mi hijo trabaja en recursos humanos, desde la tarde no sé nada de él y nadie me dice nada”. Ante las declaraciones, los policías acceden y le permiten el acceso.

 

A unos metros de allí, un joven con los ojos hinchados relata que tiene cinco familiares en Pemex, de los cuales, uno de ellos no ha contestado el celular desde hace más de tres horas.