En los últimos días, prendes la televisión y Javier Cercas aparece, abres un periódico o una revista, y otra vez él. Pasa lo mismo en España, México, Argentina, Colombia… se parece a esos cantantes de moda que, a fuerza de repetición, acabamos conociéndolos. En la librería en donde nos citan para charlar, hay por lo menos tres reporteros queriendo ser los primeros, y siguen llegando, para arrebatarle un par de palabras, frases bonitas o simplemente para alardear que lo han conocido. El pretexto es Las leyes de la frontera, su nuevo libro. Se deja admirar por los fotógrafos y por los clientes curiosos que preguntan quién es ese señor:

 

“¿Que me presente yo? ¡Yo sólo soy un escritor!”, dice con sorpresa. “Un plumífero”.

 

–Sus libros han sido traducidos a más de 20 lenguas, es considerado como el escritor español con mayor proyección.

 

–Creo que ahora son 30, pero bueno…

 

–¿Por qué deberían leer algún libro de usted, es más, por qué debería leer la gente?

 

–Esa pregunta es muy difícil… Yo espero que les interesen, que les gusten, que les importen, y al final lo que deseo, lo que deseamos todos los escritores es cambiar a la gente, cambiar su manera de ver las cosas, cambiar al mundo entonces, cambiar la percepción del mundo.

 

–¿No quieren que los quieran?

 

–Ah, también, ¿no? Sí, también, claro que sí.

 

–Le decía de los libros, porque aquí muchos los vemos como un lujo, por qué comprar un libro, en lugar de comer algo, de comprar una torta…

 

–¡Pues porque el libro alimenta más que la torta, hooombre!, no lo dudes. Además, dura muchísimo más.

 

–Sus libros duran en las manos de las personas dos días, a lo mucho…

 

–Nooooo, pero puedes releerlos, una y otra vez, la literatura no es lo que se lee, es lo que se relee, y por qué, porque la literatura sirve para vivir más, las tortas no sirven para vivir más, es decir, para vivir todo aquello que no puedes vivir de otro modo… porque te vuelve más rica, más compleja la vida, porque… creo que son razones suficientes, ¿no? Más rica, más compleja, más intensa…

 

—Le preguntaba esto porque…

 

–… y sin literatura la vida es más pobre, muchíiiiisimo más pobre, muchíiiiiisimo más aburrida, muchíiiiiisimo menos intensa, no se puede vivir sin literatura, es imposible.

 

–(Silencio)

 

–Quien vive sin literatura se pierde algo fundamental, es como quien se pierde el sexo: ¡Imagínate la vida sin sexo! Que no tuviésemos el sexo, es lo mismo.

 

–Pero le pregunto por las noticias que nos llegan de España: crisis, desalojos, desempleo, ¿para qué leo?, mejor como…

 

–…hombre, hay que comer primero, sí. Sí. Sí. Es que sin comer no puedes leer, sí, sí, noooo. Si alguien se muere de hambre que mejor se compre algo, sí, sí. Aunque los libros no son caros, eso es mentira, son baratos, muy baratos, puedes leerlos y releerlos, un libro dura toda la vida, un buen libro.

 

–¿Un buen libro?

 

–Los malos libros no sirven para nada. Los libros buenos, y todos esperamos escribir libros buenos, sirven para todo, son tan importantes como respirar. O como comer, son vitales.

 

–Le digo todo esto porque en Las leyes de la frontera habla de los marginales, habla de que en Europa también hay pobres, también hay violencia, jóvenes que se drogan, detrás del estereotipo del europeo puro…

 

–Ese estereotipo del europeo no existe, la primera parte del libro habla de un momento en que España era un país tercermundista, el libro si quieres cuenta cómo un país del tercer mundo cambia a un país del primer mundo, y qué pasa con la gente de aquélla época. Algunos se convierten en supervivientes, en náufragos de aquél momento. Claro, cuando yo era adolescente también había –y ahora- violencia y corrupción. Eso no es privativo de México ni de Latinoamérica, ni nada, eso forma parte del ser humano. La corrupción forma parte de cualquier sociedad, la violencia… mis libros son libros que tratan de ser muy locales y muy universales a la vez. Están situados en unas coordenadas geográficas e históricas precisas, pero para hablar de cosas que nos afectan a todos. Eso es la literatura. Convierte lo particular en universal.

 

–Usted siempre trata de escribir con términos sencillos, no usa nada de palabras chocantes para fingir ser más inteligente…

 

–La literatura no consiste en escribir con palabras raras, la literatura consiste en decir la verdad. La verdad literaria, pero la verdad. Las palabras más nítidas, más directas… la literatura no es añadir adjetivos, decir azulino en vez de azulado, la literatura consiste en decir la verdad. ¡Yo detesto la retórica!, y detesto eso que suele pasar por literatura: retórica barata, mucho adjetivo, mucha florecita, eso no es la literatura. Toda literatura en este sentido es para mí antiliteratura. ¿Qué es la literatura? Lo que no suena a literatura, suena a verdad.

 

–Como usted…

 

–Ojalá, eso es lo que intento..

 

–Como sus personajes de Las leyes de la frontera, ¿así era usted de radical a los 16 años?

 

–Nooooo, me hubiese gustado contestarte que yo también pertenecí a una banda de delincuentes y atraqué bancos…

 

–¿Pero no tuvo una banda de locos?

 

–Ahhhh, eso sí. Pero eso es otra cosa, estos andan por ahí con recortadas, con escopetas recortadas, eso es otra cosa, ahí no llegué. Pero drogas, sexo y rock and roll todo lo que pude.

 

–En la Movida…

 

–Eso de la Movida es un invento…

 

–Con su libro vi caerse el mito de esa fiesta bonita…

 

–Es que todas las fiestas tienen su parte oscura, es que es ridículo, eso no existió. La fiesta bonita, donde todo mundo era feliz, donde todo mundo brindaba por la libertad, es una falsedad integral, absoluta.

 

–¿Se acuerda de Allen Ginsberg?I saw the best minds of my generation destroyed by madness…

 

–Ajá… bueno, sabes, lo que pasa es que, no sé si fueron los mejores, pero mi generación fue arrasada por la guerra que fue la heroína. Cuando digo arrasada no me refiero a los mejores ni a unos cuantos, fueron decenas de miles de chicos, tal vez más de un centenar de miles. Lo mío no es retórica, es real.

 

–¿Amigos suyos murieron también?

 

–Sí, murieron unos cuantos, a causa de la heroína sí, porque no sólo afectó, digamos, a los chavales pobres, miserables, de arrabal, yo no era un chaval pobre, miserable de arrabal, yo era… afortunadamente mi familia, no es que fueran ricos, pero no teníamos problemas económicos, éramos gente humilde, pero en fin, no me moría de hambre. Pero es que la heroína no sólo afectó a los que se morían de hambre, a estos chavales que como dice el verso de Bob Dylan: no tenían nada y por lo tanto no tenían nada que perder. Quien no tiene nada no tiene nada que perder. Afectó a todo el mundo. ¡Arrasó con todo mundo! Es un agujero negro de la transición política. Un agujero negro vertiginoso.

 

–Hablando de pobreza, en su libro Soldados de Salamina, habla con un escritor pobre, Roberto Bolaño. Usted, imagino que ya no es un escritor pobre…

 

–Tampoco soy un escritor rico–, ríe. –No existen los escritores ricos…

 

–Bueno, con ventas de millones de libros, podría ser… de Soldados de Salamina, cuántos vendió, más de un millón de libros…

 

–No soy pobre, me he ganado la vida también en la universidad. Nunca he sido pobre. Bueno, he sido pobre, de joven. Pero todos los jóvenes son pobres. Yo me ganaba la vida en la universidad, no tuve problemas económicos, bueno, quiero decir comparado con los problemas económicos reales, que es gente que no tiene ni para comer. Y ahora pues me gano la vida con lo que escribo, me la gano bien, no me quejo. Es algo milagroso. Nunca aspiré a esto, la verdad… nunca. Hasta los 40 años me leía mi mamá y algún amigo, y hasta ahí. Lo anormal es que te traducen en tantos sitios y que la gente compre tus libros, eso es maravilloso, pero es muy raro. Me siento privilegiado, soy un privilegiado. 

  

LA LLAMADA DE BOLAÑO

 

Tú sabes que (Roberto) Bolaño y yo éramos muy amigos. Cuando yo le conocí éramos escritores desconocidos. Él era 10 años mayor que yo. Y cuando lo conocí fue cuando comenzó a adquirir cierta notoriedad. Empezaba a ser un escritor conocido él. Y él tenía este sentido guerrillero de la literatura, sabes, los buenos, los malos. Los enemigos, los amigos, fantástico. Era el carburante en el fondo de parte de su literatura. Yo no lo entendía muy bien, ahora lo entiendo mejor. Amigos, enemigos. Entonces en España se publicó un libro, que se titulaba Páginas amarillas, donde estaban todos los escritores de mi generación. Todos los escritores de mi generación, absolutamente todos. Las páginas amarillas sabes lo que son, son el catálogo ese donde está todo mundo… excepto yo. Yo no estaba en ese libro. Entonces Bolaño me llamó por teléfono. Nos llamábamos por teléfono todos los días, como si fuésemos novios. Y me llamó por teléfono y dijo: “¡Ves, ves, tú tienes enemigos muy poderosos, tienes enemigos muy poderosos, te han suprimido de este libro!”. Pero Roberto, le dije, nadie me conoce. Nadie sabe quién soy. Y era verdad. Nadie sabía quién soy. Ahora sí lo saben y ahora sí tengo enemigos.