He trabajado por aproximadamente siete años en Petróleos Mexicanos. Tengo cierto agradecimiento a Pemex. Durante mi paso por la empresa hice mi primera maestría, compré mi primer automóvil, y allí me hice de uno de mis mejores amigos. De hecho, tengo muchísimos amigos en la petrolera. Con preocupación leí las listas de heridos y muertos en la reciente tragedia.
La empresa suele ser considerada “generosa”. Sus prestaciones son, sin duda, atractivas. El aguinaldo es malo paradójicamente. Cualquier trabajador que presenta comprobantes de propiedad de un auto recibe como 4 mil pesos para gasolina al mes. Los niveles más altos se hacen acreedores a … unauto, unauto. En los alrededores del corporativo hay pobreza y, de vez en vez, la Torre Ejecutiva amanece con un nuevo balazo en las ventanas.
Después del IMSS y el ISSSTE, es el sistema de seguridad social con mayor cantidad de derechohabientes pero los años que acumules allí no te sirven para jubilarte si sales de Pemex. Algunos cuentan extraordinarias experiencias de los sistemas de salud, para bien y para mal. A mí me llamaron preocupados para informarme que tenía mis triglicéridos en 580, el límite es 190, me hice un análisis privado y comprobé la falsa alarma.
Durante mi paso por la Dirección General pude ver opulencias y carencias increíbles. Nunca había jabón en el baño, por ejemplo, pero yo tenía un escáner que leía varias páginas por minuto. No me pagaron los dos primeros meses, “me prestaron” la plaza en una subsidiaria y comía gratis en el comedor ejecutivo. Usaba un elevador especial que recorría 47 niveles en menos de un minuto, el uso de los elevadores comunes me habría retrasado varios minutos más en cada viaje.
Ir de un edificio a otro de Pemex es lento e improductivo. Elevadores de dos pisos que se detienen sin abrir, encuentros con conocidos, el gran busto de Lázaro Cárdenas como punto de reunión, la falta de planeación del Centro Administrativo.
El estacionamiento “Verónica”, a 200 metros del conjunto y a 400 de la Torre Ejecutiva, está completamente lleno antes de que empiece la jornada laboral. La espera por un lugar puede durar decenas de minutos con el auto encendido; quien no deba marcar su hora de entrada, espera; los demás se arreglan con los franeleros del barrio.
El Centro Administrativo está blindado, en teoría. El conjunto está cercado y todas las entradas tienen un torniquete con lector de la tarjeta magnética de color gris que identifica a los trabajadores. Hay proveedores que también tienen pase automático de entrada. Los visitantes requieren que alguien solicite su ingreso por medio de un formato en la intranet. Rayos X y arcos detectores de metales en todas las entradas. Sin embargo, conozco al menos tres maneras de evitar los controles.
Miles de trabajadores carecen de una plaza de comida en el interior. Abarrotan las fondas, cantinas y puestos de fritangas de los alrededores. Por las tardes, en Bahía de Espíritu Santo, suele haber media docena de autos nuevos en espera de una prueba de manejo de un petrolero. Un par de veces recibí en la entrada tarjetas que decían “La belleza es azul”, promoviendo acompañantes para ejecutivos.
En el interior del conjunto hay bancos, agencias de viaje, aseguradoras, una oficina de Aeroméxico. Todo es casual. Nadie ha pensado, por ejemplo, cargar los inventarios de papelería y material eléctrico a los proveedores rentándoles una bodega, a pesar de que en el conjunto hay un centenar de pisos de oficinas. No hay estacionamiento para bicicletas, gimnasio o centro de negocios.
A pesar de que las instalaciones dicen “Edificio Libre de Humo”, en la Dirección General se fuma. Denunciar a tu jefe por hacerlo podría interpretarse como una traición a la confianza. Nadie lo hace.
Alguien me dijo que Pemex es Disneylandia. No está tan lejos de la realidad. El colapso de varios pisos en el Edificio B-2, con las explicaciones dadas hasta el momento, entra en la esfera de lo posible. Todas las instalaciones de la paraestatal han tenido auditorías de seguridad industrial, ha mejorado el desempeño de la empresa en este rubro, pero a pesar de ello, todo puede pasar. Lo vimos en octubre de 2007 con el accidente de las “mandarinas” en una plataforma. Lo vemos otra vez en el corporativo.
La improvisación y la planeación son fuerzas que luchan al interior de Pemex. El reto de Emilio Lozoya Austin será vencer a la primera. Eso hará a la empresa más productiva y sustentable, pero antes debe enfrentar la resistencia al cambio y tener claro que Pemex no sólo padece una descapitalización en lo monetario sino en el rumbo.
@GoberRemes