El jueves de la semana pasada se dio a conocer que Lady Gaga era retirada de la circulación.
Al parecer, los meses de excesos y de tensión física han causado graves daños a Stefani Germanotta, nombre real de la cantante que ha tratado, aún sin éxito total, convertirse en la máxima cantante pop de la segunda década del siglo XXI.
Cabe aclarar que Gaga y sus asesores de mercadotecnia no desean cambiar la historia de la música. Por más que pregonen ir tras los pasos de Joplin o Baez, la intención es distinta.
Las ventas de Lady Gaga es la intención final de crear una figura tan disímbola como ella. Desde la aparición de The Fame, su primer disco, el propósito de venta era claro.
Incluso, los foros que se seleccionaron para comenzar el impacto mediático de la Gaga tenían que tener la credibilidad e impacto para catapultarla arriba de la competencia como lo era Beyonce, Britney, Cristina o Kelly Clarkson.
Presentaciones en noticieros, canales de cable y hasta en la celebración de Anderson Cooper de Año Nuevo. Acústicos y la fabricación de una imagen atrevida y transgresora, más la producción inteligente de videos musicales con una estética sorprendente, cuidada, de vanguardia.
Y de ahí, encontrar el público que apoye en el mediano plazo tras la colocación entre los trendsetters.
Porque si bien el poner en boga a un artista es necesario para que planas de periódicos y blogeros hablen y catapulten un producto o artista, si no se tiene un fan base fuerte, el artista o producto muere.
Así, Gaga encontró dos fuentes claras de apoyo casi desmedido. Por un lado, los adolescentes necesitados de aceptación y por el otro la comunidad gay que admira y reconoce tendencias de moda y estilos.
Con ello, Germanotta viró su discurso a palabras de tolerancia y apertura sexual. Del baile pasó a las atrevidas escenas sexuales y a la libertad de decisión.
Creó un concepto de público en sus Little Monsters, monstruos diminutos que apoyaban sus alocadas decisiones al vestir y al desvestirse para obtener a cambio una figura que los defendiera de una sociedad que no los comprendiera.
Los resultados económicos son enormes, la influencia social y política se catapultó, el papel en la comunidad de Lady Gaga y las tendencias impuestas se han vuelto casi indispensables en la cultura popular.
Sin embargo, los tropiezos también se han expandido. Su obsesión -de ella y de sus asesores de Mkt- de competir contra Madonna la han hecho caer en excesos como calcar canciones de forma casi cínica.
Además, la fórmula se ha agotado de forma rápida, su público ha comenzado a voltear hacia nuevos fenómenos pop como One Direction y la dinámica de venta y promoción por sencillo o EP no ha sido conveniente, como tampoco los enormes presupuestos que se necesitan para fabricar un espectáculo mundial que pueda generar la frescura necesaria como para convocar a millones de personas alrededor del mundo que compren un boleto cada nueve meses.
Ahora, el desgaste corporal está en cobro natural a Lady Gaga. Mal momento y mala estrategia publicitaria. Mal momento por la cantidad de competencia que surge a su alrededor. Mala estrategia porque la aleja del público juvenil que sólo se sorprende de ese tipo de sucesos cuando el afectado es un ídolo juvenil, cosa que Gaga ya no es.
Porque si una cosa debe aprender en estos momentos la estrella popera es que, a diferencia de Joplin o Baez, las figuras chicle bomba sí tienen fecha de caducidad. Fecha de la cual no les salva ni el vestido de carne más apetitoso que se haya visto.
Esto, claro, a menos que seas Madonna.
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