Recién pasaron las elecciones de 1991, tuve curiosidad de acercarme al Partido Ecologista de México. Un solo día bastó para salir huyendo. Quería saber cómo funcionaba y me quedó claro. Era el feudo de Jorge González Torres. Los militantes pedían a gritos “defender el voto” para conservar el registro. Él argumentaba que no iba a ayudar a desestabilizar al país. Tenían el 1.34% de la votación y requerían el 1.5. Háganle como quieran, repitió González Torres una veintena de veces esa noche. Lo acompañaban una guapa esposa y tres juniors, dos princesitas y el heredero del partido.
Como no podían volver a presentarse en las elecciones de 1994 con el mismo nombre, añadieron “Verde” al registro oficial, aunque ya todos los conocían como Partido Verde. Esta vez conservaron el registro y Jorge Emilio González Martínez llegó a la Asamblea de Representantes. Tres años no le bastaron para aprender. En 1997 era diputado federal y en su primera participación en la tribuna, el 9 de septiembre, pedía al Secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet reformas legales; la respuesta de éste fue elegante, pero le dejó claro que las reformas estaban en manos de los legisladores. Hasta allí “el Niño” parecía tonto pero bien intencionado. Ya con el video de los 2 millones de dólares por una gestión en Quintana Roo, más el suicidio de la búlgara desde su departamento en Cancún, no sólo decíamos Niño Verde, también Niño Muerde.
El Partido Verde se ha convertido en bisagra desde 1997, y básicamente de ello se ha beneficiado “el Niño”. Heredó el partido, no se supo más de las actividades de su padre, pero su organización hace negociaciones poderosas: negocia (si no vende) los mejores lugares en sus listas, logra la aprobación de leyes buenas y malas pero que forman parte de su bandera electoral, han colocado presidentes municipales, senadores, diputados federales y han sido pieza clave en el triunfo de algunos gobernadores priístas. En todos estos años “el Niño” sólo ha estado sin fuero durante tres años; acumula 15.5 años de experiencia legislativa. No hay muchos que tengan tal carrera. Habiendo pasado los 40 años se le sigue considerando “el Niño Verde”, reflejo de que nadie percibe en él un ápice de madurez.
Auto de lujo, vehículo escolta ¿vale la pena manejar en estado de ebriedad? “El Niño” quiere ser gobernador de Quintana Roo, el estado que representa y el estado donde sigue viviendo la fiesta de una adolescencia que no terminará pronto. Tal vez el bochorno del torito libre a los quintanaroenses de este mal. Tal vez no, tal vez las alianzas políticas sean más fuertes. El PRI obligado a apoyar al Senador González Martínez. ¿Y si sí llega a gobernador, y si vuelve a manejar ebrio, y si mata a alguien en estado de ebriedad? Niño Muerte en vez de Niño Verde.
Pudo haber ocurrido, de hecho, que el senador no se encontrara con el alcoholímetro sino contra otro vehículo y matara a alguien. Es obvio que su escolta lo habría ayudado a huir, eso sin considerar el tema del fuero.
Gracias al alcoholímetro, de tener 671 muertes por accidentes de tránsito que involucraban al menos a un conductor alcoholizado, ahora hay menos de 100 muertes. Quisiéramos cero. Cualquiera que maneje en estado “inconveniente”, enfrente o no el alcoholímetro, tiene una parte de culpa en estas muertes. Los conductores ebrios son asesinos en potencia. El Niño Muerte lo fue en ese momento.
El Niño Muerte no es ningún reflejo de la supuesta honorabilidad del congreso. Todo lo contrario, es un argumento para dudar de ella. Veremos hasta dónde llega el interés económico y el poder de chantaje de su partido. Sea como gobernador, o como senador, este puberto tardío tiene más posibilidades de hacer daño, que de hacer el bien. Nadie quiere borrachos en las calles y ni irresponsables en las élites del poder, mucho menos que ambos se junten en la misma persona.
@GoberRemes