El primer Papa latinoamericano se ha mantenido fiel a la doctrina católica. Es jesuita, pero no proviene de las corrientes progresistas ni de la Teología de la Liberación.

 

Cuando se discutió el matrimonio gay en Argentina, llegó a escribir una carta a unas monjas carmelitas que la oposición a esa ley era una “guerra de Dios” ante una “movida del diablo”.

 

Bergoglio, no obstante, lejos está de representar el ala más conservadora de la Iglesia católica, refiere un texto publicado por El País.

 

Él siempre representó la alternativa frente a los más ortodoxos del catolicismo argentino. Este sacerdote de la Compañía de Jesús, poderosa orden de intelectuales dentro de la Iglesia, muchas veces enfrentada con Roma y en los últimos tiempos con el Opus Dei, también se ha distinguido por permitir que los curas más progresistas de su diócesis se desempeñaran con bastante libertad.

 

En 2005, cuando fue elegido papa Benedicto XVI, Bergoglio fue el candidato opositor, el que representaba a la moderación frente al más extremo conservadurismo. El Papa argentino además no tiene nada que ver con la burocracia vaticana. Es más: poco le gustaba tener que viajar a Roma.

 

Estudió humanidades en Chile y en 1960, de regreso a Buenos Aires, obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Colegio Máximo San José, de los jesuitas. Entre 1964 y 1966 fue profesor de Literatura y Psicología primero en un colegio de la ciudad de Santa Fe y después en otro de Buenos Aires. De 1967 a 1970 cursó Teología en el Colegio Máximo y se graduó de licenciado. Sólo en 1969 se ordenó sacerdote, a los 33 años. Pero después comenzó una rápida carrera en la Compañía de Jesús.

 

Con sólo 37 años llegó a ser el jefe de los jesuitas de su país. En aquel tiempo, el régimen militar secuestró a dos sacerdotes de su congregación que actuaban en barrios de chabolas de Buenos Aires y que tenían posiciones progresistas, Orlando Yorio y Francisco Jalics. En organismos de defensa de los derechos humanos se lo acusa de que, como provincial de los jesuitas, denunció ante la dictadura que ambos eran guerrilleros. Bergoglio dijo, en cambio, que hizo gestiones ante el entonces dictador argentino, Jorge Videla, para que fueran liberados, lo que finalmente sucedió.

 

Pero las batallas de Francisco ahora ya no serán las de la política argentina. Sus desafíos serán globales. Ha tenido experiencia de rivalizar con los sectores más conservadores de su país, que le exigían más dureza contra el matrimonio gay o el aborto. Por ejemplo, Bergoglio nunca se puso al frente de marchas callejeras contra las bodas de personas del mismo sexo, como sucedió con la Iglesia española. Tampoco se lo ha escuchado nunca pronunciándose a favor del uso del latín o en contra, manifestaciones populares o modernas de la liturgia. Los que esperan un Papa revolucionario tal vez no lo encuentren en Francisco, pero al menos podrán conformarse con que no se trata de otro Joseph Ratzinger.