El mundo de la moda siempre ha dado de que hablar y la última campaña publicitaria de Louis Vuitton no ha sido la excepción. Enfundadas en atuendos transparentes y pelucas oscuras que evocan a la garçonette de la década de los 20, desfilan las modelos Cara Delevingne, Georgia May Jagger y Saskia de Brauw en las nocturnas y sinuosas calles parisinas, aludiendo a la práctica de la prostitución al llamar la atención de los automovilistas y aguardar a posibles clientes en las esquinas de la Ciudad Luz.

Los tres minutos y medio que dura el video realizado por el director James Lima para la revista británica Love Magazine, en donde la pasarela es sustituida por las aceras, ha recibido una lluvia de críticas por parte de feministas como las francesas de Osez le Feminisme y las ucranianas Femen, al tacharlo de hacer una apología de la prostitución.

 

“Es un vídeo perturbador porque asocia dos universos totalmente diferentes, el refinado de la costura y uno mucho más violento, de la violencia sexual”, indicaron las francesas en declaraciones al periódico Le Parisien.

 

 

Me parece que la crítica que se centra en denostar la glamorización del mundo de la prostitución es acertada pero que podría ser más profunda al analizar el hecho de que  el trabajo sexual por sí mismo debería verse como cualquier otra profesión sin la estigmatización social de la que se la ha envuelto.

 

La publicidad de Vuitton cubre de un halo de misteriosismo los ires y venires en los callejones parisinos difusamente iluminados, de las lánguidas y taciturnas modelos como si se tratase de chicas perdidas a disposición de su clientela masculina, lo que sigue perpetuando las representaciones de marginalidad, cutrez y horror de la prostitución.

 

Sin olvidar las sórdidas condiciones en las que muchas mujeres viven esclavizadas al comercio sexual a través del tráfico de personas, considero negativo se continúe envolviendo de victimismo el sexoservicio. Más bien tendría que existir un marco legal eficiente en que las mujeres pudieran comerciar sexo en condiciones de seguridad y de esta manera disponer de sus cuerpos libremente para ganar dinero, teniendo la posibilidad de escoger el cliente, el escenario, el tiempo, sin un proxeneta que la extorsione o esclavice.

 

Lo polémico, más allá de la glamorización de la prostitución, que suele enmascarar a través de una aureola de glorificación y elegancia, los torcidos engranajes de la mafia patriarcal que domina el comercio sexual, es que se sigue reafirmando el estereotipo de que el mercado del sexo es sucio, que debe alejarse de los espacios iluminados, que debe llevarse a las periferias, tal y como lo dictaminó el ex presidente francés Nicolas Sarkozy en 2003 al sacar a las prostitutas de las calles del centro de la ciudad para trasladarlas a lugares más alejados, como las carreteras y los bosques exponiéndolas a mayores riesgos.

 

Actualmente el presidente François Hollande ha dispuesto que se derogue la Ley Sarkozy y por ello se pondrá a debate en el Senado este 28 de marzo el regreso de las prostitutas a las ciudades parisinas y acabar con la ley que sanciona la incitación ya sea pasiva o activa por parte de las prostitutas para conseguir clientes que las multa con 3 mil 750 euros o hasta dos meses de cárcel.

 

Si “la puta es la ‘criatura del asfalto’, la que se apropia de la ciudad” como diría la escritora Virginie Despentes, las modelos del comercial de Vuitton distan mucho de adueñarse de las esquinas y callejones con paso seguro, pues se deslizan vacilantes y melancólicas al ponerse a disposición del otro, su cliente masculino.