Ante el inminente inicio de la Semana Santa, el recién nombrado papa Francisco pidió a los fieles no acostumbrarse al mal ni perder la esperanza y la felicidad. La pregunta para el mundo católico es relevante ante la crisis de corrupción y pederastia que padece el clero. Cobra doble importancia para los mexicanos que, además de esos dos agravios, padecen una guerra intestina que la iglesia parece no querer ver.

Francisco llama a los fieles a no ser hombres y mujeres tristes, ni dejarse ilusionar con el dinero a sabiendas de que parte de sus miembros han sido devorados por esas tentaciones, al abrigo de la misma iglesia.

 

¿Cómo convencerá Francisco a un niño abusado de ser feliz? ¿Cómo explicarle a la madre de un hijo ultrajado, o que haya presenciado la violencia social, que mantenga la esperanza aunque el agresor quede impune? ¿Cómo recuperar la credibilidad eclesiástica?

 

No todos los curas son malos, corruptos o pederastas. Hay miles que luchan por mejorar la vida de sus fieles. Sin embargo, cada vez que una sociedad padece una guerra, o una dictadura, o que sus donadores abusan de terceros, el rol de la iglesia queda cuestionado.

 

Ante el nombramiento de Francisco, la primera crítica, después desmentida, fue que colaboró con la dictadura argentina. Ante el nazismo en Alemania, la iglesia apareció como cómplice. Ante la guerra padecida en México, la iglesia brilló por su ausencia. Es decir, ante las grandes crisis sociales, la iglesia se desdibuja. Quedan solos muchos padres que de manera independiente, realizan labores de rescate titánicas.

 

En el caso mexicano, en los últimos años, hemos visto luchar a hombres como el padre Solalinde en Oaxaca, el obispo Raúl Vera en Coahuila, el padre Pantoja en Saltillo o el padre Chuy en Acapulco, por mencionar algunos. Estos hombres han trabajado y alzado la voz en defensa de los migrantes y de los derechos humanos. Exponen su vida para proteger a los más débiles, generalmente, a pesar de sus superiores.

 

En seis años de guerra, la postura oficial de la iglesia ha sido marginal. Apoya toda política gubernamental mientras busca mayores espacios de influencia (en televisión y educación). Validan toda postura oficial aunque implique abusos. Gritan contra el aborto pero aprueban el matadero o encarcelamiento de jóvenes con supuestos conflictos con la ley. Mantienen silencio ante los abusos sociales excepto cuando son ellos los cuestionados. Ahí sí, mueven sus influencias para quedar impunes, como en los casos de pederastia.

 

Con esa actitud, en Guanajuato, Benedicto XVI, se negó a hablar con las víctimas de pederastia a pesar de haber hecho disculpas públicas en Irlanda y Bélgica. La revisión de los legionarios de Cristo generó más cambios de nombres que de procedimientos. Las víctimas de la guerra apenas fueron mencionadas.

 

Francisco parece más sensible al dolor y más afín a la austeridad que sus antecesores pero poco ha hablado de la honestidad e integridad de sus correligionarios.

 

Ni el Papa ni la iglesia pueden intervenir en políticas nacionales pero si podrían proteger institucionalmente a los curas que trabajan seriamente por los ciudadanos. Podrían también castigar la impunidad y la indiferencia de muchos de sus miembros en un contexto de guerra o abuso. Cuando haga consistentes sus peticiones a los fieles con las exigencias a sus miembros, sus palabras lograrán ser más poderosas que las del “demonio de la indiferencia ante la violencia, la corrupción y la impunidad”. La limpieza empieza en casa.