Algunos árboles –entre oyameles, ocotes y pinos– tienen sobre sus troncos marcas de pintura que les significan una virtual sentencia de muerte. A otros, simplemente se les derriba sin mediar ninguna advertencia.

 

Esto se advierte en los bosques de la demarcación Milpa Alta de la Ciudad de México, donde las bandas de talamontes y los aserraderos ilícitos tienen un auge inusitado.

 

La frondosidad obsequia 28 mil 464 hectáreas verdes al Distrito Federal y dos partes equivalentes a los estados colindantes de México y Morelos.

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24 HORAS recorrió la zona correspondiente al Suelo de Conservación capitalino y verificó la tala, transporte y apilamiento de al menos 100 troncos; muchos de estos que ya estaban convertidos en tablas, otros en cuyo recuerdo sólo quedaban tocones –parte del tronco del árbol que queda unida a la raíz cuando lo talan-.

 

Tanto en campo abierto como en el poblado de Santa Ana Tlacotenco, los reporteros confirmaron además la operación de nueve aserraderos, algunos de estos improvisados dentro de patios de casas que estaban provistos de sierras, mesas de corte y anaqueles.

 

Este diario pudo registrar también la circulación por brechas y carreteras milpantenses de nueve camiones de redilas que cargaban madera en rollo o transformada en tablas y polines.

 

La tripulación de uno de estos vehículos fue divisada mientras realizaba maniobras de carga de madera a escasos 50 metros de la unidad pickup P-7211 de la Secretaría de Seguridad Pública del DF, que se encontraba estacionada con sus respectivos guardias dentro de la cabina.

Durante el recorrido periodístico no se detectó ninguna otra unidad o retén de vigilancia de autoridades policiales o forestales, ni capitalinas o federales.

 

En Milpa Alta la única defensa del bosque parecen emprenderla sus antiguos comuneros, quienes desde hace más de 400 años lo ven como patrimonio familiar y cultural.

 

Y el riesgo de enfrentamientos entre los nueve pueblos comunales de esta demarcación avanza, a la par de la avaricia de la población más joven o de menor arraigo, que descubre ante la ausencia de autoridad el negocio ilícito de bajar madera proveniente de la reserva natural.

 

El pasado 16 de marzo, a las 17:00 horas, poco más de 50 talamontes reventaron una asamblea en contra de la tala que se realizaba en la plaza cívica de Santa Ana Tlacotenco, a cargo de 700 pobladores que habían acudido a protestar con sus  respectivas familias.

La población denuncia la presencia de expertos en la tala de árboles que en los últimos meses han llegado desde Michoacán para “asesorar” a los lugareños.

 

Luego del frustrado acto, el cual derivó en jaloneos, empujones e insultos, dentro de los bosques de Santa Ana se escucharon balazos, los que a juicio de algunos pobladores correspondieron a festejos de los talamontes que se han venido enquistando en la zona.

 

“La impunidad de toda esta gente se está comiendo al bosque, pero también la identidad y la cultura de nuestros pueblos”, dice Julián Flores Aguilar, representante general de los bienes comunales de Milpa Alta.

 

Otrora apacible tierra del cultivo del nopal, comunidad festiva y gastronómica, Milpa Alta se declara hoy en defensa del bosque y lleva su reclamo a las puertas del jefe de Gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera.

Una pormenorizada denuncia contra la tala presentada ante la Contraloría del DF el pasado 25 de febrero por parte de representantes de siete de los nueve pueblos milpantenses no ha tenido respuestas concretas de la autoridad, salvo el llamado a “tener calma” y la promesa de “investigar”.

 

En el documento referido se detallan domicilios de 57 aserraderos que en los últimos dos años se han instalado en poblados contiguos al bosque: San Pablo Oztotepec, Santana Tlacotenco y San Salvador Cuauhtenco.

 

La autoridad delegacional y el Instituto de Verificación Administrativa del DF han realizado operativos en apenas cuatro de estos aserraderos, el 8 de enero anterior, pero colocando sellos que horas después fueron retirados por los afectados, reanudando sin reclamo oficial alguno la operación de patios que no poseen uso de suelo para procesar dicha madera.

 

Ante la “tibia respuesta oficial” –así lo califica el documento–, el grupo de talamontes avanza con uso de violencia en el control de la zona, y mediante la portación de armas de fuego ha venido tomando las casetas y caminos de acceso al bosque: los puntos de Titianquistunco, Acuezcmac y Capulín se cuentan entre estos.

 

La actuación de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) se ha concretado a la emisión de una declaratoria, el 8 junio de 2012, donde se pide difundir entre la comunidad que los actos de tala son “ilícitos”, amén de algunos sobrevuelos de la Procuraduría General de la República (PGR), que no han tenido consecuencias para frenar el deterioro de los bosques.

 

Un documento de la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial del DF (PAOT) advierte que en los últimos 35 años se ha perdido “cerca del 10% de los bosques del suelo de conservación, lo que se traduce en la pérdida del patrimonio ambiental de la ciudad”.

 

De continuar este proceso nocivo, continúa la PAOT, “para 2030 se habrá perdido 30% del suelo de conservación”.

 

DE LEÑEROS A TALADORES

 

Este es el paraíso que nos están matando”, grita Miguel Guerrero Cortés, campesino urbano que atenaza el volante de Águila Blanca, mote que tiene la pickup que ahora rechina, brinca y se zarandea sobre el terreno encrespado, casi virgen, de un bosque en peligro por la frecuente incursión de talamontes.

 

En la cabina del vehículo viajan el reportero y la fotógrafa, mientras que en la parte trasera vienen seis recios comuneros milpantenses, algunos que con machete en mano guían al conductor entre parajes que solamente ellos conocen.

 

Árboles robustos y con alturas superiores a los 25 metros son, evidentemente, el principal objetivo de la tala que aquí se confirma: frondosos parajes que de manera dispersa, para hacerlos menos notorios, son violentados por la incursión de individuos con moto sierras movidas a gasolina.

 

Restos de las incursiones de talamontes se observan en distintos parajes: bidones vacíos para combustible, envases de refrescos, basura y restos de fogatas, entre otros.

 

Enramados y cortezas no aprovechables se encuentran por doquier, sobrante de los árboles desaparecidos, evidencia del saqueo al bosque.

 

Al derribar a veces con poca pericia grandes árboles, éstos hieren durante su caída a ejemplares de menor tamaño o los que a veces son apenas talados para abrir camino a vehículos de carga.

 

“Además de desgraciados, son estúpidos”, suelta Guerrero, con el enojo de quien ha heredado, “desde los abuelos de mis tatarabuelos” el aprecio por los bosques.

 

“Una cosa es venir a leñar, como hacíamos de niñitos, y otra venir a robar madera viva y a portarse como burros”, remata.

 

“PERDIMOS CONEXIÓN CON EL BOSQUE”: INVESTIGADOR

 

“Las nuevas generaciones de Milpa Alta están perdiendo la conexión ancestral que tenían con el bosque, y hoy vemos como degradamos no sólo la naturaleza, sino también nuestros valores como pueblos y como familias”.

 

Así habla Víctor Jurado, comunicólogo, investigador y también comunero milpantense, quien destaca la omisión de la autoridad, “para no aplicar la ley contra intereses que parece que le benefician”, y también la responsabilidad moral de familias que “han venido renegando del amor por los árboles”, característica ancestral de la región, según apunta.

 

Jurado dice que en la añeja Milpa Alta los taladores eran amenazados de linchamiento y el uso de la madera se concretaba a la recolección de leña; hoy, añade, “los talamontes buscan ganar supremacía, apoyándose en que el gobierno no hace nada o los protege, vaya uno a saber”.

 

El estudioso dice que en esa región los conflictos por la tierra datan de cuatro siglos, pero que nunca se había tenido una situación como la actual, donde “gente de la comunidad te sale con que tenemos… desaprovechados nuestros bosques, faltaba más.”

 

“Es gente que dice que ha viajado a Canadá, donde los arbolados cruzan el continente y operan aserraderos salvajes; pero es ridículo compararlos con Milpa Alta y con esta ciudad, donde apenas si nos queda un pulmoncito verde”.

 

“El gobierno y los políticos –da igual si son del PRI, PAN o PRD– están siendo omisos de su responsabilidad ecológica y no tienen qué hacer nada más que aplicar la ley”, puntualiza.

 

“PONERNOS DE ACUERDO TODOS”: VICTOR MONTEROLA

 

Víctor Monterola, jefe delegacional en Milpa Alta, reconoce los problemas de tala de bosques y de la creación de aserraderos en su demarcación, pero dice a 24 HORAS hallarse en distintas “mesas de diálogo” para poder atenderlos.

 

El funcionario explica que la problemática obedece a una división entre la población milpantense; es decir que un grupo de comuneros “se aferra al derecho de conservar el bosque, tal cual; mientras que otro grupo “dice estar haciendo sanación de algunos árboles”.

 

“El problema fundamental es que entre ellos aún no se ponen de acuerdo; inclusive, sobre quiénes detentan la propiedad de los bienes comunales; diferencias que datan desde hace siglos”, añade.

 

Respecto a que las conductas de tala y procesamiento de madera significan ilegalidad, Monterola destaca la situación jurisdiccional que ubica a la reserva natural en el ámbito de responsabilidad del gobierno federal, a cargo de Semarnat, y el poder de su delegación, que por otra parte debe conciliar con otras instancias federales y del Gobierno del Distrito Federal que tienen a su cargo la prevención y combate de delitos: las procuradurías General de la República y la General del DF, además de las policías Federal y de Seguridad Pública local, entre otras de orden forestal.

 

“Es un conjunto de autoridades con las que la delegación tiene qué ir armando los operativos necesarios para combatir las ilegalidades, y también conciliar los distintos puntos de vista locales”.

 

Por lo que toca a operativos de verificación de uso de suelo para aserraderos, ámbito que sí le corresponde a su oficina, Monterola anuncia que “estamos en el punto de organizar un segundo operativo”, no sin reiterar que se trata de “un problema muy delicado, que involucra la potencial división de la gente”.

 

“Pienso que 90% de la comunidad sí está molesta con esta tala de madera, porque es verdad que este es un fenómeno que nunca antes habíamos tenido”.