Los simplistas y aficionados a etiquetar, lo tendrán muy fácil con el clásico Roma-Lazio que disputará este fin de semana otra de sus ediciones: partido que separa a un lado, a los de ideologías de izquierdas, y al otro, a los que coquetean con la extrema derecha. Más aún, personajes como Paolo Di Canio, tan en boga a últimas fechas con todo un conflicto diplomático por sus supuestas posturas políticas y él mismo ex jugador laziale, reforzarán esas sensaciones.
La realidad es que por mucho que el núcleo fuerte de la Lazio quiera dejar clara su filiación fascista y racista (incluso en años pasados con pancartas asquerosas en contra de negros y judíos), y que el de la Roma guste de insistirse socialdemócrata o, en casos extremos, anarquista, no es un derby tan sencillamente clasificable en términos políticos.
Se sabe que Benito Mussolini era cercano al club Societa Sportiva Lazio, pero a menudo se esconde que el propio Mussolini propició el surgimiento del acérrimo rival, la Associazione Sportiva Roma. ¿Por qué tanto énfasis e interés del Duce en tener un cuadro romano capaz de pelear títulos con los tres gigantes del industrial norte -Milán, Inter, Juventus, Torino)? Entendamos que el conjunto gialorosso (amari-rojo) reivindica en su escudo mismo el nacimiento de la capital italiana: ahí aparece la loba amamantando a Rómulo y Remo, como perfecto mito fundacional adaptado al futbol. De esa forma, Mussolini intentaba vincular su nuevo invento deportivo a los simbolismos de la vieja y gloriosa Roma.
Tal como Mussolini declaró durante la Copa del Mundo de 1934 hecha en Italia para honra y legitimidad del entonces imperante régimen fascista, “el trabajo duro fascista ha transformado a Italia. Su élite atlética no dejará duda sobre el rejuvenecimiento de esta raza”. Algunos culpan a Mussolini mismo de haber ayudado a la AS Roma (y no a la hoy derechista Lazio) a coronarse, aunque por las fechas de esa liga conquistada -tan cerca de su declive y vejación de su cadáver- se duda que Benito haya tenido demasiado tiempo para preocuparse por concertar resultados y amenazar árbitros.
Como quiera que sea, hoy la historia del derby del cupolone (así le llaman por la gran cúpula de la Basílica de San Pedro, emblema de esta capital), hace que muchos jóvenes apolíticos tomen postura extrema con base en los colores elegidos futbolísticamente. Ya no como en los tensos años ochenta, seguir al club afín a una ideología, sino símbolo de estos años en los que nadie cree en nada, seguir a la ideología afín al club amado.
Así llegamos al caso Paolo Di Canio, al cual nos referíamos brevemente al inicio de este texto. Como futbolista tuvo más carrera en la Gran Bretaña que en Italia. Ahí llamó la atención por su carácter irascible antes que por sus goles (que en promedio no fueron ni diez por año). De hecho, se inmortalizó con dos historias idóneas para compendios de lo insólito; en una, pudiendo rematar un centro mientras el portero rival estaba en el césped víctima de una lesión, prefirió renunciar a hacer gol y pedir que entraran las asistencias médicas a atender al rival; en la otra, se molestó tanto con un árbitro que lo agredió físicamente.
Sin embargo, la imagen que lo ha perseguido con mayor notoriedad se dio en su regreso del exilio inglés, cuando volvía a portar el uniforme de su amada Lazio. Anotó precisamente a la Roma en un derby capitalino y festejó haciendo con violencia el saludo fascista hacia las enardecidas gradas. Entonces trascendió que tiene un tatuaje relacionado con Mussolini (del que se expresó favorablemente en una autobiografía) y se exploraron sus nociones políticas. Ante toda crítica, Di Canio insistía que el ser fascista no lo hace racista. “Siempre saludaré como quiera porque me da una sensación de pertenencia a mi gente… Saludo a mi gente con lo que para mí es señal de pertenecer a un grupo que sostiene valores reales, valores de civilidad contra la estandarización que esta sociedad nos impone”, insistió al repetir el saludo al anotar al Livorno, club que representa a la ciudad cuna del Partido Comunista italiano, la localidad más fervorosamente antifascista de Italia. No obstante, la directiva de la Lazio, temerosa del desgaste que este personaje pudiera traer a su marca deportiva, decidió no renovarlo y alejarse de él (esa misma directiva que 15 años antes había admitido que no fichaba a jugadores negros por saber que no serían bienvenidos por su masa social).
Días atrás, Di Canio fue presentado como director técnico del club inglés Sunderland y desató pronto un buen escándalo. “No soy una persona política, no estoy afiliado a ninguna asociación, no soy racista y no apoyo la ideología del fascismo. Respeto a todo el mundo. Soy un hombre de fútbol y esto y mi familia es mi prioridad. A partir de ahora hablaré sólo de fútbol” fue la nota de prensa que precedió a su asignación.
Sin embargo, sus antecedentes son demasiado densos como para que hoy se resuelva todo tan fácil. Por lo pronto, renunció al puesto de vicepresidente el ex Secretario de Exteriores británico, David Miliband, enfatizando que sus raíces judías y filiación laborista chocan con las posturas de Di Canio. Así mismo, la iglesia anglicana criticó su nombramiento, lo mismo que la asociación de mineros de la región bajo las palabras “es una traición y desgracia para todos aquellos que pelearon y murieron en la lucha contra el fascismo”.
En resumen, si alguien quiere clasificar políticamente una rivalidad de futbol, no tiene más que voltear a ver el derby romano de este domingo. Romanistas, en teoría de izquierdas, y laziales, según esto de derechas, lucen idóneos para estereotipos. Antecedentes y actualidad pueden sugerir lo contrario e invitarnos a no generalizar… Pero luego aparece Paolo Di Canio y toda etiqueta política embona en automático.
@albertolati